Aprendemos a soñar en medio de la tormenta.
Rosalío Morales Vargas
Neoliberalismo y pandemia nos ponen al filo de la edad de hielo. Hay edades o estadios por los que la humanidad ha transitado. Desde la comunidad primitiva hasta la era actual del capitalismo, caminando por la institución del esclavismo y del feudalismo, sin olvidar el modo de producción asiático y otros que los estudiosos han investigado. En todos los casos en que se transitó de un modo de organización social a otro, sin descontar las cuotas de violencia y sufrimiento para la trashumante humanidad, siempre hubo la posibilidad de aportarle al cambio los matices de una o mil combinaciones, según cultura y fuerzas.
Pero cuatro décadas de neoliberalismo y dos pandemias (2009 y 2019-22) nos dibujan con mucho pesimismo el horizonte que tenemos frente a nosotros. Los daños al medio ambiente empiezan a volverse irreversibles. La Global Footprint Network nos revela muy preocupada que el pasado 28 de julio la humanidad ya consumió los recursos naturales disponibles para 2022 y afirma que para el resto del año viviremos “sobregirados”, gastando parte de las reservas que pertenecen a los próximos años y a otras generaciones.
Hay otros datos más que, sumados a los anteriores, son para no cruzarse de brazos ni quedarse lamiendo las heridas que nosotros mismos nos inferimos. El modelo de vida que hoy vivimos (capitalista) requiere para funcionar que su Producto Interno Bruto (PIB) crezca a un 3 por ciento anual. De no lograrlo entra en crisis. Y como no lo ha conseguido su crisis se ha prolongado por años y años. Tomemos nota de que para crecer a ese nivel el sistema demandará en los próximos 29 años el doble de los recursos naturales que hoy ocupa como combustible para mantenerse con vida. ¿A costa de qué será?
El cambio del clima o sobrecalentamiento mundial es otro referente de la situación que vivimos y de la necesidad impostergable de atender la emergencia. Los beneficiarios del modelo de vida (banqueros, capitanes de la industria, la agricultura y los servicios), no reconocen límites porque los ciega el afán de ganancias. Ni los tímidos acuerdos de París les ha parecido un justo valladar, como tampoco han reconocido responsabilidad alguna en las dos últimas pandemias y la media docena de epidemias en lo que va del siglo XXI.
El modelo de vida que se nos impuso parió desde sus primeros días no pocas infamias, como las guerras de conquista y la esclavitud de indios y negros y el saqueo de riquezas de los países colonizados, con el consumo de decenas de millones de vida para sostener los niveles de vida que demandaban las élites dominantes de las naciones imperiales. América Latina, África y Asia tienen muchas tristes historias que contar en esa materia.
Pero las consecuencias del modelo de vida capitalista, va más allá de una mera crisis de salud por la pandemia, de desempleo permanente de grandes masas de trabajadores, de la precarización del trabajo y de la calidad de vida de un porcentaje muy alto de la población mundial y, por si fuera poco, la exclusión de esos pobres y sectores sociales empobrecidos por la presente crisis.
Algunos gobernantes reconocieron en el alba del Covid-19 que los dolores generados por la pandemia obligarían al cambio de estilos de vida. Fue un buen discurso, una especie de mea culpa, un desahogo que alivió un estrés trasnochado, pero no fue más allá. No se aprendió la lección. Hasta se dijo que el mismo desarrollo económico y social tendría nuevos parámetros, relativizando el crecimiento de lo material y contemplando en las cuentas renglones culturales y ambientales, que hoy son ajenos a las cuentas nacionales.
No se aprendió la lección. Viejos proyectos de las transnacionales siguen cobrando vigencia en los planes de gobierno, particularmente en México, a pesar de que su existencia representa una amenaza al medio ambiente. Y como en los gobiernos que se identificaban con el neoliberalismo hoy se sigue justificando esos proyectos por el tamaño de la inversión y el supuesto número de empleos que creará. No se sacan cuentas de los riesgos que implican para el entorno inmediato y el mediato. Menciono como ejemplo la planta de amoniaco en Topolobampo, Sinaloa y la nueva variedad de cafeto que la Nestlé está introduciendo en el campo mexicano, con el fin de arruinar a los pequeños y medianos productores que han hecho de las variedades arábicas, su fuente de vida y cultura.
Estamos agotando las posibilidades de sobreviviencia. Ya dijimos que en los cambios de un modo de producción a otro hubo al menos la posibilidad de matizar, de enriquecer con miles de combinaciones económicas, sociales y culturales, el siguiente sistema económico. La crisis múltiple de hoy, bajo la conducción del neoliberalismo y profundizada por su hijastra la pandemia, avanza hacia un abismo sin remedio. O se cambia radicalmente de estilo de vida (modelo) o perecemos. Vivimos no una etapa más del capitalismo, padecemos el capitalismo catastrófico, que bien identifica John Bellamy Foster como la convergencia de una crisis ecológica planetaria, una crisis epidemiológica global y la interminable crisis económica mundial. En la Edad de Hielo sólo tuvimos una oportunidad de sobrevivir. Ahora tampoco hay dos. Los ambientalistas de Sinaloa, la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa y los pepenadores del relleno sanitario de Culiacán, estamos convocando a un Foro Estatal con propuestas para mejorar el trato a la basura y al medio ambiente. No los dejemos solos. Vale.
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