La montaña

Jesús Michel Jacobo a 35 años de tu partida

columna oscarLe dolía el sufrimiento y la miseria, no sólo de su pueblo,

si no de todos los pueblos, todas las luchas por combatirlas eran suyas

y se entregaba entero, con toda su pasión.

Pablo Neruda

 

En otras ocasiones he dicho que estamos hechos de historias y de tiempo. Y a 35 años de tu partida, Jesús Michel, digamos que esas historias que nos sobreviven son la memoria arrancada al fallido intento del tiempo que apuesta por el abominable olvido. El desarrollo de la sociedad ni es espontáneo ni ocurrencia de una élite, es simplemente el resultado de la suma y resta de las aportaciones y depredaciones de todos los miembros de la colectividad, de sus conductas positivas y negativas.

 

En los últimos homenajes he creído adecuado hacer un análisis de los problemas que nos aquejan hoy, comparando tus tiempos con los nuestros, privilegiando el diálogo contigo. Tus textos publicados como columnas periodísticas se prestan sobremanera para ello, no en vano los titulaste Mi Testimonio. Ahora vuelvo de nuevo a este recurrido expediente. Y como si estuviera leyendo Rayuela, de Julio Cortázar, tomo al azar algunos de tus temas relacionándolos con nuestras preocupaciones actuales.

 

El 26 de enero de 1987, encuentro que hablas de diez recomendaciones sobre la violencia, entre ellas destacan que en la selección del personal de policía debe haber requisitos que garanticen su actuar en favor de la sociedad; que la Procuraduría adopte una política para capacitar a su personal técnica, cultural y legalmente, bajo advertencia de perder el empleo de no hacerlo; y que haya reformas a la Ley Orgánica del Ministerio Público.

 

El 30 de marzo de 1987, anotas la fuerza que el derecho debe cobrar en la vida pública. Y lo manifiestas de esta manera: “La solución, no me canso de repetirlo, está en el reinado de la ley, en el triunfo de las instituciones sobre el personal interés de los gobernadores; y para alcanzarlo no hay otro remedio que la educación de la sociedad civil y el convencimiento llevado a la misma de que se resuelva a ejercitar y defender sus derechos, que aprenda a tener valor.” Como dijera nuestra entrañable Norma Corona: tan claro como una gota de agua, que cae y cae.

 

Y el 17 de agosto de 1982 tomabas un tema que es la preocupación y anhelo de cada ciudadano: justicia para todos. Tu pluma describe un caso hipotético, no tan ajeno a las realidades tuyas y las nuestras. Dices: “Usted, puede encontrarse un día en su hogar rodeado de su familia. La puerta es violentamente abierta, por hombres armados de ametralladoras, así es sacado a la fuerza de su domicilio”. Lo que seguía a esos hechos entonces, con particulares o con agentes de policía y sigue en nuestros días, lo imaginamos sin mucho esfuerzo.

 

La corrupción fue un tema que no escapó a tu pluma y a tus reflexiones sobre la vida pública. El día 7 de mayo de 1987, en el marco de la política pública que llamaron “Renovación moral”, afirmaste en tu columna: “Por mi parte, como protagonista de la sociedad civil, no me cansaré de exigir la investigación del paradero de setenta mil millones de pesos del erario público que, tengo entendido, a ciencia cierta, no se sabe en qué se invirtieron por el anterior gobierno. De ahí la quiebra de las finanzas estatales y las dificultades para pagos de salarios a la burocracia y la deuda pública”. ¿Cómo ignorar esa semejanza con lo que pasa en nuestros días? Debes saberlo Jesús: que los dos gobiernos anteriores dejaron temblando a Sinaloa y no ha pasado nada. Ni urticaria les ha dado a los bandidos, menos con un Congreso que les sirve de tapaderas, a pesar de las consecuencias.

 

En Perdónalos señor, del 21 de abril de 1987, adelantas algo que hoy es un tema de mucha sensibilidad: las ofensas que reciben los pueblos originarios de México. Narraste que 18 indígenas habían acumulado 19 días en huelga de hambre en el terreno donde algún día estuvo el Templo Mayor de la legendaria Tenochtitlán. Querían ver al presidente para gestionar la libertad de sus dirigentes, presos por los caciques de sus pueblos. –Hagan lo que hagan. –Les dijeron. –El presidente no los recibirá. Pero los indígenas no estaban solos, Andrea Revueltas, la hija de José Revueltas, se sumó al ayuno y no faltaron distinguidos ciudadanos como Gastón García Cantú que alzaron su voz para que las demandas de los indígenas fueran escuchadas.

 

Esa colaboración periodística nos lleva a dimensionar la lucha de los pueblos originarios en nuestros días. Los afanes por la defensa del medio ambiente y los territorios sagrados llevaron a los pueblos originarios de Guerrero a oponerse a la construcción de la Presa La Parota, a las comunidades indígenas del Istmo de Tehuantepec a defender los terrenos sagrados donde se levantan los generadores de electricidad eólica y a los pueblos yoremes mayos a la defensa de histórica Bahía de Ohuira. Lucha que sigue en pie en el norte de nuestro estado. Cerraste tu columna parodiando a Cristo en la cruz: –Y en cuanto a los tecnoburócratas. –Dijiste Jesús. –¡Perdónalos Señor, porque en su soberbia no saben lo que hacen!

 

A los 35 años de tu muerte, sigues siendo luz en el camino. Hay muchas cosas por hacer, pero cómo ignorar que la lucha que emprendiste junto a Norma Corona, Jorge Aguirre, Carlos Gilberto Morán, Manuel Osuna Zataráin y Rafael Cabrera Cortez, todos finados, también ha dado frutos importantes: allí están las reformas a la Constitución del 10 de junio de 2011, la Comisión de Búsquedas, la Comisión de Atención Integral a Víctimas del Delito, la Fiscalía Especializada en Desaparición Forzada de Personas, el Laboratorio de Genética Forense, entre muchos otros logros. Tres décadas y media después de tu partida, reiteramos nuestro compromiso de continuar la lucha por la utopía que trazamos juntos.

En una de tus columnas citaste a José Martí. Con esas mismas palabras rubricamos nuestra vocación y el compromiso mencionado: “En esta hora de los hornos en que no ha de verse más que la luz”.