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= Una semana varados en el aeropuerto de Gatwick

 

= Erupción de un volcán, en Islandia, la causa

 

= Cerrados los aeropuertos del Norte de Europa

 

= Grandes pérdidas para todas las aerolíneas

 

Jueves 15 de abril de 2010. Aeropuerto de Gatwick, el segundo más grande de Londres, después del emblemático Heatrow. El vuelo 1595 de la Compañía Mexicana de Aviación – operado por British Airways – está programado para despegar a las 13: 10 horas, tiempo local, con destino a la ciudad de México. Un taxi negro, típico de la capital del Reino Unido, nos ha traído, a primera hora, desde nuestro hotel “Royal National”, en el centro de la ciudad, hasta la terminal, a la que deliberadamente, hemos llegado con mucho tiempo de anticipación, así como para prevenir cualquier eventualidad.

Aparentemente todo normal; ningún síntoma de lo contrario. Llenas las salas de espera. Llenos los pasillos. Llenas las tiendas. Llenos los restaurantes y las cafeterías. Bullicio y actividad propia de un aeropuerto, sin faltar, por supuesto, los diferentes mensajes a través de los altavoces. La terminal de Gatwick no es de las dimensiones de la de Heatrow y mucho menos tan moderna; pero es un aeropuerto de alta conectividad, ante la enorme cantidad de vuelos que salen (y llegan) minuto a minuto, hacia y desde el continente americano; en particular a ciudades de países de habla hispana: ciudad de México, Buenos Aires, Río de Janeiro, Montevideo, Panamá, Caracas y Bogotá, entre muchas otras. Heatrow, a su vez, es el enlace con Europa, Asia, Africa y Medio Oriente, además de los principales destinos de Estados Unidos y Canadá.

Temprano, estamos frente al mostrador de Mexicana de Aviación, donde verifican nuestros documentos, identifican equipaje y asignan los asientos correspondientes. Todo normal, hasta que…:

-Aquí tienen sus pasaportes, sus pases de abordar y la guía que les permitirá recoger sus maletas en la ciudad de México. El avión está ya listo para su despegue; pero es posible que suframos alguna demora. Manténgase en esta sala por favor, para facilitarnos la comunicación –nos dijo la asistente de mostrador, en perfecto español.

Así, ajenos a lo que sucedía en aquellos confines del mundo, buscamos un restaurant cercano a nuestra zona, para tomar el desayuno; ubicamos algunas pequeñas tiendas para realizar las últimas compras y localizamos las áreas estratégicas de todo aeropuerto, como salas de abordaje; servicios sanitarios; comunicación entre terminales y áreas de internet, habida cuenta de que, diez años atrás, no se contaba, ni por asomo, con las herramientas de la actualidad.

Ya avanzada la mañana y con las manecillas del reloj en camino al mediodía, comienza a imperar la confusión: todos los aviones, a partir de las 8 horas, están en tierra y solo se permiten algunas llegadas. El anuncio “demorado” que luego cambiaría a “cancelado” es una constante en todos los tableros electrónicos. Solo se escucha el clamor de miles de viajeros, ya en altos niveles de desconcierto.

Regresamos al mostrador de “Mexicana”, donde ya grupos de pasajeros se han concentrado en la espera de la información correspondiente. Nadie cuenta con la versión oficial. Ya todo el vuelo a la ciudad de México está documentado; pero la hora de despegue es de un total desconocimiento.

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Llega el parte de la aerolínea:

-Señores pasajeros (lo del llamado lenguaje incluyente, ni idea), tenemos un problema: hubo una erupción en un volcán de Islandia (a casi 2 mil kilómetros al Noroeste de Londres) y las cenizas ya están en el espacio aéreo del Reino Unido. Se trata de cenizas volcánicas, cristalizables, capaces de paralizar las turbinas de un avión y propiciar, por ende, accidentes de dimensiones catastróficas. Mientras dure la contingencia, ningún avión puede despegar ni aterrizar en ninguno de los aeropuertos de Londres.

Y un mensaje final contundente:

-Por lo que resta del día de hoy, no nos vamos. Esto ya es definitivo. Mañana ¿Quién sabe? Ningún avión se moverá de aquí, mientras no se levante la prohibición de vuelos. Les aconsejamos no regresar a Londres, sino permanecer aquí, en el aeropuerto, porque el espacio aéreo puede ser reabierto en cualquier momento y a cualquier hora del día. Y una vez que esto suceda, nos vamos de inmediato. Se trata de una situación del todo ajena a la aerolínea; por lo tanto no les podemos ofrecer ningún tipo de apoyo. La buena noticia es que nuestro avión será el primero en salir, una vez superada la contingencia.

A la inquietud de los pasajeros a nuestro país – no solo mexicanos, sino de otras nacionalidades – se suma un primer estado de confusión; luego, otro de incredulidad y finalmente, uno de desesperación. Como ocurre en estas situaciones, por alguna u otra razón, todos tenían (teníamos) una necesidad imperiosa de regresar a su país.

