columna jorge luis telles circular

 

= Con Echeverría, López Portillo y Miguel de la Madrid

 

= La logró, finalmente, con Carlos Salinas de Gortari

 

= El gobernador Francisco Labastida, su opositor principal

 

= Dejó en el camino a Lauro Díaz Castro y Gustavo Guerrero

 

El ingeniero Renato Vega Alvarado fue postulado por el PRI como su candidato a gobernador de Sinaloa en mayo de 1992, por decisión expresa (naturalmente) del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari; pero, según reveló al analista político Carlos Velázquez Martínez, sus inquietudes venían desde la ya muy lejana época de Luis Echeverría Álvarez, en la década de los setentas del siglo pasado.

 

Y tuvo algunas posibilidades con Echeverría, con José López Portillo y con Miguel de la Madrid, de acuerdo a lo declarado en aquella ágil entrevista que le hizo Carlos Velázquez, para su revista “Sinaloa Dossier”, allá por el 2000, dos años después de haber dejado la gubernatura del Estado y justo cuando se estrenaba como presidente de la Liga Mexicana del Pacífico.

 

Y sí.

 

Efectivamente, en mayor o menor grado, el activismo político de Renato siempre lo ubicaba entre los posibles contendientes al honroso cargo; sin embargo, a juicio de este columnista, solo tuvo una oportunidad real, de a deveras, exactamente cuándo lo fue: en mayo de 1992.

 

En el caso concreto de Luis Echeverría, el ingeniero Vega Alvarado relató a Velázquez Martínez, que “Echeverría me distinguía con una amistad muy cercana, desde que fui diputado federal por primera vez y por eso fui encargado de organizar su toma de posesión en el auditorio nacional; me pasé dos meses, en su casa de San Jerónimo, revisando logística y lista de invitados”.

 

Ya con Echeverría en la presidencia, “yo era Oficial Mayor del Departamento del Distrito Federal y estaba en una situación de privilegio: tenía una amistad muy cercana con el secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia; con mi jefe inmediato, Octavio Sentíes Gómez y con el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Jesús Reyes Heroles”, acota en el trabajo periodístico de Carlos Velázquez.

 

Renato sustentaba sus aspiraciones en una tesis muy particular: que muchos de sus compañeros de legislatura (en su primera ocasión como diputado federal) habían sido postulados candidatos al gobierno de sus respectivas entidades, con la bendición del presidente Echeverría: Luis H. Ducoing, en Guanajuato; Rafael Rodriguez Barrera, en Campeche; Antonio Calzada, en Querétaro; Pedro Zorilla, en Nuevo Leon y Carlos Armando Biebrich, en Sonora.

 

-El próximo podría ser yo -, pensaba, para sus adentros, el ingeniero Vega Alvarado, a pesar de que su nombre no se manejaba en la terna oficial, en la que si figuraban, en cambio, los senadores Alfonso G. Calderón y Gilberto Ruiz Almada, más Salvador Robles Quintero.

 

El “bueno”, sin embargo, fue Calderón, en 1975.

 

Antonio Toledo Corro lo fue en 1980.

 

Y Francisco Labastida, en 1986.

 

De acuerdo a la óptica del mismo Renato, Echeverría lanzó a Calderón “porque le gustaba mucho sentar precedentes y lo convirtió en el primer gobernador obrero de la historia de México; en esa misma dinámica fue que impulsó a un representante de la CTM a una magistratura de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: Juan Moisés Calleja”.

 

Los otros dos, Toledo y Labastida, obedecieron a la premisa ineludible de Toledo Corro: “llega a gobernador el amigo del presidente”. Y en efecto, en su tiempo, Toledo era el hombre más cercano a José López Portillo; Labastida, por su parte, a Miguel de la Madrid.

 

“En ningún momento me sentí frustrado, ni decepcionado – acotó Renato sobre el particular -; por el contrario, aprendí que la paciencia, la perseverancia y la constancia son indispensables para salir adelante. Las ocasiones en las que creí tener posibilidades, siempre las vi con interés; pero, bueno, las otras tareas que me encomendaban, también eran gratificantes y me permitían cumplir con una función acorde a mi vocación de servicio”.

