columna oscarRenuncia Alejandro Encinas y al dejar el caso de Ayotzinapa

un sentimiento de orfandad invade nuestra humanidad.

 

El barrio de La Laguna en la sindicatura de Ruiz Cortines, es más que un dolor de cabeza. A principios del siglo ese sitio era una laguna de oxidación y que por de faul le obsequia el nombre. El Ayuntamiento de Guasave la reclama como parte de su patrimonio. Por muchos años no se le vio otra utilidad que la de estabilizar aguas urgidas de un tratamiento que las regresara al uso agrícola o industrial. Y en tales circunstancias suelen ser los más pobres, los excluidos de los bienes del desarrollo, quienes encuentran bondades que para el resto de la sociedad pasan desapercibidos. Los trabajadores agrícolas migrantes, esos que no alcanzan a ubicarse ni en cuarterías, vieron en los anegados terrenos la oportunidad de hacerse de un lote.

Poco a poco las partes más altas del terreno fueron siendo ocupadas por familias originarias de Oaxaca, Chihuahua y Durango. Hasta los puntos más sensibles a la humedad vieron instalarse a familias precaristas que vienen en temporadas de cosecha. En los meses de zafra no hay lluvias y eso favorecía la invasión de un pequeño lote donde mal vivir en esos meses. Como una parte de los trabajadores migrantes se quedan a vivir en nuestro estado y envían a sus hijos a las escuelas públicas, así se fue formando el asentamiento humano que hoy conocemos como La Laguna. Como nadie se interesó en ordenar la creación de ese núcleo urbano, nació y creció mostrenco: los lotes para construir casas se trazaron de acuerdo a la necesidad, gustos y oportunidad.

Salvo un estrecho callejón que parte del lado sur y muere antes de llegar a la parte norte, no hay salidas laterales. Sin alcanzar a ser formalmente servidumbres de paso, existen algunos vericuetos entre los lotes de vivienda ´por donde entran y salen vecinos. La tolerancia para caminar por esas veredas que pegan al peatón tan presto a un cerco de alambre como a uno de estacas, se da sin mayores contratiempos por la buena voluntad de los vecinos. Las lluvias ponen en riesgo la seguridad de caminar sin tropiezos por esos laberintos que de pronto parecen senderos para desmentirse tres metros adelante. Así encontramos a las 360 familias que viven en La Laguna.

Aún en esa Babel tropical, donde el desorden urbano es la principal credencial de presentación, no deja de haber cosas bellas y sorprendentes: si bien el español es patrimonio lingüístico de sus residentes, las conversaciones y pláticas familiares se matizan con las lenguas mixteca, zapoteca, tepehuana y rarámuri. Riqueza de culturas en un pequeño espacio a donde llegaron migrantes que buscan un futuro mejor para sus familias. La Laguna es vértice, punto de coincidencia y, por qué no, utopía de al menos cuatro culturas que labran a duras penas el porvenir junto a sus hijos. Sin lograr todos el sedentarismo, pues una parte sigue las cosechas en otras partes del país, La Laguna es el referente en todo momento.

El día martes 17 la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos invitó al arquitecto Jaime López Quintero para que visitara La Laguna y nos ayudara a encontrar una solución sobre el asentamiento. Hubo la feliz coincidencia de concertar un encuentro con el secretario del Ayuntamiento, el secretario de obras públicas y el director del Implan en La Laguna. Se trabajó en equipo. Se recorrieron los puntos necesarios, incluida una visita al dren cercano, con la intención de conducir hacia él las aguas que ahogan al asentamiento urbano.

Dos cosas dieron un marco agradable a la visita: la disposición que observamos en los funcionarios del Ayuntamiento que se constituyeron con propuestas concretas de solución y la actitud de los vecinos ante el trabajo que vieron ese día. Corroborado este jueves por el trabajo de campo realizado por la incansable activista Camelia Anaya. Todo ello nos acerca a una solución de un problema que va más allá del desorden urbano y las dificultades que presenta para que los servicios de agua potable, drenaje y la energía eléctrica puedan llegar de la manera más natural a cada uno de los hogares.

Una de las posibles respuestas desde el Ayuntamiento de Guasave puede ser que se está al final del año fiscal y que no hay dinero para atender la solución en lo que resta de 2023. Hay una parte de la mencionada solución que no implica el uso de recursos: el posible ordenamiento urbano (con todos los asegunes y consideraciones) el proyecto y ubicación del cárcamo que debe llevar las aguas que inunden a La Laguna. Invertir en los movimientos que implica la salida norte del callejón, la construcción del cárcamo y acondicionar la entrada para los servicios, implica incluirlo en los planes de inversión para 2024. Si todo ello es posible, 360 familias darán un giro de 180 grados a sus vidas. La justicia social dará la obligada visita a La Laguna.

La CDDHS junto a la Coordinadora Estatal por el Derecho Humano a la Vivienda y Reservas Territoriales, han mostrado preocupación desde hace meses por la situación que viven cientos de familias en este asentamiento humano. Se ha dado un primer paso que es la identificación plena del problema y coincidir en propuestas con el Ayuntamiento. Lo que sigue puede presentar dificultades, pues cuando se trata de recursos sobran obstáculos, pero que esos problemas no paren los esfuerzos y ganas de ver a esos cuatro grupos de pueblos originarios viviendo junto a sus familias en condiciones humanas. Si ellos vienen a producir riqueza a nuestro estado, lo menos que debemos hacer por ellos es la dignificación de sus vidas. En eso estamos y esperemos que ninguna otra emergencia impida lograrlo. Vale.

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