Cabaré Tropicana, “un paraíso bajo las Estrellas”, en la obscuridad de La Habana
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- Publicado: Lunes, 03 Agosto 2020 08:04
- Escrito por Jorge Luis Telles
Por: Jorge Luis Telles
= Hasta la fecha, uno de los grandes atractivos turísticos de Cuba
= Asemeja un iluminado trasatlántico, en la negrura de la noche
= ¿El mejor calificativo para La Habana? Una ciudad diferente
= Las playas de Varadero, redondean las atracciones de la isla
Cierto, dentro del casco urbano de La Habana, operan algunas cantinas y pequeños bares, mientras que los grandes hoteles tienen los suyos propios, en los cuales el turista encuentra lo que busca: buenos vinos, bebidas típicas – como el “mojito” por supuesto – y cocina internacional y regional, lujos que no están permitidos para el cubano común y corriente. En este entorno, sin embargo, sobresale un centro de espectáculos tradicional, por encima de todos los demás: El Tropicana, por cuyos pasillos han desfilado rutilantes estrellas de fama internacional, antes y después del régimen de Fulgencio Batista.
Creado en 1931 por Max Borges y Recio, el cabaré Tropicana se ubica en la amplia zona conocida como Habana del Este, en Marianao, municipio de Playa, no lejos de nuestro hotel Comodoro, localizado por la avenida Tercera, a solo unos cuantas cuadras del mundialmente famoso malecón de la ciudad, más cerca de lo que parece de la punta de la península de la Florida, en los Estados Unidos.
De acuerdo con la historia, contada por taxistas, guías de turistas y gente del pueblo, hasta antes “del triunfo de la Revolución Cubana” – frase que usted escuchará una y otra vez durante su visita a la Habana - “El Tropicana” era un sitio caracterizado por el juego, las bebidas y las mujeres prácticamente desnudas y frecuentado, habitualmente, por artistas de Hollywood, apostadores de Las Vegas, políticos, marineros estadounidenses y por supuesto, por mafiosos; muchos mafiosos.
Con el régimen de los Castro, el cabaré sobrevivió; pero con otras características: se expulsó a la gente que no comulgaba con el régimen, entre ellos muchos artistas y se modificaron los criterios para crear un nuevo espectáculo, basado en los carnavales de Cuba y Río de Janeiro, números circenses, música de boleros y de los años cincuentas – como el cha cha chá, por ejemplo -, en el afán de lograr un sello tradicional, plenamente identificado con el resto del mundo. El cabaré es, sin duda, uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad de La Habana.
Ahí, usted no va a escuchar, ni por asomo, la música de Gloria Estefan, ni tampoco la de Emilio; mucho menos los sabrosos ritmos de Celia Cruz; pero, a cambio de ello, le ofrecerán, con todo el folclore cubano, pletórico de colorido, variedad en sus bailes, la gracia de sus bailarinas y bailadores y también la indiscutible calidad de los artistas, que nos transportan en un viaje de fiesta y ensueño, desde el Oriente y hasta el Poniente de la Isla.
Y bien.
Cuba quedó incluida en el itinerario de un viaje por Centro América, el Caribe y la parte norte de Sudamérica en el año de 2012. Itinerario raro, que nos llevó primero a Bogotá, luego a la Habana y posteriormente a Panamá, para conectar con Costa Rica y de ahí emprender el regreso a la ciudad de México. También nos impusieron las playas de Varadero, frente a nuestra inconformidad – “¿para que quiero playas si en mi tierra, Sinaloa, tengo 700 kilómetros a la mano, 350 hacia el Norte y otros 350 hacia el Sur”- . Es que “es un destino obligado -me argumentaron -; aquello es otra cosa”. Ya ni modo pues: Varadero.
Así, aquella mañana de domingo, 08 de abril de 1912, abordamos el vuelo 0654 de Copa Airlines, en el aeropuerto internacional “El Dorado”, de la ciudad bolivariana de Bogotá, con destino al aeropuerto “José Martí” de la Habana. Trayecto de dos o tres horas, que ocupamos en leer algunos textos de Gabriel García Márquez, insertados frente a nuestros asientos. Por ser mexicanos no requerimos de visa; pero si del pago de 15 dólares por persona para la expedición del permiso correspondiente, bajo la recomendación de que nos reserváramos una cantidad similar al regreso, para poder dejar la isla mayor de Las Antillas sin contratiempos de ninguna naturaleza.
En contraparte a lo de la visa, hay que llenar hasta cinco formularios antes de cubrir el trámite para salir de la terminal: migración, aduana, salud y dos más. En salud, todo un test, incluida la toma de temperatura corporal.
