En la vida, en todo lo que ocurre en ella, existen los éxitos y los fracasos, lo bueno y lo malo, el acierto y el error, lo bello y lo feo, resultando normal que así sean las cosas, pero lo que no es normal es negar esa realidad, y peor aún justificarse cuando ocurre una equivocación.
Digo lo anterior porque ha resultado tan corriente y dolora la actitud del gobierno ante los hechos del jueves 17 de octubre en Culiacán, que nos dan la dimensión de otro gobierno igual a los anteriores que no reconocen nada y que son capaces de inventar la inverosímil fantasía con tal de no aparecer como responsables, superando al propio Peña Nieto con su fábrica de delitos y delincuentes.
¿Qué significa lo anterior? Simplemente que renuncian a su labor como garantes de la seguridad y la lucha por un estado de derecho. Significa también rendirse de antemano y claudicar ante lo obvio ¡No pueden!
¿Pero qué pasaría si se admiten los errores? Pues simplemente explicarle a la población la ineficiencia de algunos mandos, de algunas corporaciones y la corrosión en que vive todo el sistema policiaco local de cualquier entidad del país, permeados hasta la médula y desde hace décadas al servicio del crimen organizado, y la peor de las realidades: que somos un mercado de alto valor y una sociedad altamente armada.
Tomar este camino que ha manifestado en sus declaraciones el gobierno de la república, es una peligrosa pendiente de la que muy difícil puede resultar retornar porque ya serán guiones, scripts y montajes la imagen que tendrá la sociedad, que ojalá no sea como en los tiempos de Ernesto Zedillo, cuando nos salió con “La Paca”, aquella bruja que se convirtió en la estrella de la investigación policial de la PGR.
Esa ruta si tuviera éxito sería muy lamentable, pero es difícil porque existe una sociedad muy proactiva, muy atenta, muy informada, pero muy frágil y acorralada en sus micromundos, tan pequeños que muchos se están asfixiando y viviendo una psicosis de irritación que está creciendo peligrosamente, dividiendo familias, amistades y muy pronto escalará otros espacios.
Porque esa acción ya se conoce y todo mundo sabe que es burda simulación que pretende cubrir la fragilidad del gobierno, situación que facilita que esa psicosis social sea de mucha mayor irritación y genere mayores riesgos.
Es cierto que el gobierno de la república arribó al mando con una sociedad muy fracturada, con espacios del edificio social a punto de derrumbarse, es cierto. Pero cierto es también que así como había fracturas, también se contaba con instrumentos, mecanismos, conocimientos y recursos para enfrentar muchos problemas ¿Dónde está la falla entonces?
La falla es obvia, radica en que no se contemplaron las diversas variables de la ecuación y no supieron crear las fórmulas para los resultados que deseaban, como les ha ocurrido con otras medidas adoptadas que ponen a pensar en la necesidad de que el ejecutivo federal tenga más reflexión y menos velocidad para que la desesperación no le arrastre, como parece ser sucede en los asuntos más delicados.
Otros errores del gobierno de la república está provocando pérdidas financieras muy significativas, lamentables desde cualquier punto de vista, pero los errores del 17 de octubre pueden ser tan catastróficos que ojalá no se desborden, el caos no se aún peor, no se acumulen las pérdidas que lamentar y evitar que la demagogia sea mil veces más tronante.