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La erupción de aquel volcán Eyjafjallajokul, ubicado en el glaciar de Islandia del mismo nombre, vino a ser el epílogo de una intensa actividad sísmico-volcánica, iniciada un mes atrás. Cierto, en los primeros días no causó daños mayores, excepto la emergencia entre los pobladores de la zona; pero lo que provocó, tras su estallido el 15 de abril de 2010, fue una de las mayores catástrofes económicas para las líneas aéreas mundiales – entre ellas las más importantes -, con un total de 100 mil vuelos cancelados, en un periodo no mayor al de una semana.

Ese mismo día, en efecto, no solo se cerró, por completo, el espacio aéreo del Reino Unido, sino también el de los países bajos, Francia, Alemania, Bélgica, Irlanda, Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca e incluso de las principales ciudades de Rusia, como Moscú y San Petersburgo. De entre las grandes naciones de la Europa Occidental, solo quedaron abiertos los aeropuertos de Barajas, en Madrid y el Leonardo da Vinci, de Roma, únicos con capacidad para brindar servicio al continente americano. Los precios de los pasajes aéreos, como suele suceder, experimentaron alzas brutales. Prohibitivos para el turismo en general.

Bajo estas circunstancias, quienes tenían verdadera urgencia de viajar a América, comenzaron a buscar diferentes alternativas; inviables, la mayoría, por desgracia y además a un presupuesto inalcanzable: una de ellas, cruzar el canal de la Mancha, en ferri o al través del euro túnel, para continuar por tierra hasta España y ahí buscar un vuelo hacia América; la otra, tomar un buque en algún puerto de Inglaterra y surcar el Atlántico hasta Nueva York, en lo que era una opción en el desfase absoluto. El vuelo de Aeroméxico, de Madrid a la ciudad de México, se disparó hasta los 40 mil pesos en clase turista. Había que adquirirlo con una semana de anticipación.

Algo más: quienes se decidieron por la alternativa de cruzar el canal de la Mancha, se toparon con un problema prácticamente insuperable: era tal la demanda, tanto para el tren como para el ferri, que la demora, 24 horas después de la contingencia, era ya de tres días, a lo largo de los cuales había que esperar turno en el punto de abordaje, so riesgo de perder su turno y la posibilidad de hacer el viaje por esa ruta.

En realidad, la opción práctica era inexistente. No había más que esperar. Y hacerlo ahí, en la propia terminal, bajo la advertencia concluyente: “nos iremos de inmediato; no sabemos cuándo, pero será de inmediato y con quienes estén aquí en ese momento. Lo lamentamos; pero así lo marca la contingencia”.

Y bueno, no fue una, ni dos, ni tres, sino seis noches de pernoctar en la terminal; las tres primeras, en bancas y butacas del aeropuerto, cercanas a los servicios sanitarios –para el aseo personal - y apoyados por personal de British Airways, quien nos facilitó cobertores y almohadas y las otras tres, como huéspedes en una especie de cabinas ubicadas en la parte baja del aeropuerto, a razón de 60 libras esterlinas por noche. Microscópicas, si quiere usted; pero mucho mejor que dormir sobre lo duro y frío de una banca y expuestos a riesgos adicionales.

 

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Un total de seis días con sus noches, periodo en el que hubo de todo: desde la fraternidad, la solidaridad y la calidez del grupo de mexicanos, que instaló su campamento en las inmediaciones de un Starbucks – donde se cantaba y se conversaba noche a noche – hasta el traslado de urgencia a un hospital de un compatriota, por agudos dolores abdominales y la visita de dos empleados de la embajada de México en el Reino Unido, con el saludo del titular, Eduardo Medina Mora y la promesa de una raquítica ayuda, que nunca llegó.

Por esas noches, la preocupación por los temas pendientes en nuestro país –familiares, personales y de trabajo- y los recuerdos recientes de un viaje fascinante por las ciudades de Brujas y Brucelas (Bélgica); Rotterdam, La Haya y Amsterdam (Holanda); Paris y Londres, con nuestro largo caminar por la zona del Big Ben, Piccadilly Circus, el palacio de Buckingham, la catedral de St. Paul (escenario de la boda de Carlos y Diana, en 1981) y el infaltable recorrido por el río Támesis.

Hacia la séptima noche, el aviso esperado al fin llegó y eso provocó un estallido de felicidad: nuestro avión sería el primero en salir del aeropuerto de Gatwick a las 7 de la mañana y a las 0: 00 horas del martes 20 de abril, hacíamos fila frente al mostrador de “Mexicana”, al tiempo que los viajeros celebrábamos ruidosamente con cerveza inglesa, el fin de la contingencia.

Y justo a las 7 de la mañana, el avión despegó, rumbo a la ciudad de México, en medio de un aplauso general.

Una pequeña demora, en efecto, de casi siete días…

Con el tiempo, sin embargo, aquello que parecía ser un amargo recuerdo, se transformó en una aleccionadora y enriquecedora experiencia. Vivimos momentos complicados; pero surgieron otros aspectos importantes, como el establecimiento de nuevas amistades, aún vigentes hasta nuestros día.

Y bueno, pues estas cosas suceden y el viajar tiene sus riesgos. Menores algunos; mayores otros; pero no hay mejor inversión que esta: conocer el mundo, de manera personal y directa.

Así es. Sin duda.

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