La montaña

Pandemia y cubrebocas

columna oscarPorque el miedo es el virus más letal de la época que nos tocó vivir.

Una recuperación medieval.

Gregorio Morán

 

¡Quién lo diría! El uso del cubrebocas es objeto de polémica pública hoy. Las opiniones entre autoridades sanitarias y políticas están divididas. Y el entorno nacional e internacional siguen invitando a caminar como si trajéramos los pies hispiados, molestos, lastimados. Es cierto que el estado de Nuevo León ya determinó la no obligatoriedad del uso del cubrebocas, medida que mantuvo vigente desde el día de la candelaria de 2021; pero cuando aún se desconoce el perfil completo de las diferentes variantes del coronavirus, es prematuro tirar la toalla sin concluir la pandemia y las tareas de combate que ello implica.

 

Si la OMS se ha quejado durante estos dos interminables años de que su alerta temprana del 30 de enero de 2020 muy pocos la atendieron, hoy podrá tener motivos de sobra para seguir lamentando que algunas medidas de prevención contra la pandemia han hartado a muchos y que las autoridades se vuelven laxas y hasta temerarias al dejar a criterio de los ciudadanos el uso o no del cubrebocas en los espacios públicos. No se ha esperado que las autoridades sanitarias nacionales en coordinación con la Organización Mundial de la Salud den por concluida la emergencia.

 

En el momento de la alerta temprana había no más de 100 casos y todos, de acuerdo a la información oficial, localizados en la ciudad de Wuhan, China. Seis semanas después el bicho estaba presente en 114 países, con 118 mil contagiados y había cobrado ya 4 mil 300 vidas. Hoy ha vuelto la preocupación en China por un nuevo brote, sin olvidar que África no lleva vacunado ni el 11 por ciento de su población y por dificultades en la logística se le han caducado 2 millones 700 mil vacunas. En esas condiciones y las que vivimos aquí, nadie puede asegurar que no habrá nuevos brotes. Más aún si el modelo económico depredador de la naturaleza y de las especies no se ha tocado ni superficialmente.

 

¿Qué historia y beneficios ha reportado el cubrebocas a la humanidad? Antes de entrar en el tema imaginemos a María Van Kerkhove, responsable de la lucha contra el Covid-19 en la OMS, manoteando el aire y diciéndonos desesperadamente: –¡Volverá a producirse! ¿Cuándo aprenderemos realmente? –Aún están frescas sus palabras. No las echemos en saco de indigente. Que es incómodo el cubrebocas, ni duda cabe. Pero los testimonios de la historia escrita nos hablan de su uso en distintas épocas, pues los tropiezos de salud son moneda de amplia circulación.

 

Los persas no nos dejaron manuales, pero si un mensaje contundente en sus panteones: las puertas de las tumbas del siglo VI antes de nuestra Era muestran imágenes cubriendo con tela nariz y boca, como protección ante las amenazas a la salud de los vivos. Si la alerta del 30 de enero llamada "emergencia de salud pública de alcance internacional" (PHEIC, en inglés) no nos sacudió el tapete, quizás la experiencia de los últimos 700 años si toque en serio nuestra conciencia. Los cadáveres de muertos por viruela fueron armas de guerra de los conquistadores ingleses en Canadá, los indios desconocían la enfermedad y la manera de defenderse de la misma. ¿hubo cubrebocas? No lo cuentan las tradiciones orales de vencidos y vencedores.

 

La peste negra o bubónica sacudió Europa, Asia y norte de África, entre los años de 1346 a 1353. Diezmó a la población en más de un 30 por ciento. El olor de la enfermedad y de la muerte obligaban a los que podían valerse por sí mismos a cubrirse nariz y boca, aunque no se explicaran muchas de las cosas que iban aparejadas con la pandemia. Los médicos empezaron a blindarse con mascarillas y trajes de cuero especial. Aunque ni Bartolomé de las Casas ni Francisco López de Gómara hablan en sus crónicas de cómo se protegía la población originaria en los días de la conquista española contra la contaminación de muertos insepultos, de la viruela y otras enfermedades que llegaron con las tropas de Hernán Cortés, ¿podemos imaginar a nuestros abuelos de la vieja Tenochtitlán a cara descubierta enfrentando la derrota, la peste española y la muerte? No bastaban las manos para cubrir el dolor de las pérdidas.

 

Diferentes épocas y crisis marcan a la humanidad o parte de ella con el uso del cubrebocas. Mánchester y Londres fueron víctimas del smog que sus selvas de fábricas expulsaban durante la Revolución industrial del siglo XVIII. Cubrir nariz y boca fue indispensable. La Gripa Española de 1918 volvió imprescindible el cubrebocas y los pañuelos desechables. Y los quirófanos reclamaron desde 1926 el uso obligatorio de los “barbijos”, como les dicen los argentinos. En los años 30 del siglo pasado en muchas urbes de Europa dos prendas eran herramientas de primera necesidad: el sombrero y el tapabocas. Los años 50 también fueron críticos por el aire contaminado y el uso del cubrebocas volvió por sus fueros. El año 2009 con su pandemia AH1N1 nos obligó a un nuevo ensayo sobre el incómodo, pero efectivo cubrebocas.

 

Este modesto instrumento sanitario tiene detractores y partidarios, pero su uso o su suspensión no debe obedecer a razones políticas, sino estrictamente sanitarias. Y es el Consejo Nacional de Salud Pública que, siguiendo los criterios de la OMS, quien tiene que determinar el fin de la emergencia y de las medidas que le correspondieron. No tenemos derecho a equivocarnos. Vale.

 

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