COLUMNA PALCO PREMIER DEPORTES JORGE LUIS TELLESok

 

= Histórico sexto juego de la final de 1978

 

= Soberbio duelo entre Armas y Stanfield

 

= Fin a sequía de siete temporadas

 

= La dolorosa derrota ante Guasave (1972)

 

Entre el segundo y el tercer título de los Tomateros de Culiacán transcurrieron siete largas temporadas de sequía, en la Liga Mexicana del Pacífico, tenuemente paliadas con el subcampeonato de la campaña 1971-1972, en la que cayeron en seis juegos ante los Algodoneros de Guasave. Culiacán se coronó en enero de 1970, al pasar en seis partidos sobre los Cañeros de Los Mochis y aplico la misma fórmula en 1978, cuando el jonrón de Jesús Sommers, para colocarle la cereza a tan codiciado pastel.

 

Como en el viejo testamento: para Tomateros, siete años de vacas flacas, a lo largo de los cuales entraron y salieron managers al por mayor, sin que ninguno le encontrara la cuadratura al círculo, a pesar de los muy buenos equipos que la directiva habitualmente ponía en sus manos. Vinicio García, por ejemplo, salió en 1971 y volvió para la temporada 74-75, en la que una milésima en el porcentaje lo dejó fuera del “play off”. En esa pasarela también desfilaron: Rubén Amaro, Enrique Izquierdo, Mario “Toche” Peláez, Napoleón Reyes, Manuel Magallón, Dave García y Ronnie Camacho.

 

Todavía para el arranque de la edición 1977-1978, Tomateros de Culiacán estremeció al mundo del beisbol, con la contratación del inmortal Frank Robinson, en principio como manager-jugador, para quedar solo como manager finalmente. Robinson, de cualquier modo, respondió a la expectativa generada al llevar a los Tomateros al primer lugar de la vuelta inicial y dar por concluida su misión como timonel de la nave guinda. Nunca hubo una explicación satisfactoria. Simplemente: Robinson dijo “me voy”.Y se fue.

 

Por esto, ningún desgarre de vestiduras, ni cosa por el estilo. De hecho a la afición de Culiacán nunca gustó del todo el modelo de Mister Frank; siempre recargado en una de las torres de alumbrado, levantadas prácticamente sobre el campo de juego y que eran un obstáculo grande para el fildeo de elevados por las zonas de faul de primera y tercera base. Todo delegaba en sus coaches, incluso los cambios de lanzadores. La estadística, sin embargo, avaló el trabajo del señor Robinson: puntuación máxima, tras la primera mitad de temporada.

 

Afortunadamente, había un elemento a la mano: Raúl Cano, cesado en las mismas fechas por los Mayos de Navojoa. Juan Manuel Ley López encontró rápidamente al sustituto y al final de la campaña, Cano era el manager campeón.

 

Antes del epilogo de la historia de hoy, todo un viacrucis: tras la coronación en 1970, Culiacán ni tan siquiera calificó a postemporada ni en 1971, ni en 1973, ni en 1974, ni en 1975, ni en 1976. En el 77 si avanzó hasta semifinales, al doblegar en nueve juegos a los Ostioneros de Guaymas – el último, allá en el “Abelardo L. Rodríguez” - ; sin embargo, cayó en semifinales frente a los Cañeros de Los Mochis.

 

Y en esta ruta trazada por el destino, el episodio de 1972, con la derrota ante los Algodoneros de Guasave, equipo que esa vez conquistó el que ha sido, hasta ahora, el único campeonato de su historia.

 

Fue un fracaso doloroso para directiva, equipo y afición. Aquellos Tomateros lucían como seguros participantes de la Serie del Caribe Santo Domingo-1972, con un team que tenía una ofensiva impresionante, con aporreadores de la talla de Larry Fritz, John Peter Koeguel, Bob Kelly, Greg Goosen, Saúl Mendoza, Roberto Ortiz y Nicolás Vázquez y lanzadores de la categoría de Cesar Díaz, Horacio Piña, Antonio Pollorena, Cecilio Acosta, Richard Fusari, Charles Hudson y Tommy Moore, bajo la dirección de Rubén Amaro, en su debut como timonel.

 

Vinicio García, el manager campeón de 1967 y 1970, estaba ahora del otro lado de la mesa: con los Algodoneros de Guasave.

 

Hacia esa fase de la temporada, Tomateros tuvo contratiempos inesperados. Y es que mientras Algodoneros de Guasave liquidaba en solo cinco duelos a los Yaquis de Obregón, Culiacán lograba una apuradísima calificación sobre unos Venados de Mazatlán, ubicados en calidad de victimas desde el principio. Tomateros, sin embargo, tuvo que ir hasta un séptimo partido para avanzar a la gran final.

