La montaña

Liga comunista, 50 años después.

columna oscarSiempre he creído en el talante subversivo

(antiestatal) de quienes leen libros.

David Huerta

 

La cita de los jóvenes rebeldes fue en Guadalajara. El lugar no fue gratuito. La ciudad era ya una metrópoli, adecuada y equidistante para los diferentes grupos convocados. Por eso y la generosidad de los anfitriones no hubo reparo para que la reunión constituyente de la Liga Comunista 23 de Septiembre se llevara a cabo en la Perla Tapatía. La ciudad en la que Miguel Hidalgo ejerciera el gobierno de la Revolución de Independencia por algunas semanas y en el marco de una sonriente primavera, varias experiencias guerrilleras fundaron un solo movimiento con presencia en las regiones norte, noroeste, occidente, centro y sur del país.

 

No pocos de los jóvenes que se dieron cita venían de los movimientos estudiantiles de 1965 en Michoacán y Sinaloa, 1966-67 en Sonora, 1968 y 1971 en diversas entidades de la República. Plantear nuevas formas de lucha no era una ocurrencia, pues en las coyunturas citadas se participó en las calles, en los centros de estudios y de trabajo. El Sistema político había cerrado las puertas a la participación masiva, independiente de los hilos de control del Estado y aún más a la posibilidad de abrir nuevos espacios a la participación llana y sin trabas de la ciudadanía.

 

Algunos de los grupos participantes venían de centros industriales como Monterrey, de estados con tradición de lucha como Chihuahua y Sinaloa. Nuestra tierra resultaba atractiva por las luchas universitarias y de los obreros cortadores de caña y de los piscadores de hortalizas de exportación. Por eso no fue ocurrencia que buena parte del trabajo con la ciudadanía se orientara a Sinaloa, particularmente al Valle de Culiacán, al de Guasave y la Universidad.

 

Las actividades se precipitaron, pues para conmemorar la fecha 23 de septiembre (en 1965 hubo un fallido asalto al Cuartel de Madera, Chihuahua) se desarrolló toda una jornada de activismo en algunos campos hortícolas del Valle de Culiacán. La reacción de los cuerpos policiales no se hizo esperar y fueron detenidos al menos dos activistas; lo mismo va a suceder en una segunda jornada de agitación, como le llamaron.

 

Considerando maduras las condiciones sociales y los aspectos subjetivos de conciencia y los accesorios que le acompañan y que son indispensables, sin valorar intensamente la capacidad de lucha adquirida y la correlación de fuerzas frente a los grandes propietarios del campo y las fuerzas del Estado, se preparó el llamado Asalto al Cielo. Para el 16 de enero de 1974 se preparó la demostración de fuerza y movilización de mayor trascendencia, pues la acción debería paralizar la vida económica del Valle de Culiacán y parcialmente la actividad académica, social y laboral en la ciudad de Culiacán.

 

El Asalto al Cielo no era un nombre que naciera del trabajo de esos meses, era, sobre todo, un homenaje a la Comuna de París de 1871, cuya toma del poder y experiencia democrática de gobierno popular fue denominada así por Carlos Marx. Los saldos de la jornada en números negativos se cargan a los activistas de la Liga: cuatro muertos oficialmente y poco más de 60 presos, más decenas de perseguidos. La cárcel y la persecución fueron una gran escuela para los activistas y para un movimiento que empezó a florecer en las aulas universitarias, en las colonias populares con invasiones urbanas en busca de terrenos donde vivir y en el campo exigiendo tierra.

 

En 1976 un Decreto de Amnistía local permitió la libertad de los presos políticos. Y al regresar a la vida pública, los presos no lo hicieron con las manos vacías: plantearon una autocrítica sobre lo actuado en los últimos años y reivindicaron su disposición a integrarse a la lucha social de masas. Unos se fueron a los sindicatos, otros a las organizaciones estudiantiles, otros a los ejidos y a las colonias populares, que por los desplazamientos que generó la Operación Militar Cóndor, multiplicaron las invasiones urbanas demandando terrenos donde vivir, trabajo y educación para sus hijos.

 

Medio siglo después los sobrevivientes de aquellas luchas se vuelven a dar cita en Guadalajara, no para alimentar nostalgias, sino para el balance obligado de 50 años de reinterpretar la historia, de volver a escribir la historia como dice Eric Hobsbawm y como le corresponde a cada época. Con un plus: reiterar que la lucha no concluye con los cambios de tácticas o con la estrategia central. Si se persigue una utopía (el socialismo o el ecosocialismo como ahora lo reivindican muchos) esa sigue siendo la meta.

 

No fui fundador de la Liga ni testigo de aquella reunión de 1973, mi activismo se inclinó sobre todo a la defensa de los derechos humanos, pero no quise perderme de estar presente en el Encuentro de Rescate y Reflexión de los días 17, 18 y 19 del presente mes. Espero que la historia de nuestros días encuentre el alimento necesario para no desmayar y darle un impulso a las exigencias de mayor democracia y de que la transformación del país vaya al fondo protegiendo a los pobres. El Encuentro fortalecerá la esperanza. Y quiero ser testigo de ello. Vale.

 

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