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Por: Jorge Luis Telles Salazar

 

= Itinerio opuesto al de Moisés en su viaje a la Tierra Prometida

 

= Y en el fondo del mar, los carruajes del Faraón Ramsés II

 

= Crucero por el Nilo; experiencia única para los egiptólogos

 

= Las pirámides, agasajo visual y de alto contenido espiritual

 

El viejo y desvencijado avión vuela tan bajito sobre el Mar Rojo que da la sensación de que el agua se puede tocar con la mano y con un poco de imaginación hasta podríamos observar, en su profundidad, los restos de los carruajes de Ramsés, atrapados en el torrente, cuando Moisés le pidió a Yavé que protegiera al pueblo hebreo de la furia del Faraón. En aquel tiempo, el mar se abrió, para dar paso a la grey de Dios y se cerró justo cuando salía de la brecha el último judío. En su mayoría, en cambio, el ejército de Ramsés pereció bajo la furia de las aguas, según el libro “El Exodo”, del viejo Testamento.

 

Miles de años atrás, Moisés caminó, al frente de su pueblo, por toda la península del Sinaí – en cuyo monte recibió los Diez Mandamientos – para internarse en las veredas de lo que es hoy Israel, Jordania y Palestina, en búsqueda de la tierra prometida.

 

Por nuestra parte, en la primavera del año 2013, cruzamos en diagonal el mar Rojo, en sentido opuesto a como lo hizo Moisés. Abordamos en la ciudad jordana de Aqaba (frontera con Israel, Egipto y Arabia Saudita) con destino a una de las ciudades egipcias más impresionantes: Luxor. De hecho, todas lo son; pero Luxor ocupa un sitio especial, por albergar los templos de Karnak y Luxor, simbología plena de la cultura egipcia. La más avanzada de la antigüedad.

 

El programa para Egipto considera una estancia de seis días, con la totalidad de sus atractivos incluidos. El tour contempla un crucero de cuatro días sobre las aguas del río Nilo, con paradas en Tebas (Valle de los Reyes), Esna, Edfú, Kom Ombo, Aswan y Abu Simbel; ésta, contruída por Ramses Segundo, a un lado de la que es, hoy dìa, una de las presas más grandes del continente africano. En Aswan, un tren, tan viejo como el avión, nos conducirá a El Cairo, la joya de la corona.

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Al momento de tomar el avión en Aqaba, hemos visitado ya los puntos de mayor interés de Israel, Palestina (Belem, Jericó y la posada del Buen Samaritano) y Jordania. Nos queda todavía Egipto, que es una de las partes más emocionantes del viaje y ahí estamos, al caer la tarde, en el pequeño aeropuerto de Aqaba, tras un recorrido por una parte del desierto de Wadi Rum, cuyos escenarios sirvieron como locaciones para la laureada película “Lawrence de Arabia”. El arribo del aeroplano y su colocación en el espacio de abordar, provoca alguna inquietud y mucha desconfianza, porque parece una pieza de museo aeronáutico. Nadie cree, en el fondo, que sea el nuestro; pero los guías nos confirman la realidad:

 

-Señores: ahí está su avión. Listos para el abordaje.

 

Sorpresas así son comunes en todos los viajes. Finalmente nadie se asusta por ello.

 

Por fortuna, el vuelo transcurre sin contratiempos y una hora después aterrizamos en la ciudad de Luxor, donde el trámite migratorio es sencillo. Ahí mismo se adquiere la visa, a un costo de 20 dólares por persona. El hospedaje, a pensión completa, a bordo del barco, atracado, como muchísimos más, a orillas del rìo Nilo. La comida a bordo es excepcional.

 

-¿Le parecen muchos? – observa nuestro guía.

 

-Pues no son ni la décima parte de los que teníamos en operación hace algunos años. Los conflictos internos han tirado el turismo en Egipto. La economía aquí es un verdadero desastre.

 

El recorrido por Egipto, siempre por el Nilo, resulta ser, como se esperaba: una experiencia fascinante. Más allá de los vendedores de souvenirs, cuya persistencia es admirable, la atención al turismo es altamente profesional. Saben que es la solución a la crisis económica y tratan de reactivarla a través de todos los medios posibles.

 

Así, en Tebas, visita a las tumbas de los faraones y sus esposas – en ninguna de ellas hay restos algunos; con el paso de los años el zaqueo ha sido bestial -, el templo de la reina Hatshepust y los colosos de Memmon. En Edfu, la cabeza de Halcón, Horus (el mejor conservado del país) y en KomOmbo, el templo a los dioses Sobek y Haroeris. Tour de madrugada para viajar hasta Abu Simbel y regreso a Aswan, para un paseo en “Faluca” (bote de vela egipcio) alrededor de la isla Elefantina, antes de tomar el tren que nos conduciría a El Cairo.

 

El tren hacia la capital del país no está, ni por asomo, a la altura de los del continente europeo; pero nuestros lugares están en la clase “pulman”, dormitorio y cena incluidos. El viaje, paralelo al río Nilo, dura toda la noche y a eso de las 8 de la mañana, entramos la bulliciosa ciudad de El Cairo. El traslado a Giza, donde las pirámides, es inmediato, para aprovechar todos los minutos del día. La expectación por conocer las pirámides, es creciente en todo el grupo. Para la inmensa mayoría de ellos, un sueño a punto de convertirse en realidad.

 

Y ahí están, frente a nosotros, las pirámides de Keops (una de las siete maravillas del mundo), Kefrén y Mijerinos. Y a la distancia, orientada a la ciudad de El Cairo, la enigmática esfinge, cuyo rostro destruido a la mitad es un misterio no cabalmente revelado.

 

Observar las pirámides en todo su esplendor, es un regalo para la vista y todo un agasajo espiritual, solo comparable – de cierto modo – a cuando se presencia, por vez primera, la torre Eiffel, en París; la torre de Londres; la Mezquita de Santa Sofía, en Estambul; la catedral de San Basilio, en Moscú; el coliseo, en Roma; el Corcovado, en Río de Janeiro o la gran muralla china, por ejemplo.

 

La visita a las pirámides, ubicadas en el comienzo del desierto del Sahara, pero ya prácticamente en la ciudad de El Cairo, es corta en tiempo; pero suficiente para verlas una y otra vez; llenarse de ellas; tomarse foto tras foto y pasear a lomo de camello hasta la Esfinge, punto donde la gráfica es insuperable: la Esfinge en primer plano, con las pirámides de fondo.

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Además de las pirámides, hay mucho que ver en esta ciudad de locos que es el Gran Cairo, con sus 20 millones de habitantes y un tráfico vehicular desquiciado a toda hora del día, sin respeto a las más elementales reglas de tránsito. Cientos de mercados al aire libre, abarrotados de gente; grandes centros comerciales; la plaza Taharir – sede de protestas y celebraciones -; edificios viejos y derruídos y construcciones modernas, como en todas las ciudades del mundo.

 

Ya es el último día; pero tan solo el recorrido por el Museo de Historia de Egipto, llena la agenda: miles de piezas; entre las más importantes, los tesoros del faraón niño, Tutankamon. Y cerramos con la ciudadela de Saladino, la Mezquita de Mohamed, la iglesia de la Sagrada Familia y el Bazar Khan El Kahalili.

 

Habitualmente, Paris es la ciudad a visitar, en el primer viaje al extranjero. El Cairo, podría ser, sobradamente, la siguiente opción.

 

Sin más complicaciones.