Agenda Política

Antonio Toledo y sus “Doce Apóstoles”; Los desayunos en Palacio de Gobierno

columna jorge luis telles circular

 

= Célebres los chistes de ATC y los menús del día

 

= Wafles con chorizo, la receta del gobernador

 

= Los “Totes”, Ortegón, Chavez Castro y don Atalo

 

= Como todos, ATC tenía su propio estilo de gobernar

 

El gobernador Antonio Toledo Corro era fan de la Semana Inglesa y lo hacía con absoluta relajación. Solo excepcionalmente, agendaba actividades durante el fin de semana, el cual acostumbraba disfrutar, al lado de su familia, en su rancho de Las Cabras, Escuinapa, al que le mandó construir una pista, con especificaciones suficientes como para facilitar el aterrizaje de su poderoso jet privado, “El Ranchero”. Llegaba a Palacio de Gobierno – en helicóptero – a media mañana del lunes y el viernes, después de la comida, emprendía el regreso hacia aquel paradisiáco punto del sur del Estado, a la orilla de la playa, rodeado de cocoteros y muy cerca de Teacapán. Ahí se comía tixtihuitl con atole blanco, lizas ahumadas y camarón semi seco de los esteros de El Rosario.

Habitualmente ATC programaba giras de trabajo en el curso de la semana, casi siempre por vía aérea. Cuando no era así, acostumbraba desayunar, en el comedor de Palacio, martes, miércoles, jueves y hasta los viernes, eventualmente. Solía invitar a sus principales colaboradores y amigos cercanos, quienes estaban puntuales a la cita, a las 8 de la mañana. Otros, no invitados, llegaban primero. Sin el menor recato del mundo.

Entre quienes no fallaban – así temblara, tronara y relampagueara -: Atalo de la Rocha, en primerísimo lugar (era titular de un cargo inventado por ATC: Coordinador de Fomento Minero); José Ramón “Tote” Fuentevilla Peláez, secretario de Finanzas; Ernesto Ortegón Cervera, secretario de Alimentos, Productos y Servicios Esenciales; el Procurador Jorge Chávez Castro; el diputado local Luis Alvear Gándara y los grandes cuates de ATC: “El Tungui” Castro, que estaba en Pesca; “El Cochón” Millán, como su asesor y Víctor Manuel de los Reyes, jefazo de Alcoholes.

Ocasionalmente caían por ahí, el secretario general de Gobierno, Marco Antonio Arroyo Camberos; el secretario de Educación, Mariano Carlón López -quien había relevado al doctor Fernando Uriarte –; el secretario de Obras Públicas, Jaime Sevilla Pollastro; el secretario de Administración, Miguel Ángel Fox y el diputado federal José Carlos de Saracho Calderón. Muy ocasionalmente.

Toledo Corro no parecía inquietarse por la situación – la de los “colados” -. Más bien, la disfrutaba plenamente. Gozaba a plenitud el ejercicio del poder.

Y cuando el chef hacía su arribo al comedor se dirigía a Toledo a quien le repasaba el menú del día y le preguntaba qué le apetecía desayunar. Con un ligero movimiento, el gobernador, le indicaba, que primero los invitados, quienes a la misma pregunta, contestaban:

-Lo que pida el patrón.

Mortificado, el chef volvía con ATC, quien ya le indicaba:

-Bueno, pues a mí me traes un huevo revuelto.

-¿Con qué? – contestaba el chef en abierta complicidad, y sabedor de la respuesta.

-Pués…¡con otro huevo!

Entonces, la carcajada de los comensales, estremecía el salón.

Y todos ordenaban lo mismo: un huevo revuelto con otro huevo.

-Ahí les va el último – decía el gobernador, mientras la cocina entraba en actividad.

Y comenzaba con su chiste del día:

-Resulta que un sinaloense, acompañado de su pequeño hijo, de diez años de edad, paseaba por Reforma, en la ciudad de México y al llegar a donde está Cuauhtémoc, en Insurgentes, el niño abrió desmesuradamente los ojos y le dijo: “¡mira papá, que bonita ESTUATA”,! a lo que el señor padre contestó: no hijo, no se dice ESTUATA; se dice MENUMENTO”.

Y de nuevo, la carcajada, que sacudía los pasillos del ala Occidental de Palacio de Gobierno. Era el mismo chiste de siempre. Lo contaba cuando menos una vez por semana.

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En cierta ocasión, sin embargo, Toledo decidió bromear con la situación.

E instruyó adecuadamente al jefe de la cocina.

