columna jorge

= “Solos, cada uno por su lado, no vamos a poder”, coincidieron

 

= ¿Quién al frente de la fórmula? Hasta ahí llegó la negociación

 

= Resultado: victoria inobjetable de Millán en la jornada electoral

 

= A la vuelta de seis años: Rocha, coordinador de asesores de JAP

 

Inquietos, preocupados por la sólida candidatura de Juan S. Millán al gobierno del Estado (PRI), Emilio Goycoechea Luna y Rubén Rocha Moya – candidatos del PAN y del PRD, respectivamente – acordaron una reunión entre los dos, para buscar ponerle freno a la carrera de Millán y de ser posible hasta buscar una alianza, con un solo candidato, entre los dos partidos, cosa que ya había ocurrido en Sinaloa, en elecciones para presidentes municipales y diputados locales. Era el verano de 1998 y recientemente Millán Lizárraga había superado a Lauro Díaz Castro, en un proceso al interior de su partido.

Días antes, se había efectuado el primer debate de la historia, previo a una contienda electoral, con la participación de los tres candidatos en el auditorio del Centro de Ciencias de Sinaloa, en cuyo desarrollo Juan había sido el centro de los ataques del uno y del otro. Fue, por cierto, el único evento de este tipo entre ellos, sin caracterizarse precisamente por su civilidad o armonía.

Aquella noche, Rocha Moya, entre otras cosas, acusó a Millán Lizárraga de presumir un título universitario, sin haber cumplido el plan de estudios correspondientes, señalamiento al que se sumó Emilio Goycoechea. Juan, a su vez, se defendió, al exhibir al “Milín” como beneficiario del FOBAPROA y a denunciar a Rocha de lucrar política y económicamente, a su paso como rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, entre 1993 y 1997.

Como paradoja, según el imaginario colectivo, Juan pudo haber sido el candidato del Partido de la Revolución Democrática al gobierno de Sinaloa. Millán, se dice, mantenía ligas estrechas con quienes dirigían el partido en ese entonces y habían platicado de esta posibilidad, si a Juan se le cerraban las puertas en el PRI, con o sin contienda interna. A lo largo de ese proceso, por cierto, Millán siempre mantuvo el discurso de “dados cargados” hasta que la consulta lo arrojó como ganador.

Hay que decirlo: el PRD le abonó mucha a sospechas a las especulaciones, al esperarse hasta el final. Fue el último partido en postular candidato y solo lo hizo hasta entonces.

Y Rubén Rocha fue el ungido.

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Para Rocha era su segundo intento por alcanzar la gubernatura del Estado. El primero lo fue en la elección de 1986, cuando, del Congreso del Estado saltó a encabezar la candidatura, postulado por un frente de partidos de izquierda. Rocha se ubicó en el tercer sitio de la votación; pero se sumó a Manuel Clouthier en una larga y álgida movilización de protesta “por la legitimidad del proceso electoral”. Al final de la jornada, el Consejo Estatal Electoral – presidido por el secretario de Gobierno del Estado, Eleuterio Ríos Espinoza – declaró a Francisco Labastida Ochoa como candidato ganador y más tarde el Poder Legislativo, como gobernador electo de Sinaloa para el periodo comprendido entre el primero de enero de 1987 y el 31 de diciembre de 1992.

Entonces, en ese 1998, Rocha Moya tocaba con toda su fuerza los tambores de guerra, con el ánimo de revindicar al Partido de la Revolución Democrática, tras el triste papel de Juan Guerra Ochoa en los comicios de 1992, frente al ingeniero Renato Vega Alvarado, con una votación demasiado pobre, muy por debajo, incluso, del segundo lugar. Guerra era – lo mas triste del asunto – una figura al interior del PRD, incluso en el contexto nacional.

Y para Emilio (“Milín”) Goycoechea, también era su segunda oportunidad, tras solicitar correspondiente licencia a su cargo como Senador de la República. La primera había sido seis años atrás, cuando tuvo como plataforma de lanzamiento su exitosa trayectoria en el ámbito empresarial, en cuyas esferas desempeñó cargos de primer nivel en el país, como la presidencia de la Confederación Nacional de Cámaras de Comercio, por ejemplo.

En esa primera vez, Goycoechea hizo una buena campaña; pero se quedó lejos de una eventual victoria. Renato Vega, con el respaldo del gobernador Labastida, lo venció sin mayores dificultades, de conformidad con los números oficiales.

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Y bien.

