La montaña

La violencia como el dinosaurio de Monterroso, sigue aquí.

columna oscarNo me conformo al ver los sueños varados

en la otra orilla del río.

Joan Manuel Serrat

 

Para Chicago la tragedia humana se profundizó un 14 de febrero de 1929. Ese día los malosos de la banda de Al(fonsín) Capone le madrugaron a la pandilla del North Side de esa ciudad. La cosa terminó en una masacre, de la que escapó quien era su principal objetivo: George Clarence “Bugs” Moran. Dos años le costó al Estado Norteamericano aprehender a Al Capone, responsable para propios y extraños del violento hecho conocido como la Masacre del Día de San Valentín. La azarosa vida de los pueblos fronterizos en el Oeste de Estados Unidos tuvo uno de sus momentos de mayor tensión en la tarde del 26 de octubre de 1881 en la comunidad de Tumbstone, Arizona, durante un esperado enfrentamiento entre los oficiales Wyatt, Morgan y Virgil Earp y Doc Holliday, y los presuntos ladrones de caballos Billy Claiborne, Frank y Tom McLaury y Billy y Ike Clanton.

 

Para nosotros, el entorno de aparente calma pero de riesgo creciente devino en crisis mayor a partir del día 9 de septiembre del presente año. No era jueves, por cierto, como en al menos otras cinco fechas en que este día de la semana nos trae malas nuevas. El lunes 9 del mes de la patria sentimos que el mundo se nos venía encima, pues la violencia volvía a tocar a las puertas de la ciudad de Culiacán, invadía sus calles, sus plazas públicas, sus centros comerciales, sin dejar rincón ajeno a su presencia. Desde el primer momento la contundencia de las actividades delincuenciales nos llevó al confinamiento en nuestros hogares; lo que creímos sinceramente muy pasajero. No fue así. Estamos en la sexta semana y el teatro de acción se amplió a municipios tan importantes como Mazatlán y Salvador Alvarado.

 

Los efectos en la economía no se han hecho esperar, ¿hasta dónde llegan los daños que en esta materia se sufre? Hay quienes hablan de que la recuperación de las pérdidas llevará de uno a dos años y no faltan los que pondrían un porcentaje de alrededor del 3.5 por ciento del PIB de Sinaloa. Necesitamos que empresarios y especialistas en el tema tomen la palabra y nos acerquen a la vida real de los negocios y de la economía, con el fin de ser más certeros en las pérdidas que se han padecido y en las posibilidades de recuperación. La pandemia fue muy severa con nosotros y lo que ahora se llama la narcodemia no es más condescendiente con nuestras vidas.

 

Las escuelas y la educación en las aulas ya habían tomado el ritmo normal en su funcionamiento. La pandemia quedó atrás con grandes secuelas y sus consecuencias. Y esta ola de violencia nos regresa a cosas que creímos desterradas por buen tiempo. Los miedos y las incertidumbres del día nos hicieron desconfiar de todo. Salir a la calle o permitir con desenfado que nuestros hijos acudieran a clases como habitualmente lo hacían, se volvió motivo de preocupación y de poner límites a horarios y desplazamientos. Las aulas se cerraron temporalmente y corren el riesgo de volver a la soledad de los días difíciles.

 

Más allá de homicidios, “levantones” de personas que terminan en la desaparición forzada de muchas de ellas, del desplazamiento de innumerables familias por razones de violencia, se multiplican el robo a comercios y el despojo de autos; del que no han escapado ni presidentes municipales ni funcionarios de primer nivel del Gobierno del Estado.

 

Las crisis se convierten en un reto muy serio para la sociedad y para sus autoridades, aunque no siempre nos llevan a ser más sabios en las decisiones para enfrentarlas. Después de seis semanas el principio de fatiga gana a la autoridad en más de algún renglón de las obligaciones que debe cumplir normalmente. Y la desesperación en muchos ciudadanos empieza a ganar terreno, sin que el sentido común tome cuerpo y se fortalezca en el actuar del grueso de los ciudadanos. Basta la repetición somera de alguna noticia falsa para que el miedo tome la conducción de nuestro comportamiento y el sistema de alerta natural nuestro se desborde hasta perder, por momentos, la proporción de las cosas y de los riesgos.

 

Destacan en la presente situación de crisis no sólo el interés que desde los Estados Unidos ha jugado con hechos y acontecimientos, seguido por medios de comunicación, partidos y personajes que apuestan a que la crisis socave los cimientos del gobierno establecido. Y con ello buscar colocarse en la cresta de la ola. Hay grupos locales, algunos de presunto sello crítico e independiente, que coinciden con las iniciativas de alto vuelo para que la crisis lleve al relevo del actual gobierno, ¿por quién? No creo que estos lo supongan, pero los de intereses de altos vuelos sí tienen apuestas. Y, claro está, nada que ver con la democracia.

 

La crisis de seguridad que vivimos (humanitaria le llamamos) es tan grave que no admite que nos crucemos de brazos a esperar cómo concluye. Ni la autoridad ni la sociedad pueden permanecer como la Puerta de Alcalá. El reto es mantener la serenidad, hacer ejercicio inteligente del análisis y encontrar las opciones más viables de solución. Puede haber mil propuestas para abordar la crisis de seguridad, pero la alternativa que venga a sacarnos del bache no podrá divorciarse del binomio autoridad y sociedad. El Estado cuenta con la fuerza, organización, marco legal y el respaldo social para actuar, pero sin la acción de la sociedad los resultados seguirán esperando mejores tiempos, como ya lo han demostrado las políticas públicas de los últimos gobiernos, incluidos los de la 4T. Dos verdades se manifiestan con mucha fuerza ahora: la necesidad del concurso de la sociedad y la fresca y sabia presencia de la cultura de los derechos humanos como centro de las nuevas políticas públicas. Se está tardando la convocatoria de la autoridad para iniciar la Mesa de Diálogo Permanente. Ojalá no tarde demasiado. Queremos despertar en un nuevo amanecer sin que el dinosaurio de la violencia siga junto a nosotros, como en el brevísimo cuento de Augusto Monterroso. Vale.