La montaña

Covid-19, tareas y responsabilidades

columna oscar

Falleció Norma Picos, madre de Abraham Hernández

y tía de Jorge y Juan Emerio, desaparecidos de Las Quintas (1996).

Nunca encontró a su hijo ni a la maltrecha justicia que prometió devolvérselo. 

 

La partida de Norma Picos nos deja algunas lecciones tintas en sangre. Con su callado y fino proceder, se convirtió en el alma de ese movimiento social que reclamó la presentación de los jóvenes Juan Emerio, Abraham y Jorge. Ellos habían estado en la casa de Rolando Andrade la madrugada del 30 de junio (donde se suscitó un conflicto). Fueron ubicados después de retirarse de allí y desaparecidos. Búsquedas, plantones y protesta social, no pudieron contra la corrupción policial y las complicidades del Gobernador Renato Vega con la familia Andrade.

De toda aquella terrible experiencia, creímos que al menos el fenómeno de la desaparición forzada ya no sería el mismo. Nos equivocamos. El Estado siguió participando y permite que los particulares lo hagan con la misma impunidad que él. Apenas el 25 de septiembre siguiente, desaparece el empresario Rómulo Rico Urrea y queda al descubierto la autoría del general Jesús Gutiérrez Rebollo.

Ahora nos quedamos perplejos por declaraciones a los medios de parte del Consejo Estatal de Seguridad Pública. Nos dicen que el delito de homicidio cayó un 17 por ciento en 2019 respecto a 2018 y que este año pinta para que no lleguemos a las 800 muertes violentas.

Y si no vamos más allá en la búsqueda de información y explicaciones, la verdad es que no deja de alegrarnos; pero los mismos medios nos informan en que en los últimos 3 años el número de denuncias por desaparición forzada es de 3 mil 765 y que de enero a junio de este aciago 2020 llegan a los 600 casos.

Noroeste destaca estos últimos números, acompañados del comentario de que muchas de las desapariciones terminan en homicidios. Debemos estar muy claros: no sólo se ha profundizado el delito de desaparición forzada, sino que este tiene un vaso comunicante inquebrantable con el de homicidios. Para que el aplauso calle y el análisis más profundo sobre el delito tome el lugar que le corresponde. La ubérrima tierra sinaloense guarda en su seno muchos secretos llenos de dolor, que las Rastreadoras, Sabuesos, Voces Unidas por la Vida y otros grupos de familiares desentrañan a diario. Esos tesoros encontrados o por localizar, como ellos los llaman, sin ser todos los desaparecidos, confirman lo que señalamos.

Es una pena que en la visita del Presidente Andrés Manuel a Sinaloa este punto de vista no haya tenido su debido espacio. El Gobernador Quirino presentó las cuentas en materia de seguridad y salud como se registran oficialmente y el Presidente señala que somos de las entidades federativas con menos inseguridad. ¿No hay ningún análisis en las manos de Alfonso Durazo y de Alejandro Encinas, que implique otra arista en la visión de los problemas de seguridad? Me consta que Encinas ubica muy bien el problema de las desapariciones y su relación con los homicidios. ¿Por qué ese punto de vista no está en las consideraciones de AMLO?

Agrego un dato que nos permite ver que ni en el registro de hechos violentos tenemos la precisión que la ciudadanía reclama: el pasado día 24 de junio hubo dos masacres que oficialmente terminaron en la pérdida de 16 vidas humanas. La autoridad entregó a los familiares los cuerpos de esas personas. Esta semana se presentó ante la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa, la mamá del joven José Humberto García quien, según su dicho, era compañero inseparable de “Valentín”, una de las víctimas en las inmediaciones de La Mojonera. Pedía que la Fiscalía le permitiera ver los cadáveres de las víctimas del 24 de junio o sus fotografías. Ya revisó las fotos y no está José Humberto.  Ya pasaron seis semanas y tampoco ha regresado a casa. ¿Dónde quedó este joven? No podemos sólo decir con Benedetti “la desaparición no es una muerte sino un vacío” y simplemente cruzarnos de brazos.

Por lo demás, la crisis del coronavirus replantea todo lo que debemos y tenemos que hacer. El Covid-19 y la recesión económica que asomó cabeza desde el año pasado, desnudan algunos de los problemas locales: los comerciantes del Centro Histórico, los policías municipales pensionados y que siguen en ayunas de su prima de antigüedad y el personal de salud sin base laboral y sin mayor protección en su trabajo que hoy implica riesgos. Ellos se plantaron ante las instalaciones del Sauz donde fue la “mañanera” del Presidente AMLO. Hubo expresión favorable hacia los reclamos del personal sanitario, ojalá les cumplan; pero para los otros dos sectores las cosas requieren de una actitud diferente a la que ha tenido el alcalde de Culiacán con ellos. Es cierto que le faltan recursos al Ayuntamiento para resolver de un jalón las primas de antigüedad, pero en el trato para los ex policías y para los comerciantes le ha sobrado vocación de pugilista a Estrada Ferreiro.   

Esto me envía Martha Vega, una de las Madres de los heroicos años setenta: “Hace tres semanas falleció doña Esthela Valenzuela Hurtado, una de las fundadoras de la Unión de Madres con Hijos Desaparecidos, sin encontrar en esta vida verdad y justicia, siempre con la tristeza de la ausencia de su hijo, que le fuera arrebatado por militares, cuando sólo contaba con 16 años. Nos estamos yendo poco a poco, sin encontrar a los nuestros, con dolor y sin paz”. Esto, definitivamente, no puede continuar así. Vale.

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