columna oscar

La pandemia de Covid-19 eventualmente retrocederá,

pero no puede haber una vuelta atrás a los negocios como siempre.

Teneos Adhanom G/OMS

 

Por las consecuencias que tiene, insisto: vivimos una pandemia sin precedentes. Tiene un registro de inicio (al menos del primer paciente), y ha desarrollado una curva de evolución tan endemoniada en la que pospone una y otra vez el pico o punto cumbre, a partir del cual debe retroceder y aplanarse el agresivo crecimiento del coronavirus. No hay aún vacuna ni medicinas contundentes contra el Covid-19, por lo tanto tampoco tenemos certidumbre sobre el tiempo en que cantaremos victoria.

Y no ha faltado quien señale que este coronavirus evoluciona genéticamente, lo que lo volvería más peligroso; pero tampoco hay pruebas contundentes. Una certeza es que no conocemos completamente a este funesto huésped que el 17 de diciembre de 2019 dio el primer aguijonazo en Wuhan. Mucho de su perfil está por identificarse y no pocos días y tropezones costará encontrar el remedio y las trancas que lo detengan. Por todo ello bien vale la pena que todos nos detengamos reflexionar sobre los orígenes de este bicho, las circunstancias en las que invade la vida humana, la capacidad de respuesta que tenemos y lo que la sobrevivencia exige para salvarnos como especie y civilización.

La capacidad infinita de depredación de una parte de la especie humana ha llevado a reducir los hábitats de otras especies y de segmentos de la propia. Las consecuencias no se hicieron esperar: la conquista y colonización de América, el tráfico de esclavos de África o la amenaza de colapso ecológico sobre Irlanda (Grieta del Éire), que redujeron al mínimo las poblaciones por explotación, guerras y enfermedades. En los últimos 100 años las cadenas de producción alimentaria que han formado los grandes monopolios en unos confines del mundo para el consumo de los países desarrollados en otras latitudes del planeta, han lastimado gravemente bosques, selvas, reservorios de agua y extinguido especies. En ese criminal trabajo, en el que está siempre por delante la ganancia, algunas de las facturas son: la malaria, el ébola, la gripe aviar, el A HıNı, entre muchos otros.

La pandemia desnuda, además, el funcionamiento del sistema económico: su antihumana concentración de la riqueza, la terrible desigualdad social que arrastra y sus contradicciones que le imponen crisis periódicas que multiplican el desempleo y la miseria. La caída del crecimiento económico viene de 2019, pero se profundiza con las medidas anti Covid-19. Estado y sociedad se han volcado a la gestión del coronavirus y la violencia criminal encuentra una coyuntura favorable para repuntar: Guerrero, Oaxaca, Sonora, Guanajuato y Sinaloa, lo confirman.

El Plan de atención para la emergencia que plantea 3 millones de créditos a micro y pequeños negocios y la creación de dos millones de empleos, no son suficientes para el tamaño de la crisis que vivimos y que el coronavirus desvela y profundiza. Si la pandemia se prolonga dos meses más, la caída del PIB puede llegar al menos a -8.5 por ciento. Un desplome de este nivel no sólo obliga a la suspensión del pago de las deudas injustas, ilegítimas e inmorales como la del Fobaproa y quiebres carreteros. Todo lo que padecemos debe llevarnos a pensar en las medidas pospandemia y posneoliberalismo.

Vivimos una crisis civilizatoria y la pandemia ha recorrido las cortinas que pudieran haber ocultado las costuras más finas de lo que fracasó del modelo de sistema económico, político y social. También explica muy claro que los beneficiarios de ese fracaso no darán un solo paso atrás. No aceptarán ningún cambio, como lo prueban las, acciones del BOA. Pero estos meses de confinamiento y de penas y sufrimientos para miles de millones de seres en el mundo y de decenas de millones de mexicanos, nos han enseñado que hay recursos de los que se debe echar mano y que debe haber límites a la concentración de la riqueza, si no queremos seguir con una masa trashumante de mexicanos en extrema pobreza.

El Estado mexicano ha marcado hasta donde pretende llegar en las actuales circunstancias. El Plan de atención a la emergencia es claro. Y no es malo, pero es insuficiente. Busca evitar el endeudamiento, pero no toca a los grandes capitales, bancos y sigue pagando deudas. Ataca la corrupción, pero no contempla la posibilidad de legislar sobre la propiedad social y los límites a la propiedad privada.

Los errores, acciones y omisiones incorrectas nos han costados vidas y contagios a granel, pero hemos aprendido (eso espero) que arribar a la “nueva normalidad” no es el regreso a como estábamos el día anterior de la pandemia: son nuevas condiciones. Las medidas sanitarias para salir a la calle, asistir a los comercios, centros de trabajo permitidos, entre otros, nos dibuja una nueva realidad y nos dice que tendremos que lidiar, por un buen tiempo al menos, con el coronavirus. Pero pensemos también en las cosas que implicaron el fracaso del modelo económico, social, político, cultural y ambiental que vivimos. Siempre hablamos de no repetición de hechos cuando exigimos al Estado justicia. Seguir sin cambiar es condenar a la inmensa masa de pobres a la exclusión infinita. Permitir a los monopolios mineros y agrícolas la actual agresión a la naturaleza, es abonar en favor de una próxima pandemia más peligrosa y terrible que la presente.

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