= Tercer capítulo de la historia de don Juan Ley Fong
= “Juan Manuel ve allá y compra ¡todo el equipo!”
= Ildefonso Ruiz, Cansino, Hilario Peña, entre otros
= Primeros extranjeros: Prescott, Julios Grant y Evelio
Una vez aprobada la expansión al estado de Sinaloa de la Liga de Sonora (para la temporada 1965-1966), lo que implicaba la inclusión de Tomateros de Culiacán – y también Venados de Mazatlán -, don Juan Ley Fong llamó a su hijo Juan Manuel a su casa en la colonia Almada (a solo una cuadra del emblemático estadio “Angel Flores”) para decirle, con evidente preocupación:
-Hijo, con este equipo que tenemos ahora no vamos a llegar a ningún lado; al contrario, no solo vamos a ser trampolín de todos los demás, sino el hazme reir de la Liga.
Don Juan se refería al roster con el cual los Tomateros de Culiacán habían cerrado su participación de cuatro años en la Liga del Noroeste, sin ganar campeonato alguno. No era mal equipo; pero había uno acaparador de los mejores peloteros de la categoría y con un título tras otro en su historia: los Tabaqueros de Santiago Ixcuintla, de Nayarit.
-De acuerdo contigo papá. Quedémonos solo con los mejores; busquemos jugadores en otros Estados y procedamos a su contratación, cuanto antes – contestó Juan Manuel.
-Hijo, ya no hay tiempo – replicó don Juan – la temporada ya está muy cerca y no nos alcanzarán los días para conseguir peloteros de uno en uno. Ni tan siquiera de dos en dos. Aquí cerca, en Nayarit, tenemos a los Tabaqueros de Santiago, que han sido, en la del Noroeste, una aplanadora. Vete para Nayarit lo antes posible y compra a todo el equipo, manager incluido. ¡Cueste lo que cueste!
-Papá, eso no será fácil. Como cree usted que nos van a vender a todo el equipo, así como así.
-Tu vete para allá y plantea las cosas al dueño del equipo. Llevas cartera abierta y todo mi apoyo para negociar cuanto sea necesario.
Así chequera en mano y sin cuestionar más la indicación de su señor padre, Juan Manuel se trasladó hasta esa pequeña ciudad nayarita – ubicada entre Ruiz y Tepic – para cumplir con la encomienda de su señor padre: armar a los Tomateros, para su debut en lo que se bautizó como Liga Sonora-Sinaloa.
Ya estábamos en el caliente verano de 1965 y el otoño se acercaba a gran velocidad.
Tiempo después, en una de esas tardes de febrero de 2011, con la idea clavada de editar un libro sobre los Tomateros de Culiacán y otro sobre su padre, don Juan Ley Fong, Juan Manuel, en la comodidad de su oficina de presidencia del corporativo Ley, me lo contó así:
“No fue nada fácil convencer a los dueños de los Tabaqueros porque significaba, desde luego, el desmantelamiento total de su plantel, cosa que obviamente no era del agrado de los aficionados de por allá, acostumbrados a ganar año con año y porque sus directivos tenían planes para mantenerse en la Liga del Noroeste. La negociación duró casi tres días, hasta que llegamos a un acuerdo y compramos todo, junto con el manager y coach: hasta masajista y aguador. Así, los Tabaqueros de Santiago se convirtieron en los Tomateros de Culiacán.
Apenas finiquitado el arreglo, me comuniqué con mi papá, para darle a conocer la noticia con gran regocijo. Mi padre brincó de gusto y todavía recuerdo su frase con gran claridad:
-Hijo, ahora sí, estamos listos para la Liga Sonora-Sinaloa ¡Que se cuiden todos los demás!
Nazario Moreno fue nuestro primer manager y ese equipo lo reforzamos con los tres peloteros extranjeros que nos aprobó la directiva de la Liga, como una concesión especial para Culiacán y Mazatlán (la cuota para los otros seis era solo de dos). Nos trajimos a un aporreador panameño, llamado George Prescott, a quien Agustín D. Valdez rápidamente bautizó como “Memín”- Memín Pinguin, era el comic de moda - por lo obscuro de su piel. Vino un pitcher norteamericano, que también era buen bateador, Julios Grant y cerramos con un lanzador cubano, llamado Evelio Hernández. Fue nuestro caballito de batalla, por cierto.
Los aficionados de la vieja guardia, de los que todavía queden muchos, deben recordar muy bien a aquellos Tomateros de Culiacán: Sostenes Verdugo, Pablo Montes de Oca, Alberto Joachín, Héctor Olguín, Olegario Barrera, Aarón Flores, David García, Guadalupe Cansino, Idelfonso Ruiz, Rogelio Jiménez, Bernardo Calvo, Pepe Rodríguez, Hilario Peña, Carlos Villa, Roberto Méndez, José Luis “Pato” Hernández, Genaro Puente y Eloy Gutiérrez.
(En su mayoría, todos bautizados por el cronista deportivo Agustín D. Valdez: Hilario Peña, “El Cuadrado”; Ildefonso Ruiz, “El Edificio de Santiago” o el “gigante de espejuelos”; Guadalupe Cansino, “El de Paso del Macho, Veracruz”, por ejemplo)
Nada mal. Muy buenos peloteros, cuya adquisición nos costó muchísimo dinero y en el que mi padre depositó muchas ilusiones, las cuales crecieron cuando ganamos el partido inaugural, ante un lleno impresionante en el estadio “Angel Flores”. Fue una noche de fiesta para los aficionados, para todo Culiacán y para la familia Ley, por supuesto. El marcador final: 3-2 sobre los Cañeros de los Mochis.
Sin embargo, esa alegría inicial no nos duró mucho tiempo.
Nuestro equipo pagó el noviciado: solo alcanzamos 32 victorias de un total de 84 partidos y finalizamos en el sótano de la tabla, superados inclusive por los Venados de Mazatlán, también debutantes en la Sonora-Sinaloa.
A lo largo de esa primera temporada, y en las siguientes, la figura de mi padre se hizo familiar para quienes acudían, noche a noche, al estadio. El tenía su lugar en un punto ubicado entre el pentágono y la primera base, en uno de los rústicos palcos de ese sector.
Cuando las cosas pintaban mal, don Juan comenzaba a deslizarse sobre el asiento, de un modo tal que al rato lo único que se divisaba de él era su sombrero. Cuando estábamos adelante, sin embargo, se mantenía erguido en su butaca y su sonrisa contagiaba a todos los vecinos de butaca. Nunca me voy a cansar de decirlo: además de ser ampliamente conocido, porque todo Culiacán compraba en Casa Ley y el atendía personalmente el mostrador, mi papá era un chinito bastante simpático.
Ese resultado adverso no fue suficiente para minar el entusiasmo de don Juan, ni mucho menos para opacar la enorme satisfacción de haber contribuido, de manera relevante, a proporcionarle a esta zona del país un beisbol que, desde el principio, rivalizó con el mejor de México, a tal grado de superarlo, sin duda, con el paso del tiempo.
Ya se había obtenido lo más difícil y eso él lo sabía: el regreso a Culiacán del beisbol de calidad, lo que se veía difícil en extremo, cosa que se logró como resultado de una firme decisión.
Total, el último lugar de esa primera temporada era lo de menos.
Así, lejos de desanimarse fue el acicate necesario para hacerse un reto para la temporada siguiente:
-Hijo, el año próximo ¡vamos a ser campeones!
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