Instalados todos – por ahí alguien les llamó “Los Doce Apóstoles” -, el mismo protocolo de siempre. La pregunta al gobernador:

-¿Qué le apetece desayunar señor?

-Mmm…Hoy voy a cambiar. Traigo un antojo.

-Usted diga.

-¡Wafles! ¿Los saben preparar?

-Si, por supuesto ¿Jamón, miel y mantequilla?

-No, no, no. Yo los quiero con chorizo. ¡Si wafles con chorizo!

Todos abrieron los ojos desmesuradamente y voltearon a ver al gobernador. Como que no les sonaba la sugerencia.

Sin embargo, el primero en turno, también pidió lo mismo que el patrón: wafles con chorizo.

El segundo, el tercero, el cuarto y todos lo mismo.

-A mi también ya se me antojó – uno, tras otro.

Y eso desayunaron: wafles con chorizo.

A estas alturas, donde esté, seguramente Toledo todavía se carcajea de su ocurrencia.

Porque de lo que pocos se percataron es que el Chef trajo sus wafles al gobernador; pero el chorizo en plato separado, cosa que no ocurrió con el resto de los comensales. Toledo disfrutó del exquisito platillo mexicano e hizo a un lado el extranjero.

De todos modos, a final de cuentas, todos coincidieron:

-Riquísimo patrón. ¿Es receta de Escuinapa?

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Antonio Toledo Corro tenía, en efecto, su muy particular estilo de gobernar.

Entrón, desafiante, desparpajado. Vestido siempre con su conjunto kaki y su sombrero de lado y la pavorosa “45” en la bolsa derecha de su amplio pantalón. Solo utilizaba traje para los informes, el “grito” y sus recurrentes viajes a la capital del país.

Los cinco días que despachaba en Palacio de Gobierno – cuando no había giras programadas – era de actividad intensa, puesto que atendía audiencias ciudadanas durante la mayor parte del día, cosa que desapareció gradualmente con los gobernadores siguientes, que adoptaron otros sistemas, acorde a su personalidad y las necesidades del Estado. Jamás tocaba temas no relacionados con el ejercicio de la política. Era su pasión.

Normalmente las audiencias eran a puertas abiertas. Entraba todo el mundo y por supuesto los representantes de los medios de comunicación de entonces, quienes cubrían en vivo y directo las actividades del gobernador.

Sus giras de trabajo eran habitualmente por transporte aéreo y le gustaba que lo acompañaran siempre los periodistas de Culiacán, independientemente de las obras a inaugurar o los temas a tratar. Sostenía que la interacción facilitaba una mejor relación con los medios y la verdad es que tenía razón. Esta práctica ya desapareció, varios gobernadores atrás, por cierto.

Además, Toledo Corro ofrecía un desayuno mensual a los periodistas de todo el Estado, fuera de Palacio de Gobierno. Tales desayunos concluían invariablemente con una conferencia de prensa en la que podían preguntar todos y de todo, lo que ponía a prueba el temple y la ecuanimidad del licenciado Cuitláhuac Rojo Robles, su coordinador de comunicación social, especialista en esquivarle todo tipo de golpes al ciudadano gobernador.

Con esa misma frecuencia, ATC desayunaba, comía o cenaba con los columnistas políticos de las principales ciudades de la entidad. Normalmente en sitios populares, sin lujos, como “El Recreo” o el “Palomar de los Pobres”, por ejemplo. Éramos muy pocos, hasta eso.

Y mal terminaba de consumir sus alimentos, Toledo se llevaba el puro a la boca y así hablaba, con el puro entre los labios. Cuando había copa, era etiqueta negra con agua natural. No más de dos.

Ahí es cuando venían los tips, las especulaciones y las visiones al futuro.

A sus sesenta y tantos años de edad – llegó al Poder de 61 y lo dejó a los 66 – Toledo Corro jamás cayó en trampa alguna, ni en provocaciones, ni en los señuelos de los columnistas. Contestaba, sí; pero con parábolas e invariablemente en sentido figurado.

Ahí, en esos convivios, nació aquello de:

-Muchachos, ya no están tan jovencitos como para irse con la finta, ni tampoco para sudar calenturas ajenas: el próximo gobernador será aquel que sea amigo del presidente.

-Hay dos aspirantes; los dos dicen ser su amigo – le refutábamos.

-Pues uno tendrá que ser más amigo que el otro. El que sea más. No hay vuelta de hoja. Lo que si yo les apuesto es que será de Mochis, la nueva Señorita Sinaloa…

Era diciembre de 1985 y el destape estaba a meses.

Más claro, ni el agua de manantial.

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