Agenda Política

Amigos de Colosio, Aspiraciones Sepultadas en Magdalena de Kino

columna jorge luis telles circular

 

= José L. Soberanes, entre los más cercanos al candidato.

 

= También: Galindo, Juan Burgos Pinto y “Mao Frías”

 

 

= Las balas de Aburto mataron muchos sueños también

 

 

Concluía mi jornada de trabajo como director general de El Sol de Sinaloa y trataba de dejar todo en orden para el traslado a casa a disfrutar de la cena y a reponer energías para usarlas, de nuevo, al día siguiente. Ya era tarde, aquel 27 de diciembre de 1993, cuando recibí una llamada telefónica de la ciudad de México: del otro lado de la línea, José Luis Soberanes, el íntimo amigo de Luis Donaldo Colosio, ya precandidato del PRI a la presidencia de nuestro país.

-Jorge Luis – me dijo Soberanes -: me interesa platicar contigo. ¿Podemos desayunar mañana, allá en Culiacán?

-Por supuesto – contesté -: ¿hora y lugar?

-Mira – indicó - ¿Qué te parece si nos vemos en el restaurant del hotel San Luis, a un lado de La Lomita? Tomo el primer vuelo y estaré ahí entre 8. 30 y 9 de la mañana. Si llego un poco tarde, te suplico me esperes. Ya ves como son las aerolíneas.

-No te preocupes…Ahí nos vemos.

De José Luis Soberanes se decía que era el sinaloense más cercano a Luis Donaldo Colosio. Esas apreciaciones eran erróneas: no era solo eso; era de los amigos íntimos del precandidato presidencial. Posiblemente uno de los tres más allegados a Colosio; su esposa, Diana Laura; sus padres y sus dos pequeños hijos: Diana y Luis Donaldo.

En esta condición, los políticos sinaloenses ya veían a Soberanes como un posible secretario de Gobernación y sin duda, el sucesor del entonces gobernador Renato Vega Alvarado, años después.

Así de sencillo.

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Bien.

Al siguiente día, 28 de diciembre, llegué temprano al punto de la cita. El restaurant estaba lleno a su máxima capacidad. Era el desayunadero de moda y las mesas estaban prácticamente acaparadas por los políticos del momento. Los huéspedes del “San Luis” tenían que esperar turno o de plano, buscar otro lugar.

A eso de las 8. 45 de la mañana, apareció José Luis en el umbral de la puerta y la politicada, que no esperaba tan agradable sorpresa, materialmente enloqueció.

Todos – bueno casi todos -, en tropel, se abalanzaron sobre Soberanes a quien tundieron con sonoros abrazos al tiempo que le dedicaban las frases de costumbre, mientras José Luis me buscaba con la mirada (meses atrás me lo había presentado un amigo común: Sergio Rodríguez Sarmiento) y me hacía señales de paciencia con su mano derecho. Tardó rato en llegar a la mesa y ordenar, de entrada, el clásico café.

Ya sentado, seguía el desfile.

Invariablemente, querían una plática con él; un desayuno, un café o “solo un par de minutos”. Uno de ellos, más persevarente, insistía en llevárselo a mediodía a Altata porque “tenemos más tarde una comida con Renato (el gobernador) y le encantaría saludarte: ya ves que él es “colosista” a morir”. (Meses después, la inusitada popularidad de Soberanes vendría a la baja hasta extinguirse casi por completo, por obvias razones).

José Luis declinó la invitación porque ya traía “agenda llena” y tras disculparse amablemente, inició la plática con el columnista; por se tiempo, influyente titular del rotativo arriba mencionado, todavía con un buen lugar en los mercados periodísticos de esta ciudad capital.

Soberanes sería el responsable de las finanzas de la campaña de Colosio; Ernesto Zedillo – ex secretario de Educación del gobierno salinista -, el coordinador general.

La pregunta más que obvia, entonces:

-¿Cómo es tu relación con Zedillo?

-Fría, por no decir inexistente – me comentó -: yo no tengo nada que ver con él; mis acuerdos son directamente con Luis Donaldo, sin pasar ningún tipo de filtros. No es correcto que te lo diga; pero prácticamente, cada quien anda por su lado.

-¿No se tragan pues?

-Mira – contestó -: me acusa con Luis Donaldo de que yo le quiero poner la pata en el cuello; que le obstaculizo sus asuntos y que le cierro los caminos. Cierto, no somos los grandes cuates; pero no es así. Yo lo que busco es facilitarle las cosas a Luis Donaldo y que a él todo le salga bién.

Agregó:

-Ahora que tampoco me voy a dejar. Ya ves como son las campañas: tampoco me voy a dejar. A como me jueguen voy a jugar. Eso sí, siempre cuidando celosamente a mi candidato y trabajando sin descanso para llevarlo a un triunfo arrollador en la próxima elección.

¿Qué le parece?

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Y bueno.

La historia es bien conocida por todos.

Tras los lamentables hechos de Lomas Taurinas, la vida, la trayectoria y las expectativas políticas de José Luis Soberanes – a quienes no pocos veían ya como el gobernador de Sinaloa a partir del primero de diciembre de 1999 – sufrieron un vuelco brutal, trágico, inesperado.

José Luis no estaba en Tijuana, la noche del 23 de marzo de 1994. Luego de acompañar a Colosio aquí en Culiacán, regresó a la capital del país a atender asuntos del candidato, al tiempo que Luis Donaldo abordaba, en el aeropuerto federal de Bachigualato, la pequeña aeronave que lo llevaría primero a La Paz y luego a su cita con el destino.

Hay que recordar que Diana Laura Riojas, la esposa del abanderado priista, también había viajado a Tijuana (a donde llegó casi al momento de la tragedia), de tal modo que Soberanes, tan pronto conoció la noticia, se desplazó a la casa de los Colosio, en la ciudad de México, para manejar la situación, en la medida de lo posible, con los pequeños hijos de Luis Donaldo, en lo que fue – recordaba después – “una noche de pesadilla”.

A eso de la madrugada, Soberanes recibiría, en el aeropuerto de la ciudad de México, el cuerpo inerte de Colosio; supervisaría el homenaje en el edificio del CEN del PRI y su posterior traslado a Magdalena de Kino, donde recibiría cristiana sepultura y donde quedarían enterrados, también, los sueños de José Luis y de otros sinaloenses, que también estaban en los afectos del sonorense: Heriberto Galindo Quiñones, Juan Burgos Pinto, Fernando Díaz de la Vega, Mario Frías y Jorge Medina Viedas, entre otros.

Un par de días después, Ernesto Zedillo Ponce de León era el candidato emergente, por designio del presidente Salinas de Gortari. En realidad todas las cartas de Salinas estaban constitucionalmente inhabilitadas (solo faltaban cuatro meses para la elección) y no le quedó de otra: Zedillo.

La última pala de tierra al ataúd.

Finalmente, a Soberanes no le fue tan mal. De manera irónica y despectiva, alguien bautizó al grupo como “Las Viudas de Colosio” y casi todos tuvieron algún espacio en la administración pública federal: José Luis fue postulado como candidato a senador de la República, en fórmula con Juan S. Millán Lizárraga, a la postre el candidato a la gubernatura en 1998, tras ganarle la contienda interna a Lauro Díaz Castro. José Luis, lamentablemente, ni pintó y se retiró gradualmente de la actividad política.

La clásica historia de lo que pudo haber sido y no fue.

Una historia de la vida real

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