Lecturas del año, parte 1
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- Publicado: Jueves, 21 Diciembre 2023 21:11
- Escrito por Óscar Loza
No está mal que la política quiera abstenerse de la literatura
y arreglarse a tiros de fusil.
Stephany Mallarmé
En medio del activismo y de mil cosas de la vida pública que exigen atención, hacer un breve repaso de los libros leídos durante este 2023 es un alto obligado. Lectura y activismo social son monedas de escasa circulación en México, pues buena parte de la gestión ante las oficinas públicas demanda cierta capacidad de organización y movilización, pero no profundizar en los recovecos de la política y los intersticios del marco legal aplicable. Y también de hurgar en las experiencias de otros movimientos sociales, sin dejar de lado la necesidad de elaborar teoría para dimensionar mejor las causas sociales en las que participamos. Comento enseguida la primera parte de mis lecturas.
Comencé el año leyendo La privatización de lo público, del maestro Melchor Peiro. Es una investigación sobre la suerte de parques, jardines y espacios deportivos en Culiacán, en Tijuana y en las ciudades de Minas Gerais, en Brasil. Trabajo digno de mejor suerte, por el tema y por la profundidad con que lo trata. Melchor es defensor de La Milla y el espacio conocido como Botánico. Después vino Pablo Neruda con Confieso que he vivido; bajo la pluma del poeta uno acompaña sus pasos a lo largo de su productiva vida. Un momento sublime es su encuentro con Gabriela Mistral. Alfonso Reyes esperaba por sus cuentos y no quise hacerlo esperar más. Un viejo libro de Herberto Sinagawa me llamaba desde hacía meses: El derrumbe del infierno. Y no quise ignorar su interesante versión sobre la historia de Sinaloa. No me gustó que Sinagawa pusiera a tomar café a Gonzalo de Tapia en Culiacán en 1590, pues esa aromática bebida llegó a México por 1740.
Anatole France con La Isla de los pingüinos me hacía ojitos desde tiempo atrás, leer esa obra fue un homenaje a Gerardo Unzueta, quien elaboró su defensa ante el juez en 1968-69 inspirado en el libro. Algunos recordarán que le llamó El tribunal de los pingüinos. Rosaura revueltas, sí la hermana de José, Silvestre y Fermín publicó el libro Los Revueltas. Una historia familiar. No podía perderme esa narrativa de una familia tan entrañable para México. La Novela inconclusa, de César López Cuadras se atravesó y no resistí leerla. Rica en el uso de modismos regionales. Algunos de sus personajes están bien logrados, como el jefe de policía.
Le debía una lectura al bien recordado tocayo Oscar Lara Salazar. La Carraca me gustó y pude reafirmar información sobre Alfonso “la Onza” Leyzaola, ese personaje que abre las puertas al difícil y complicado Sinaloa que hoy padecemos. En la lista de libros pendientes apareció Fernando Benítez con Los últimos años del general Cárdenas. Benítez hace un sensible repaso de las vivencias y del diario personal de los años que siguieron a la presidencia del general. Llegó a mis manos Ficciones históricas, verdades literarias de Iván Gaxiola y lo leí.
La literatura de Brasil me reclama olvido y quise acercarme leyendo Gabriela, clavo y canela, de Jorge Amado; su lectura fue toda una experiencia sobre la vida de los pobres, sobre todo negros en Brasil. El estilo y la inclinación por los que sufren el maltrato y explotación humana dejaron una huella indeleble en mí. El galardonado poeta Rubén Rivera desesperaba porque Sendero de suicidas no había sido leído. Cada línea y cada caso son inolvidables, bien merecido el premio nacional a Rivera y una gran pena por los poetas auto inmolados.
El veterano activista Juan Aguado Franco, autor de La guerrilla sin nombre, narra su experiencia en los grupos de combate. De casta le viene al galgo, dicen. El abuelo de Juan fue villista y el nieto cobró su herencia de luchador. Encontré algunas imprecisiones en fechas, pero las historias que narra ayudan a completar las ausencias de información que aún tenemos. No resistí leer El enfermo imaginario de Moliere. Consuela saber que el control de la mujer sobre su pareja no es un asunto de nuestros días, nos viene de los abuelos. Que lo diga Argante, si no. Y también Belisa. Otto Ruhle escribe Carlos Marx. El autor tiene una manera muy particular de ver a Marx: gruñón y hosco. Lo atribuye a los problemas de salud. Tuve la oportunidad de leer Los dioses tienen sed de Anatole France, que busca escudriñar en los complicados días del Terror en Francia.
El despertador americano de repente se me aparece al esculcar mi biblioteca. Ese breve periódico del movimiento de Miguel Hidalgo enseña el alma y las pasiones independentistas de México. José Gorostiza, el discreto poeta reclama una lectura más frecuente a su obra. Muerte sin fin es más que una sentida queja sobre el mundo en que vivimos. Y como el derecho humano a la vivienda nos atrapó este año, hubo que entrarle a Contribución al problema de la vivienda de Federico Engels. Y después de esa lectura, ¿cómo escapar a Mujer que sabe latín de Rosario Castellanos? Allí desfila una constelación de mujeres brillantes en los distintos campos de la actividad que cultivaron. Y vuelve Moliere contra los falsos e hipócritas de la sociedad. Tartufo, clásico cazafortunas, recibe su castigo.
Un viejo compañero de prepa, Fortunato López Valenzuela, edita su libro Viento de junio. Rebelión yoreme de 1769. Es un esfuerzo de investigación con méritos digno de ser promocionado. Pedro Salmerón esperaba que La batalla por Tenochtitlán no quedara ocupando un espacio en el anaquel. Y leí con mucho agrado esas dolorosas y heroicas páginas y hechos, que marcaron el destino ya conocido por todos. Recibí como regalo Yahualica, de Agustín Yañez. Por fin lo tuve a mano. En él sobrevive la historia del enfrentamiento del coronel Tomás Limón que iba contra Macario Ulloa (mi ancestro). Por eso lo busqué hasta por debajo de las piedras. Y cómo perderme una historia que llevo en mi piel: Las rastreadoras. Tania del Río, historiadora local ha rescatado varias relatos y experiencias de esa lucha donde los familiares con desaparecidos son la respuesta a una emergencia que nos envuelve a todos.
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X @Oscar_Loza