columna joseluis

 

Nunca creí y sigo sin creer, ahora menos, aquella avalancha de votos que llevó a AMLO al gobierno de la república. Así lo escribí en varias ocasiones y jamás acepté que aquel carrusel de votos de 5 de 5, fuera real y más bien parecía una gran operación de múltiples poderes asociados en ese objetivo (incluido Peña Nieto), en lo que obviamente contribuyó poderosamente el mismo candidato presidencial.

Después del día primero de julio del 2018 pensé y creí que el amlovismo se abocaría a desarrollar un programa estratégico de gobierno y que adelantaría el plan nacional que por ley debe presentar el presidente en el mes de junio de su primer año de gobierno, cuestión que lamentablemente no hicieron e inventaron entonces la 4T (Cuarta Transformación), comparándose de antemano con la independencia, la reforma y la revolución, etapas históricas de nuestro país.

Desde ese momento mostraron que su programa sería lo que habían propagandizado en su campaña, un programa ideologizado completamente e inviable prácticamente en las condiciones del país y al gobierno que arribaron.

No comprendieron, o no lo quisieron hacer, ahí ya no sé, que el Estado mexicano es un aparato de instituciones que opera y dirige el gobierno, conjunto que debían revisar y no lo hicieron, empezando por la vetusta, arcaica e ineficaz figura del presidencialismo monarcal, impositivo y antidemocrático que durante décadas ya ha resultado obsoleto.

Ese sin duda fue el gran error del PRD en las reformas estructurales del 2013 y 2014, cuando no se introdujo la reforma política y en ella la revisión de la figura presidencial y el sistema inherente que funciona bajo esa lógica.

Y lo fue tanto que se evidenció en el desenfreno del gobierno peñanietista que no encontró límites para satisfacer su voracidad para saquear las arcas públicas.

Organizar una nueva república que eliminara primero el excesivo poder del ejecutivo federal, de los estados y municipios, quienes en los hechos integran una estructura de poder que se asemeja a un reino que por esa esencia es radicalmente antidemocrático, porque pretende que todos le rindan tributo y pleitesía.

No entender este fenómeno es admitir la antidemocracia como forma de vida y que los instrumentos que se han creado, como todos los organismos autónomos, son meros afiches de una figura que a veces les molesta y se las quisiera quitar.

AMLO se subió al mismo carro de Peña Nieto y cree que el problema radica en el chofer y no comprende que son un instrumento que ordena y ejecuta lo que las instituciones deben hacer, pero si no cambia el coche, la figura del presidencialismo, es casi cierto su fracaso. Pensar que se trata del rey bueno y el rey malo y que con eso es suficiente, están muy equivocados.

La figura del presidente, como todas las figuras, tienen una existencia temporal, cuando su utilidad es patente, como ocurrió en una época en que la república aún era dispersa, fragmentada y múltiples regiones sin identidad y mucha dispersión, pero eso ya pasó, ya se consolidaron todos nuestros estados desde que Baja California Sur y Quintana Roo dejaron de ser territorios y hace poco se le dio el estatus de entidad federativa al Distrito Federal, llegando la hora a la brutal concentración y centralización de poder del presidencialismo que es un obstáculo y desviación obligada de cualquier gobierno, más aún para los que quieran cambiar al país.

La democracia no puede transitar así, tampoco por supuesto la justicia social, ni la lucha contra la corrupción y menos contra la criminalidad.