 

Una serie – me platicó una vez Marcos Ley – “que nos correspondía iniciar aquí; pero que tuvimos que ceder a Guasave porque, estando abajo en la semifinal contra Mazatlán (2-3) no nos entregaron el boletaje a tiempo y tomamos el acuerdo de abrir en Guasave, a pesar de las ventajas que ello representaba para los Algodoneros. (Eran otros tiempos: hoy los boletos para una eventual serie final están listos desde octubre).

 

Y bueno, Algodoneros aprovechó todo para ganar ese campeonato: una localía inesperada y un maltrecho equipo como rival. Y es que Tomateros había utilizado a sus mejores abridores en los últimos tres partidos contra Mazatlán y se había quedado sin brazos de calidad para hacerle frente al compromiso campeonil.

 

Así, frente a dos pitchers habilitados como inicialistas, Algodoneros sacó dos victorias en Guasave y una tercera en Culiacán. Abajo 0-3, Tomateros reaccionó y se acercó 2-3 para obligar a un sexto juego en el “Carranza Limón” de Guasave.

 

El partido número seis fue dramático: Tomateros llego al noveno inning, con un adverso 2-1; pero ahí, Culiacán colocó corredores en tercera y segunda bases, con un out en el marcador. Hallan Hrabowsky, era el pitcher de Vinicio García para un potencial séptimo duelo; pero Vinicio lo mandó al rescate ahí mismo y el norteamericano, descendiente de rumanos, le puso al asunto algo más que corazón: soltó seis balazos al plato (93-94 millas) y ponchó consecutivamente a dos buenos artilleros como Roberto Ortiz y Domingo Rivera, para enloquecer a todo Guasave, en un juego del que se habla hasta la fecha.

 

Y bueno, seis años después, Tomateros estaba en la tercera serie final de su historia, ya con dos títulos e igual número de subcampeonatos, en el circuito invernal.

 

De nuevo, Cañeros de los Mochis, era el gran rival. Eran los monarcas, de hecho.

 

Tomateros había tenido una gran semifinal, al levantarse de un 0-2, para eliminar a los Yaquis de Obregón. Cañeros de los Mochis, sin mayor tramite, a los Naranjeros de Hermosillo.

 

La serie inició aquí el 24 de enero y cuando se movió a Los Mochis estaba pareja 1-1. Al volver a Culiacán, favorecía 3-2 a Tomateros y un sexto juego estaba a la vista, un domingo 29 del mismo mes de enero de 1978.

 

Todo, como en el 70.

 

Y como en el 70, un sexto partido cerradísimo, de altísimo nivel beisbolero, como derivación directa de un soberbio duelo de pitcheo entre el norteamericano Bruce Kevin Stanfield y el zurdo mexicano Tomás Armas. Juego de hits escasos, con sendos outs en el pentágono por parte de ambos equipos. Jugaban como si se les fuera la vida, out por out. Lance tras lance. Orgullo beisbolero en juego.

 

Y el desenlace, el que usted ya conoce, en el cierre del noveno episodio:

 

Kevin Stanfield ponchó a Ike Hampton para el primer out y un intenso olor a extra innings se extendió por el abarrotado estadio “Angel Flores”, con su clásico lleno hasta las lámparas. Callado, discreto, inmutable como lo era siempre, Jesús Sommers tomó su turno en la caja de bateo y dejó pasar el primer envío: una recta que partió el pentágono, justo a la mitad. Stanfield repitió el pitcheo y Sommers se lo regresó de línea por entre jardines izquierdo y central. Parecía un doblete, mínimo; pero no, la pelota se perdió tras la cerca y se convirtió en un suvenir de invaluable valor, para alguno de los muchos aficionados que estaban por aquellos rincones del parque. Alguien tiene esa bola, de seguro. No lo sé.

 

Así, con ese memorable tablazo de Chucho Sommers, terminó el juego y también la temporada; pero la narración de Agustín D. Valdez perdura hasta nuestros días: “¡hacia atrás! ¡hacia atrás! ¡a la barda! ¡Culiacán campeón! ¡Culiacán campeón!

 

Era el tercero, apenas. El tercero de doce que ya registra la brillante historia de los Tomateros de Culiacán.

 

Más noche, concluida la celebración en el estadio – pero no en las calles de la ciudad – y disipado el humo del épico combate, dos personajes coincidían en el elevador del hotel Executivo, en el centro de Culiacán: Chucho Sommers, que subía, todavía uniformado y Bruce Kevin Stanfield, ya bañado y cambiado, que bajaba hacia el lobby.

 

Sommers no lo identificó; pero Stanfield sí. El norteamericano le extendió la mano y le dijo, sencillamente:

 

-Congratulations. You are the Champions…

-0-