= La logramos en un segundo intento, sin contratiempos
= Con apoyo logístico del gobernador Renato Vega Alvarado.
= Oscar Lara, el salvoconducto en la zona del Triángulo Dorado
= “Mi hijo es un buen hombre; se dicen muchas mentiras de él”
Este artículo, bajo el formato de columna política, todavía es consecuencia del encuentro del domingo próximo pasado entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y la señora Consuelo Loera, la madre de Joaquín Guzmán Loera, el famoso “Chapo Guzmán”. Ha sido, además del avance incontenible del Covid-19 (de lo que trataremos de ocuparnos lo menos posible, por asepsia mental), la nota de la semana.
El video correspondiente, difundido casi al momento por las redes sociales, alcanzó en cosa de minutos la categoría de tendencia mundial y se convirtió en un caramelo para los críticos del presidente y su 4-T. Ya le dijeron hasta de lo que se va a morir.
Y bien.
El columnista prometió un nuevo relato en torno a la entrevista con doña Consuelo Loera, lograda en un segundo intento, allá por el año de 1993. De lo que aconteció en el primero, ya dimos cuenta puntual en nuestro espacio periodístico del miércoles próximo pasado, aquí en su portal de internet www.jorgeluistelles.com.
Y aquí vamos pues:
Un par de semanas después de la fallida incursión hacia el poblado de La Tuna, en búsqueda de la señora madre del Chapo Guzmán, el entonces gobernador Renato Vega Alvarado, me localizó en las oficinas de la dirección general de El Sol de Sinaloa y me pidió, con toda amabilidad, “si podíamos tomarnos un café”, allá en el tercer piso de Palacio de Gobierno. Ya estábamos en la primavera de 1993, apenas en el primer año de mandato del nuevo mandatario de nuestro Estado.
La invitación me llenó de curiosidad; pero también me inquietó. Renato acostumbraba a tratar sus temas en forma directa y rápidamente, para no darle tiempo a que el interlocutor aprovechara la recta – en términos beisboleros – y le solicitara algo fuera de agenda. “Todo el que viene aquí, es para pedirme algo; me creen Santa Claus”, me dijo en alguna ocasión.
-Me habló Mario (Vázquez Raña) y me contó lo sucedido ahora que te mandó a La Tuna a entrevistar a la mamá del Chapo Guzmán – me dijo a bote pronto, en sus oficinas de la sede del Poder Ejecutivo Estatal -. Supe que te acompañaba “el Arismendi”; pero ¿Cómo es que se les ocurrió ir a la guerra sin fusil? ¿Acaso no sabían cómo andaban las cosas por allá, ahora que acaban de capturar al Chapo? Finalmente les fue bien. Otros cuando menos no se hubieran escapado de un susto mayúsculo.
Renato, vestido con su clásico pantalón de color caqui y camisa a rayas verticales, abrió desmesuradamente los ojos; se levantó de su sillón de gobernador, para dar una vuelta alrededor de su escritorio y añadió:
-A Mario le interesa mucho esa entrevista, como parte de una serie de trabajos especiales que, según me confió – “porque tú sabes la amistad que yo tengo con él ¿verdad?” – va a ordenar en las distintas plazas de su organización. Me pidió que le echara la mano con eso y me ratificó que es un trabajo que tú vas a hacer. Por supuesto que te voy a ayudar y bien. Vas a ir y venir hasta allá, con toda tranquilidad y de lo bien o mal que te salga esa entrevista pues ya depende de ti y de nadie más.
Así, tras el obligado antecedente, entró en detalles:
-Mira: vas a ir en el helicóptero del Gobierno del Estado, piloteado por los mejores del staff. Te apoyará con las gráficas un fotógrafo de la coordinación de comunicación social y lo más importante: te acompañará una persona, que es la mejor garantía para tu seguridad. El conoce Badiraguato de punta a punta y todo Badiraguato lo conoce a él. Se lleva muy bien, con buenos y malos, así que no vas a tener ningún problema para hacer tu trabajo.
-¿Lo conozco señor gobernador? –le pregunté.
-Supongo que sí – dijo el ingeniero Vega Alvarado; llamó por la línea roja hacia la oficina anexa (la de la secretaría particular) y en un abrir y cerrar de ojos apareció bajo el umbral de la puerta, una figura, ciertamente muy conocida: el entonces diputado local Oscar Lara Salazar.
-Ahí pónganse de acuerdo para el viaje y me cuentas todo. Y si hay algún problema, me avisas por favor – subrayó el gobernador del Estado, ya con Oscar de testigo.
El viaje se programó rápido, para el día siguiente.
Así, al amanecer – tras ultimar detalles con quien sería nuestro acompañante – despegamos del helipuerto ubicado en la azotea del Palacio de Gobierno. Tripulación, el diputado Lara Salazar y el fotógrafo Jorge Bojórquez, autorizado por el coordinador de comunicación social,
David López Gutiérrez. El aparato se elevó rápidamente bajo los semi nublados cielos de la ciudad y enfiló hacia el triangulo Dorado, en las inmediaciones de la Sierra Madre Occidental.
El vuelo no solo fue rápido, sino también tranquilo. En cosa de 10 o 15 minutos, se perfiló, entre la nubosidad, una pista de aterrizaje, un bien montado templo y una casa tipo campestre, de amplias dimensiones: La Tuna, Badiraguato.
