Ojalá Dios mejore de su sordera.
Mario Benedetti
Este 27 de enero se conmemoró el XXII aniversario luctuoso de Jorge Aguirre Meza, compañero entrañable en la defensa de los derechos humanos. Su muerte sigue impune, pero su ejemplo sigue brillando en cada tarea y en cada caso que atienden los activistas de derechos humanos. Éstas fueron mis palabras en su merecido homenaje.
Jorge, difíciles días los que vivimos hoy. En tu tiempo nunca imaginamos que pasaríamos por una crisis sanitaria como la presente y menos acompañada de una recesión de la que no saldremos bien librados antes de unos cuatro años más. En medio de la pandemia de Covid-19 que mantiene en vilo al mundo entero, nuestro pensamiento nos lleva a reflexionar que somos tan frágiles que esta crisis sanitaria es como el “viento que nos lleva desnudos desde el suelo y quien sabe hasta (y hacia) dónde”, como dijera Mario Benedetti.
Sólo dos momentos ponen en riesgo la vigencia plena y total de los derechos humanos: un conflicto armado como la II Guerra Mundial y la pandemia que hoy padecemos. No es algo grato vivirlo Jorge, pero nos hubiera dado mucho gusto que estuvieras con nosotros en estos días de guardar. ¿Sabes por qué? Porque las diferentes medidas que desde las autoridades de salud y políticas se han tomado para gestionar las crisis gemelas que vivimos, han demandado de toda nuestra imaginación y capacidad creativa para emitir recomendaciones, medidas cautelares y toda clase de propuestas, con el fin de evitar en lo posible, violaciones mayores a los derechos ciudadanos, cuando no daños irreversibles a los mismos.
Tu pensamiento fresco y febril hubiera encarnado en contundentes e imaginativos documentos urgiendo a las autoridades a proteger a los amplios grupos sociales, cuyo desamparo fue mayor en la medida en que se profundizaban la pandemia y la crisis económica. Hemos salido adelante, no sin dificultades, pero estimulados con tu memoria y ejemplo. Donde quiera que te encuentres, debes estar seguro que hemos estado pendientes de quienes quedaron desempleados al ser enviados a casa o con ingresos menores a los anteriores a la crisis, de quienes tuvieron que cerrar sus micro y pequeños negocios al venirse encima la pandemia. No podíamos hacer menos, si pensamos, sobre todo que en México, como en el mundo, las consecuencias económicas de la pandemia han borrado de un doloroso jalón los tímidos avances logrados contra la pobreza extrema y que eran parte de los compromisos llamados del milenio.
Además de los cuidados a los que nos obliga este terrible mal, hemos adquirido por obligación la costumbre de desayunar amarga sopa de estadísticas, pues los números nos dicen cómo anda el mundo y con qué tropiezos se encamina nuestro país. Y este día no ha sido la excepción, pues el amanecer nos trajo la amarga nueva de que ya arribamos a los 100 millones 923 mil 282 de personas contagiadas en el planeta y a los 2 millones 169 mil 489 fallecidos por coronavirus. Y el caso de México no es menos grave, pues hoy se registran 1 millón 788 mil 905 casos de contagio y 152 mil dieciséis decesos por Covid-19. Contamos muertos y tragedias Jorge, en lugar de alcanzar el descanso de final del día con las historias que nos recuerda Agustín Yañez en su Flor de juegos antiguos o con las tallas de Belén Torres.
Podemos informarte que hubo ayuntamientos con buenas reacciones ante la masa de ciudadanos que no tenían alimentos durante el confinamiento. Así lo hicieron Salvador Alvarado (a cuyo presidente le costó la vida), Navolato y de alguna manera Culiacán. Pero la Comisión se la jugó en esos días; así como tú lo hubieras hecho Jorge: teléfono en mano tocamos hasta las puertas del infierno, para solicitar despensas y ponerlas en casa de las familias más vulnerables. Tuvimos buena respuesta, pues la solidaridad aún es moneda de regular circulación entre amplios sectores de la población. Nuestra Comisión no dejó de atender quejas y peticiones ciudadanas, de manera virtual o presencial. Es nuestro orgullo.
La pandemia ha evidenciado las grandes fallas que heredamos del pasado inmediato: el modelo neoliberal se dedicó a la privatización de todos los bienes públicos en el mundo, incluidos los sistemas de salud. Y así nos ha ido. Nuestro sistema de salud pública prácticamente estaba en terapia intensiva cuando llegó el nuevo gobierno, por fortuna durante 2019 se terminaron de construir unos 130 hospitales que los regímenes anteriores dejaron a medio camino. De no haberse hecho, la pandemia nos hubiera encontrado en un desamparo mayor que la Comala de Juan Rulfo.
Eso no es todo Jorge Aguirre, pues la aparición de vacunas para atajar la pandemia trajo consigo de manera natural una esperanza. Pero la existencia de vacunas no garantiza por sí solas que lleguen a todos. Hay lecciones que no hemos aprendido a pesar de tantos tropiezos con la misma piedra. La OMS describe descarnadamente la situación de hoy: hay un fracaso catastrófico moral, pues el 95 por ciento de las vacunas aplicadas se concentran en sólo 10 países. La institución busca asegurar con laboratorios una parte de la producción de vacunas, para que el 20 por ciento de la población más vulnerable de 170 países, los que pudiéramos llamar como Franz Fanon “los condenados de la tierra” (los pobres entre los pobres), eviten la muerte de millones de sus habitantes. Ojalá se logre Jorge, porque si el egoísmo de los laboratorios y de los países ricos se impone, es “como si el cielo se incendiara en el horizonte”, en La noche boca arriba, de Julio Cortázar.
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