De regreso a 1998, convencidos de que solos, cada uno por su lado, sería imposible derrotar a un Juan Millán, que hacía uso de todas las herramientas habidas y por haber para salir adelante, Emilio Goycoechea y Rubén Rocha se reunieron, al fin, en algún lugar de nuestro Estado.

Ya frente a frente, hablaron de la participación del gobernador Renato Vega Alvarado en la campaña de Juan S. Millán; de la cargada mayoritaria de los medios de comunicación – con muy pocas excepciones -; del refuerzo con los más hábiles estrategas de la política mexicana y del apoyo decidido, incluso, del sector empresarial.

-Así, solos, no vamos a poder contra este “demonio” – coincidieron.

Y también coincidieron en la necesidad de una alianza de facto para detener a Millán. Para esas alturas, ciertamente, ya era legalmente imposible cristalizar una alianza oficial; pero si había una ruta: que uno declinara en favor del otro y éste, a su vez, llamara a votar, por esa fórmula, a sus respectivos correligionarios.

Naturalmente, las conversaciones se interrumpieron cuando llego el momento de acordar quien en favor de quien. Ambos se proclamaron como el más apto para encabezar la coalición entre derechas e izquierdas de nuestra entidad.

Y hasta ahí llegaron las cosas.

Cada quien siguió por su lado, inevitablemente.

Emilio Goycoechea tuvo grandes mítines, en los que destacaron la presencia de las más grandes figuras del panismo y de la derecha mexicana; entre ellas, Vicente Fox, quien ya hacía tiros de calentamiento, en búsqueda de la candidatura presidencial.

Y precisamente, una noche de aquellas, frente a Catedral, Fox se aventó una de las suyas:

-Sinaloenses, panistas y no panistas – exclamó -: ¡no la chinguen! De veras ¡no la chinguen! No puedo concebir un solo voto, bien habido, en favor de aquel cabrón.

Rubén Rocha Moya, por su parte, llevó a cabo la mejor campaña, hasta entonces, por un candidato a la gubernatura por un partido de izquierda. Rocha mostraba, semanalmente, encuestas que le daban la ventaja sobre los otros competidores y que vislumbraban, cuando menos, una elección altamente competida.

Y si lo fue, de algún modo.

Rocha Moya le dio al PRD la mejor votación de su historia, con 147 mil 513, que representaban el 17. 40 por ciento del total; pero solo le alcanzó para la tercera posición.

Emilio Goycoechea Luna, a su vez, obtuvo 273 mil 314 votos, para lo que fue el 32. 24 por ciento.

Y Juan Millán, el ganador, logró una cosecha de 397 mil, que constituyó el 46.85 por ciento de los votos totales.

El resto de los candidatos, ni sus partidos, ni pintaron en realidad.

Millán superó con 123 mil 909 votos a Goycoechea y su ventaja fue de casi 15 puntos porcentuales, algo impensable para nuestros días, si excluimos las circunstancias de la elección presidencial de 2018.

Y es que, a pesar de la holgada diferencia, la verdad de las cosas es que se pensaba en una victoria aplastante de Juan sobre sus adversarios. Primero, por la popularidad y la aceptación de Millán y segundo, por los remanentes del proceso interno en el que midió fuerzas contra Lauro Díaz Castro. Sin embargo, el sentido fue contrario. Dicen, los que estuvieron cerca, que fue esto, precisamente, lo que “ajustó” – por llamarlo de algún modo – las preferencias electorales. “Fuego amigo”, le llaman ahora.

Goycoechea digirió y procesó rápido el resultado y se regresó a su cargo como Senador de la República. Concluido su periodo, se retiró de la vida pública estatal.

En contraste, Rubén Rocha calificó los resultados “como una elección de Estado” y durante los meses siguientes, hasta la toma de posesión, encabezó diversos actos encaminados a cuestionar la legitimidad del proceso electoral y a opacar, por ende, la victoria de Millán.

Y lo que son las cosas:

Casi cinco años después, en una serie de artículos publicados en el periódico Noroeste, Rubén Rocha Moya comenzó a hablar recurrentemente de la sucesión gubernamental y a perfilar, virtualmente, a Jesús Aguilar Padilla como el relevo más apropiado de Millán Lizárraga.

Llegados los tiempos, en una decisión que sacudió la estructura política del Estado y que conmocionó al Revolucionario Institucional, Rubén Rocha Moya apareció como coordinador general de asesores del nuevo gobernador. Y no solo eso: se consolidó, con el paso de los años, como uno de los hombres de mayor cercanía a Jesús Aguilar.

¿Detonó esto en el rompimiento político de Juan Millán con su sucesor?

Si dice que sí, está usted en lo correcto, estimado lector.

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