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Por : Jorge Luis Telles 

 

= La ceremonia, cada cuatro años, previa a la Olimpiada en turno

 

= Representa el robo del fuego a los Dioses a favor de la humanidad

 

= Constituye también el enlace entre la antigüedad y la era moderna

 

= Presentes en el acto, de cara a los Juegos de Río de Janeiro-2016

 

Todavía era de madrugada, cuando abandonamos las instalaciones del hotel “Arty Grand”, de Olimpia, para trasladarnos a la legendaria ciudad sagrada, del mismo nombre, a fin de poder tener una experiencia privilegiada: ser testigos, al amanecer, del encendido del fuego olímpico, que iluminaría, meses más tarde, la Olimpiada de Brasil 2016. Estábamos a fines de febrero y hacía frío en tierras helénicas.

 

Habíamos llegado a Olimpia al atardecer de un día antes, luego de un largo viaje por tierra, desde Atenas, a través del Peloponeso griego, lo cual nos permitió conocer el canal de Corinto; admirar el santuario de Asclepios; el teatro de Epidauro y observar la tumba de Agamemnon, en Micenas. Todo ello, de un misticismo, impresionante.

 

La ceremonia del encendido del fuego olímpico se desarrolla cada cuatro años, en la vieja ciudad de Olimpia, en un espacio comprendido entre las ruinas del templo de Zeus y lo que fue el estadio, donde se llevaban a cabo los Juegos Olímpicos de la antigüedad. Un estadio, cuya pista se mantiene en excelentes condiciones y que se convierte en una locación ideal para la foto del turista.

 

El acto representa el robo del fuego a los Dioses, por parte de Prometeo, para entregarlo a la humanidad y contribuir así a su progreso y purificación. Significa, también, el enlace de los juegos de la antigüedad, con los de la etapa moderna, iniciados en 1896, justamente en Atenas.

 

La ciudad está plagada de ruinas, en medio de árboles gigantescos y de extensa vegetación. Si a esto se suma la atmósfera imperante da como resultado que estamos justo en medio de uno de los lugares más hermosos de la creación y de alto contenido espiritual.

 

La ceremonia arranca con las primeras luces del amanecer: izamiento de las banderas de Grecia, Brasil y del Comité Olímpico Internacional, a los acordes del himno olímpico. Está presente, el titular del COI, el alemán Thomas Bach; los alcaldes de las ciudades de Olimpia y Atenas (Giorgios Kaminis) y una numerosa delegación del gobierno de Brasil, anfitriones de los Juegos de verano 2016.

 

Olimpia

 

Hay toda una serie de rituales: danzas helénicas, música de aquellos tiempos y evoluciones plásticas, para recibir a la Suma sacerdotisa griega, que tiene a su cargo el papel principal. La sacerdotisa es escoltada por un grupo de jóvenes mujeres, todas vestidas de túnicas blancas, con participación específica durante el ritual.

 

Los primeros rayos del sol naciente, rebotan en un gigantesco espejo cóncavo; se multiplican y se dirigen al pebetero, de donde surge el fuego olímpico, entre el clamor y la emoción, hasta las lágrimas (¿por qué no?) del público, que ha tenido la fortuna de ser testigo de tan especial acontecimiento. La sacerdotisa enciende la antorcha; la muestra a los cuatro puntos cardinales y acompañada por su corte, activa la que sostiene la atleta, responsable del primer relevo, en lo que será una larga trayectoria hasta la ciudad de Río de Janeiro, en Brasil.

 

Antes, la antorcha recorrerá las principales ciudades de Grecia, para llegar hasta el Estadio Panaticaino, en Atenas, y luego seguir su viaje por Europa, antes de continuar al continente americano, sede de la nueva Olimpiada. El estadio Panaticaino fue el escenario de los primeros juegos olímpicos de la era moderna y se conserva en estado inmejorable. Una de las paradas obligadas en el tour por la capital de Grecia.

 

En 1968, en una ceremonia similar, renació el fuego Olímpico, que se apegó a la ruta del navegante Cristóbal Colón, en su viaje hacia la ciudad de México. El fuego llegó a nuestro país, por el puerto de Veracruz, donde los mejores nadadores mexicanos lo llevaron a tierra firme, para seguir su viaje hasta la capital, previa parada en Teotihuacan, donde se vivió, en el 68, un espectáculo sin parangón.

 

Aquí, la mística ceremonia ha concluido y gradualmente se despeja la vieja ciudad de Olimpia, lo que da margen a recorrer, al detalle, lo que fue, hace muchos años, una imponente civilización, capaz de rivalizar con el gran Imperio Romano, el Otomí y el egipcio, quienes se disputaban el dominio del mundo, en una época de la humanidad.

 

Hoy son solo ruinas. De hecho, ninguno de los grandes monumentos están en pie; pero esas ruinas constituyen un mudo testigo de la grandeza de la civilización griega, todavía en los tiempos de Cristo.

 

Avanza el día y es momento de retomar el tour que nos llevará por otra parte del Peloponeso, hasta la ciudad de Delfos, donde cruzaremos, a través del estrecho de Rion a Antirión, sobre el puente colgante más grande de Europa. Delfos – también conocida como el centro del mundo – incluye en su programa: visita al Oráculo de Apolo, en el monte Parmaso; la escultura de bronce llamada “El Auriga de Delfos” y las fuentes de Castalia y Marmaria, durante el trayecto.

 

Visitar Grecia y sus maravillas de la antigüedad vale la pena por si mismo y es un destino imperdible para quienes tienen a los viajes como su principal afición. Ser testigo, sin embargo, del encendido del fuego olímpico, es una experiencia imborrable.