La montaña

Coronavirus y la necesidad de equilibrios

columna oscar

 

En resumen, la mejor política de salud

hunde a la economía en una parada repentina.

Michael Roberts

 

Ni morir de virus ni morir de hambre. Hay alternativa. Así dicen crecientes voces en Brasil y en muchos rincones del mundo. La evolución de la presente crisis civilizatoria demanda equilibrios urgentes en las políticas públicas. Nos mandan a confinamiento bajo las consignas de “quédate en casa” y “sana distancia”. No está mal la medida de contención que busca ponerle trancas al virus que primero se manifestó tan violentamente en la hermosa ciudad de Wuhan, pero al remitirnos a casa, ¿Qué comerán los 19 millones en pobreza extrema, los desocupados y los que están siendo desempleados ahora por las empresas en México?

 

Nos asusta lo que vivió China y lo que pasa en Italia, España, Francia y en EU con el fenómeno del Covid-19. Y con mayor razón si sus pasos se confunden con los nuestros a cada pisada. Pero el Estado mexicano, como los otros, sigue cometiendo dos errores: seguir a pie juntillas el modelo de predicción matemática presentado por el Imperial College de Londres, sin escuchar para nada a reputados científicos como Pablo Goldschmidt, Wolfgang Wodarg, y Manuel Elkin. La visión catastrofista pudo más ante los ojos de quienes gobiernan que la serenidad científica de los mencionados.

 

Nos asusta la situación de que nuestra salud esté amenazada, pero no terminan allí nuestras tribulaciones. "Esto se va a parecer mucho a una economía de guerra", nos advierte Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Cepal, pues la pandemia —Dice: aumentará el desempleo y la pobreza en América Latina. Las proyecciones preliminares de la institución indican que el impacto sobre el PIB de América Latina puede ser del -1.8 por ciento, sin descartar hasta el -3 por ciento.

 

El G20 ha reunido virtualmente a sus miembros (que representan el 85 por ciento de la economía mundial) y decide movilizar fiscalmente más de 5 billones de dólares para enfrentar la crisis (más del 6 por ciento del PIB mundial). Mientras el FMI informa que 81 países han ocurrido por préstamos para paliar la situación, 31 de ellos son de mediano ingreso. El tamaño de la movilización de recursos habla de la dimensión del problema que enfrentaremos en materia económica.

 

Por todo ello, la economía política debe ser escuchada, porque la contingencia de salud puede durar uno, dos o tres meses, pero la recesión en camino no terminará en un trimestre, puede profundizarse con la contingencia y la recuperación será de largo plazo: años. En las decisiones para gestionar la crisis, el gabinete conductor debe estar formado por autoridades de salud y economía.

 

Pero estando en medio del ojo del huracán de esta crisis civilizatoria, hay un problema que no podemos dejar de mencionar: algunas de nuestras libertades y derechos humanos fundamentales han quedado en suspenso. No hubo declaratoria expresa, pero lo hemos aceptado sin mayor cuestionamiento. Como la libertad de desplazamiento, el derecho al trabajo, a tener un ingreso seguro y a la seguridad ciudadana nos han costado muchas generaciones de lucha y vidas, sacamos cuentas positivas y consideramos que será pasajero; pero la terca mula de la vida nos obliga a preguntar, ¿eso durará mientras se gestiona la crisis? Ojalá, porque por bien de la humanidad los derechos humanos no deben perder vigencia en ningún momento. Sería el peor retroceso en los últimos tres siglos.

 

Darren Schulte, importante analista en materia de salud, ante el derrotero de no tener aún vacuna para el COVID-19, plantea la certeza de que debe haber un equilibrio entre la “salud pública y la seguridad y las consecuencias de interrumpir la vida diaria”. Sin perder de vista lo planteado por Schulte y la preocupación de Alicia Bárcena, agregaríamos que el marco en que se dará esa situación es el de una deuda planetaria equivalente a 2.5 veces el PIB mundial. Que en el caso de México alcanza casi el doble del presupuesto nacional (unos 10 billones de pesos). De las dificultades que enfrentaremos en el último trimestre de 2020, aún no tenemos idea, pero comulgamos con el sentimiento de Alicia Bárcena de que los aprietos de nuestra economía pueden llegar a la contracción de un -3 por ciento de la economía este año.

 

Por todo ello, seguimos insistiendo en la necesidad de buscar cuidadosamente los equilibrios en cada momento de esta crisis. Al escribir esto se declara la situación de emergencia nacional por el gobierno federal y al ver los despidos crecientes, el cierre de micro y pequeños negocios, no dejamos de pensar en lo que deja una parálisis económica. No entramos a discutir si es un shock de oferta o de demanda. Retomamos lo que el aún joven Marx plantea a Kugelmann en julio de 1868: “Hasta los niños saben que una nación que deje de funcionar, no ya un año, sino incluso unas semanas, perecería". Junto a la necesidad de valorar la dimensión de la crisis sanitaria, no dejemos de valorar los posibles alcances de una crisis económica que el BM, el FMI, la CEPAL y especialistas aceptan como peor que la de 2008-09. No perdamos el control sobre las variables de la crisis sanitaria, pero que tampoco esta nuble nuestra vista frente a la severa recesión que ya tocó a nuestras puertas desde 2019. Ni morir de virus ni morir de hambre. Hay alternativa. Vale.

 

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