Todo es diferente en La Habana, respecto a otras ciudades visitadas: demora de casi 30 minutos, en lo que aterriza el avión y la conexión del túnel transportador, en medio de unas instalaciones viejas y deterioradas, fácilmente observables. Una vez que el trámite es cubierto, la recomendación de adquirir Cuc(s), la moneda oficial de Cuba, que aparentemente está a la par con el dólar; pero hay una comisión del 10 por ciento a la hora de la conversión, lo que deja al dólar por debajo del CUC. Se recomienda no adquirir pesos cubanos, solo CUC(s) que se pueden utilizar en cualquier parte, más “mi propinita” correspondiente, lo que es general en toda la isla.
Lo primero que se nota al abandonar el aeropuerto – luego de otra espera de una hora, para podar tomar la “guagua” asignada – es la ausencia de anuncios espectaculares, salvo los del régimen (“Patria o Muerte: Venceremos”, “Hasta la Victoria Siempre” “Vas bien Fidel” y así) y la abundancia de automóviles clásicos, que se quedaron tras la noche del 31 de diciembre de 1958, que sus propietarios suelen cuidar con esmero y devoción. Le escena crece sustancialmente, cuando se llega al malecón: escasos espectaculares y carros, muchos carros de los cincuentas, en medio de edificios viejos y dañados por la salinidad de las aguas. Ocasionalmente algunos autos de modelo reciente, destinados para los simpatizantes de la familia Castro.
El hotel Comodoro tiene dos secciones: clásica y moderna, alberca de por medio. Nos correspondió la clásica, donde, tras instalarnos, al caer la tarde dominical, llegó la invitación para visitar “El Tropicana” a un precio de cien Cuc(s) o cien dólares por persona, botella incluida y plato de carnes frías para su consumo durante el show. Pagamos en dólares, con la recomendación de verificar las reservas a las 10 de la noche a más tardar. Sumamos otros 15 dólares para el taxi, más la “propinita”, de 5 dólares como mínimo. Es para todo.
El “Tropicana” da la impresión de ser un crucero en medio del mar, con sus luces brillantes en medio de la obscuridad de una noche sobre las aguas, justamente como la película del “Titanic”. Con algunas excepciones, contadísimas, no hay anuncios de neón, en las calles de La Habana. El cabaré es, precisamente, una de las excepciones. Quizás por ser domingo y durante el trayecto del hotel al sitio de espectáculos, nos llamó la atención el observar tanta gente caminando por calles y avenidas, bajo un tenue alumbrado público, aparentemente sin rumbo definido. En contraparte, el cielo ofrece un espectáculo impresionante, con una Vía Láctea claramente perceptible, estrellas y constelaciones. Como si estuvieran al alcance de la mano.
Y ese espectáculo, precisamente, es trasladado al cabaré, que es al aire libre y que se anuncia como un “Paraíso bajo las estrellas”, que opera absolutamente todos los días del año.
Momento de verificar reservaciones: “miren hermosos: ustedes están aquí; pero yo, por una pequeña propinita, los puedo acercar hasta acá”, la chica de los mostradores. “Señores, no pueden filmar ni tomar fotos; pero por una pequeña propinita, me puedo hacer el disimulado”, el joven de la entrada. “Están bien sus lugares; pero, por una pequeña propinita, los puedo colocar justo al pie del escenario”, el acomodador.
Ya instalados, la botella resultó ser un cuarto de litro de Ron Habana Club y el entremés de carnes frías, un plato, diminuto, de tiras de jamón – tan delgadas como las del sándwich -, rebanadas de queso amarillo y tres o cuatro aceitunas. Ni para el arranque. Aquí si, ya ni con “pequeñas propinitas” se solventó la situación.
El show, como ya lo reseñamos líneas arriba: impresionante, aunque lo hubiese sido más, por supuesto, con la actuación de Celia Cruz y algunos otros cubanos en el exilio; pero, bueno, valió la pena.
Al menos, la curiosidad quedó plenamente satisfecha.
Y bueno, un par de días en La Habana y otro tanto en Varadero, antes de volar a Panamá, para la continuación de aquel viaje de 2012. En la Habana, lo clásico: el castillo del Morro, el Museo de los Capitanes Generales, la plaza de la vieja catedral, feria de artesanías, la bodeguita del Medio (paraíso de los “mojitos”), fundación Habana Club, el Capitolio, el centro de la Habana, para la foto en sus automóviles de colección y por supuesto, la joya de la corona: la Plaza de la República, escenario de visitas papales, jefes de Estado y hasta eventos artísticos. En Varadero, playas y más playas, hasta sumar 22 kilómetros de arenas blancas, bañadas con aguas azul turquesa.
Panamá y Costa Rica, quedan para renglón aparte; pero el itinerario contempla lo imperdible: el viejo y el nuevo Panamá, las esclusas de Miraflores, donde comienza el gran canal de Panamá; el Mall Albrook – todo un paraíso para las señoras -; centros de artesanías y una visita por la ciudad en general. Y en Costa Rica, los volcanes del anillo de fuego y la paz y la estabilidad que se aprecia en San José, en un país llamado alguna vez “La Suiza de América”.
Ya volvemos.