Si nada hacemos por frenar tales acciones
no tardará en llegar un momento
en que no existan primavera ni pájaros.
José Emilio Pacheco
Vivimos una crisis que no tiene un solo rostro. Los problemas que tenemos no se constriñen a una crisis de seguridad. La coyuntura presenta varias aristas, con visajes de diferente matiz que toman cuerpo en cada una de nuestras dificultades mayores. Hablemos de la crisis de seguridad, de la crisis hídrica y la que se relaciona con nuestro medio ambiente, solo por hacer referencia a los problemas que asoman cabeza y cuerpo sin ningún rubor a los ojos de todos. Y el gran reto que enfrentamos ahora es que hay que atenderlos a todos. No podemos distraernos del cuidado de ninguno, lo que nos obliga a valorar la magnitud de cada uno de los problemas gigantes que tenemos y administrar nuestras fuerza e inteligencia para resolverlos.
En los últimos cinco meses y medio la crisis de seguridad que sufrimos nos obliga a reclamar una acción más contundente del Estado para que regrese a la normalidad la situación penosa que hoy invade los espacios públicos, los negocios y ha penetrado en no pocos hogares ajenos a las causas que generan violencia; sin olvidar que alcanza a familias que van en autos o que caminan por la calle para cumplir alguna tarea. Pero entre las lecciones aprendidas a golpe de perder vidas, de ver a numerosas familias que la violencia empuja hacia el desplazamiento y de lamentar la desaparición de muchos ciudadanos, está la de valorar la dimensión del problema violento y de localizar límites en las posibilidades de la autoridad para resolver la ola violenta.
Y entre las lecciones por aprender está la de concluir en que la solución de la crisis de seguridad no puede alcanzarse sin la participación de la sociedad. Partamos definiendo que el problema de seguridad no es otro obstáculo más, sino uno de gran magnitud y que reclama el concurso de la autoridad y de la sociedad. La historia prueba que los grandes problemas significan retos de mayor calado y que el pueblo ha estado a la hora decisiva jugando el papel de arco y flecha, como dijera el poeta Juan Eulogio Guerra. El Estado tiene la obligación Constitucional de garantizar la seguridad para la sociedad a la que pertenece y se debe, pero la crisis que ahora vivimos, ni es pequeña ni es sencilla ni se resolverá en breve tiempo. La solución de la crisis demanda el concurso de la sociedad, pues en materia de reservas morales y políticas la fuente inagotable está en el pueblo.
Hay un segundo renglón crítico que exige una atención muy cercana y donde hay que hilar muy fino: la crisis hídrica. Las presas de Sinaloa presentan un nivel crítico y ponen en duda que podamos salvar con decoro la presente temporada de estiaje. Los vasos de las presas se agotan, mientras las cuencas que los alimentan tienen sed, no cuentan con recursos del vital líquido, están deterioradas por el abandono y descuido de años. Dos temporadas se acumulan sin las precipitaciones mínimas necesarias, además de una tendencia descendente en lluvias desde hace dos décadas. Se ha buscado reproducir la Operación Popeye para ordeñar las nubes lecheras y el resultado fue nulo.
Administrar de manera sabia el escaso recurso hídrico que tenemos es obligado, mientras buscamos dar vida sustentable a nuestras cuencas y cambiar radicalmente nuestro comportamiento ante la naturaleza. Seguir concesionando minas y darle ventolera a las inversiones que amenazan el tilinque equilibrio ecológico es simplemente hipotecar el futuro de nuestros hijos y nietos. Y no tenemos derecho a ello.
Si la siembra de nubes no ha dado resultados, dudamos que la danza maya Chaa Chaak, la danza mexica Quiahuitl y la danza de Los Sanjuaneros de la región mayo de Sonora, puedan convocar de manera exitosa a Tlaloc y a Coltzin para que las lluvias no nos vean con ojos insanos y hagan florecer nuestras tierras y la vida de todas las especies, incluida la nuestra. Y que al abrir el vientre del cielo no se llegue a las culebras de agua bíblicas, porque tanto dañan las sequías como las aguas diluviales. La crisis hídrica de nuestro tiempo no se debe al castigo de los dioses prehispánicos por ausencia de sacrificios en su honor, se explica mejor si atendemos a nuestro mal comportamiento frente a la naturaleza. Creímos poder dominarla sin priorizar la armonía que debemos sostener con la madre tierra.
No es malo que aspiremos a un desarrollo pleno de la economía y de la sociedad, pero sí lo es que esta aspiración no vaya acompañada de un cambio de parámetros. El desarrollo no puede confundirse con crecimiento económico, pues el desarrollo incluye alcanzar niveles más elevados en los terrenos de salud, educación, cultura, seguridad y armonía con el medio ambiente. Hasta hoy el modelo económico busca desesperadamente crecer a un 3 por ciento en su PIB para poder funcionar medianamente. Cada día se vuelve más complicado alcanzarlo, agravando esa situación con la sobreexplotación de recursos renovables y no renovables. Los recursos son finitos, pero nuestra irresponsabilidad no. Los expertos nos dicen que, de no cambiar conceptos y actitud frente al uso y abuso de los recursos hasta ahora disponibles, el año 2040 estaremos asistiendo al punto de no regreso para enmendar las agresiones señaladas.
Estamos condenados a reaccionar ya, a 15 años del punto de no regreso, para tomar las medidas necesarias que den sustentabilidad al mosaico de culturas que sobreviven en México. Todo ello implica detener la explotación de las zonas mineras que contaminan, parar la implantación de empresas que por ser peligrosas para el medio ambiente no las permiten en los países desarrollados y pretenden imponerlas en México, como la Planta de Amoniaco en Topolobampo. Hablar de desarrollo nos lleva a considerar que el presupuesto de la Nación de las entidades federativas debe estar diseñado para compartir la riqueza generada año tras año. El presupuesto adolece de un criterio federalista, pues centraliza su administración. Ese bien público sigue siendo condescendiente con quienes concentran la riqueza, pues no los grava adecuadamente inclinando la carga fiscal hacia los pobres y sigue priorizando el pago de deudas ilegales, ilegítimas e inmorales como el rescate bancario y carretero. El presupuesto debe ayudarnos a la sobrevivencia con dignidad. Reorientemos el presupuesto. Vale.
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X @Oscar_Loza