La montaña

Espacios públicos y su privatización

columna oscarEstamos encontrando un gran problema

al no solucionar las dificultades.

Tahir Akyurek

Desde que somos sedentarios los espacios públicos son imprescindibles. Con la domesticación del ganado y la aventura de amansar plantas silvestres como el trigo, el arroz o el maíz, las sociedades humanas se vieron en la posibilidad de establecerse de manera permanente en sitios propicios para el desarrollo de esas actividades. Ente social, al fin, a la especie humana nunca le fue suficiente la morada de la incipiente familia o del clan. Los espacios de uso común siempre fueron necesarios, para el pastoreo, la agricultura, la recolección de frutos y raíces o la pesca. Y para la vida comunitaria. La rica cultura que hemos heredado de todas las variantes de la especie humana tomó cuerpo en esos espacios comunitarios. Ni quien lo dude.

 

Al momento de establecernos en asentamientos humanos, las áreas de uso común para rituales, reuniones, actos de gobierno, se volvieron parte del rostro de la comunidad. Esos espacios fueron patrimonio de aquellas pequeñas sociedades. Ni la cueva ni la choza que daban abrigo temprano a nuestros ancestros fueron campo completo para la formación y desarrollo de las familias del alba. Buena parte de nuestra formación y desarrollo se da y se dio ante y dentro de la vida colectiva. Por eso las áreas comunes es la prolongación de nuestro hogar. Por eso son patrimonio de todos.

 

El artículo 17 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, habla del derecho a poseer bienes, dice: “Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente.


Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad”. La interpretación que se ha dado en las diferentes épocas es el derecho a la propiedad de esa minoría que se apropia de todo. Por eso no le faltaba razón a Carlos Marx cuando señaló en su obra La cuestión Judía, que los derechos humanos era un pensamiento burgués. Recordemos que una de las grandes discusiones en la ONU sobre el proyecto de Declaración, lo fue el contenido del presente artículo. La URSS y sus aliados socialistas no aceptaban la propiedad privada absoluta. El término colectivamente salvó la inquietud de los socialistas.

 

Siguiendo al estudioso de la pobreza Julio Boltvinik, diremos que el 40 por ciento de los hogares en México no cuentan ni con el número de piezas necesarias ni con el espacio recomendable para una familia promedio. Todo ello hace más desesperante contar con áreas y espacios públicos. Las estadísticas de la violencia en los hogares no sólo se explican por meros problemas de cultura, pues la convivencia en espacios reducidos e inadecuados, se vuelven asfixiantes y muy fértiles para el conflicto interno.

 

La pandemia nos demostró con creces lo que pasa al confinar a una población de ingresos precarios en hogares con una, dos o tres piezas, en las que se hacinan todos los miembros de una familia. Sin haber conjurado para siempre el Covid-19, hoy dimensionamos mejor el valor que alcanzan las áreas verdes, los parques y todo espacio público.

 

El artículo 17 de la Declaración Universal, en su modalidad de propiedad colectiva, a fuerza de movilización social y de protestas, ha cobrado espacio en las leyes mexicanas que dan marco al paisaje urbano y a la estructura de las ciudades. Estamos hablando de la Ley General de Asentamientos, Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano y Ley de Planeación, a nivel federal; Ley de Desarrollo Urbano del Estado de Sinaloa, en el ámbito estatal y la Ley de Gobierno Municipal del Estado de Sinaloa, entre otras normas.

 

Pero el neoliberalismo ha permeado en estas últimas cuatro décadas lo más humano y noble de esas disposiciones legales y el boquete que ha abierto en ellas permite no pocas tropelías contra los espacios públicos que dan personalidad a las ciudades y apuntalan la calidad de vida que se busca por el grueso de sus vecinos. Y con ello, ahora se cuentan algunas tribulaciones que padecen las grandes ciudades de Sinaloa: el Parque Sinaloa, en Los Mochis; el Botánico y el Parque Ecológico, en Culiacán; y el histórico Bosque de la Ciudad, en Mazatlán. Amenazas contra los espacios públicos los hubo siempre, pero tiene un contenido avasallador con el neoliberalismo.

 

Para alcanzar la ciudad que debemos construir, tenemos que reivindicar con mucho énfasis el artículo 17 de la Declaración Universal, esencialmente el derecho a la propiedad colectiva, la que administra la autoridad a cualquier nivel por ser de la sociedad. El derecho humano a la ciudad sólo puede ser pleno en la medida en que se transite por avenidas, calles y aceras que convoquen al encuentro de ciudadanos y en que las áreas verdes, parques, museos, salas de lectura y todo espacio que enriquezca la vida pública y común, no sólo se multipliquen, sino alcancen el objetivo pleno para el que han nacido. Son el crisol donde cada día cobra vida la cultura y nuestra razón de ser en este mundo. Vale.

 

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