La llegada del helicóptero rompió la habitual tranquilidad del poblado: los pocos residentes (entre hombres y mujeres), incluido el pastor del templo, asomaron por puertas y ventanas, sin recato alguno por las armas de grueso calibre que portaban entre sus manos. “Calmado, no pasa nada”, me dijo el diputado.
Y en efecto, Oscar fue un salvoconducto inmejorable: los lugareños se dirigieron a él con respeto y el diputado, a su vez, de manera familiar. Sabían quién era por supuesto.
Caminamos el tramo (humedecido por la reciente lluvia) entre la pista de aterrizaje y la casa paterna de la familia Guzmán Loera. Doña Consuelo, nos esperaba en la puerta y nos condujo a la cocina comedor, que olía a café de olla y pan ranchero, recién horneado. Como buena campirana, la mamá del Chapo nos ofreció el refrigerio con cortesía y amabilidad.
-Doña Chelo ¿Cómo está? – saludó Oscar.
-Bien mi´jo ¿y tu? A que debo el milagro de tu visita.
-Pues aquí el señor es periodista, de una importante cadena nacional y quiere platicar un rato con usted. Solo un rato, sobre cómo están las cosas por acá.
-Con mucho gusto licenciado: pero primero toman café y comen pan. No me van a desairar.
La casa, típica de un ranchero pudiente: rectangular, de teja y con un enorme portal, donde varias sillas mecedoras esperaban a los visitantes. Doña Consuelo en ningún momento mostró ni recelo, ni desconfianza. Participativa, antes bien. Como que no era la primera vez que recibía periodistas en casa.
De un costado, el moderno templo evangélico, con el pastor en plan de observador a lo lejos. En un rincón de la casa, un grupo de mujeres, de edad avanzada, de ropas obscuras y cabeza cubierta, como las islamitas. Ante nuestro gesto de curiosidad, doña Consuelo se adelantó a la presentación:
-Ellas son mis hermanas – dijo en voz pausada; pero firme.
-¿Sus hermanas? – repliqué.
-Si joven: mis hermanas en Cristo. Vinieron al culto desde las rancherías cercanas y se irán después de la comida. Vienen hasta tres veces por semana. Aquí es la casa de todos.
Con sigilo, las personas armadas se movían de un punto a otro, con cierta discreción; pero sin provocar conflicto alguno. Nos veían, a lo lejos, con cierto recelo y desconfianza y hasta ahí. Supusimos que eran muchos más de los visibles.
La plática con la señora madre de Joaquín Guzmán Loera se dio con calidez y fluidez. Doña Consuelo abordó los temas con sensatez y eludió, simplemente, los que no consideró necesario tocar. Habló de la infancia y primera juventud de su hijo y de su primer matrimonio, con una muchacha de Jesús María; de lo feliz que era ella “aquí, entre mis cerros” y de las mentiras que se decían alrededor de su hijo Joaquín.
-El es mi hijo y lo adoro, como a todos los demás. Los quiero a todos; pero él es el más amoroso con su mamá. Cuando viene estoy feliz.
-¿Y cada cuanto viene doña Consuelo?
-Pues a veces seguido. A veces tarda un rato; pero no deja de venir. Y cuando está aquí pues lo recibimos con los brazos abiertos. El es un buen hombre. No hay que creer todas las cosas malas que se dicen de él.
-¿Y por qué no viene con mayor frecuencia.
-Mi´jo pues porque anda muy ocupado. Mucho. En sus cosas.
-¿Y cuales son esas cosas doña Consuelo.
-Pues sus cosas, sus cosas. Su trabajo.
La entrevista concluyó satisfactoriamente y regresamos a Culiacán sin contratiempo alguno. A primera hora de la tarde, el aparato volador se posaba tranquilamente sobre la azotea de Palacio de Gobierno. Había terminado la misión.
El trabajo, por supuesto, fue un hit. Se publicó en todos los diarios de OEM en el país, con marcadas muestras de aprobación y la felicitación directa del señor Vázquez Raña.
Me sentía como una especie de héroe y digno candidato al Premio Nacional de Periodismo; pero no. No llegó a esos niveles. Y solo al paso del tiempo una duda me asaltó: aquello fue tan tranquilo y tan fructífero que ¿no estaría arreglado de antemano?
En fin.
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Y a título personal.
Vamos ya para la tercera semana de cuarentena puesto que aquí, en casa, la iniciamos desde el lunes 16, una vez cotejado y verificado que el autor de esta columna pertenece al grupo de riesgo mayor, ante la embestida de Covid-19.
La cadena de malas noticias había comenzado una semana antes, con la depreciación del peso ante la caída de los precios del petróleo y el repunte del Coronavirus en el país.
De entonces y hasta hoy todo ha sido negativo. Estremecedor. Poco alentador.
Bajo esta circunstancia y ante la ausencia de informaciones no ligadas a la pandemia, vamos a tratar de desempolvar esta clase de historias, para no dejarnos llevar por esta línea que conduce a estados poco gratos para la sociedad en general.
Hasta hoy la pandemia sigue. En México, con más de 100 casos nuevos diariamente, con todo y el aislamiento social.
Vamos a ver que viene después.
Dios los bendiga.