 

= SIN EMBARGO, RENATO SE ACERCABA=

 

A finales de mayo de 1991, Luis Donaldo Colosio, presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, invitó a Renato a sus oficinas en el edificio de Insurgentes Norte, allá en la ciudad de México, donde, a boca de jarro, el sonorense, uno de los hombres más cercanos al presidente Salinas, le pregunta:

 

-Ingeniero: ¿le interesa ser Senador?

 

-Luis Donaldo, te lo agradezco mucho; pero mi verdadera inquietud, vocación, aspiración y meta es ser candidato al gobierno de mi Estado. Sin embargo, si el partido así lo quiere, acepto ser candidato. Lo que no me gustaría es que fuera esta una acción excluyente – le aclara Renato.

 

La senaduría que Colosio le ofrecía a Renato Vega era la de tres años, modelo que estuvo en vigor durante el sexenio presidencial de Carlos Salinas de Gortari. El primero, por tres años, lo fue Mario Niebla Alvarez. Venía el segundo periodo. Días después, Luis Donaldo se comunica telefónicamente con Renato para informarle:

 

-Felicidades ingeniero. Su candidatura ya fue aceptada. Hay que prepararse desde ahora.

 

Sin embargo, un par de días antes del anuncio oficial, Luis Donaldo Colosio llama de nuevo a Renato, para pedirle reciba al también sinaloense José Luis Soberanes, quien le entregaría “un mensaje muy importante”. Y vaya, si que lo era: “finalmente, el candidato será el ingeniero Gustavo Guerrero Ramos”, a la sazón, secretario de Desarrollo Social del gobierno de Sinaloa, con Francisco Labastida.

 

Lógico Renato, que ya bosquejaba lo que sería su campaña política, busca las explicaciones correspondientes, y las tiene, de primera mano, del mismo Colosio Murrieta:

 

-El señor presidente ha decidido nombrarlo sub secretario de la Reforma Agraria, puesto que va a impulsar una reforma al artículo 27 constitucional y una nueva Ley Federal de la Reforma Agraria; por lo que requerirá de su talento, experiencia y capacidad para sacar esto adelante. El presidente le pide toda su colaboración.

 

Ante estas palabras, la desilusión inicial de Renato Vega se transforma en optimismo renovado. No acepta ni digiere del todo el desplazamiento por parte de Gustavo Guerrero; pero si sabía que, aún sin ser senador, estaría de nuevo en la pelea, en solo unos meses más.

 

Y así las cosas, en enero de 1992, el presidente Salinas cita a Vega Alvarado en Los Pinos, para notificarle:

 

-He estado revisando todas las auscultaciones que el PRI ha realizado en Sinaloa y en todas está usted en finales. Vamos a esperar la decisión del partido; pero mientras se resuelve esto, siga dedicado a su trabajo, especialmente en el Programa Nacional de Solidaridad, con Carlos Rojas.

 

Renato estaba cerca.

 

= DIAZ CASTRO, LA CARTA ABIERTA DE FL =

 

En tanto.

 

Aquí en Culiacán, indiferente a la evolución del caso en la capital del país y a los avances del ingeniero Vega Alvarado, el gobernador Francisco Labastida Ochoa impulsaba con todo al también ingeniero agrónomo Lauro Díaz Castro, presidente municipal de Culiacán.

 

Era su carta visible, sin lugar a dudas.

 

Y Lauro hacía su parte, con un muy buen trabajo como alcalde de la ciudad capital del Estado, apoyado con todo por el jefe del Ejecutivo Estatal, bajo el soporte de una intensa e inteligente campaña mediática, orquestada directamente desde la coordinación general de comunicación social del gobierno de Sinaloa, a cargo del experimentado y reconocido comunicólogo Ignacio Lara Herrera.

 

En tal circunstancia, Díaz Castro parecía caminar a tambor batiente rumbo a la candidatura, sin que nadie le hiciera sombra. Parecía tenerla en el bolsillo.

 

Y bueno, con su postulación como candidato al Senado, Gustavo Guerrero Ramos – también cercano al gobernador -, Labastida tuvo otra carta a la mano, por si le fallaba la primera. También alentó a Gustavo; pero Lauro era el as de oros.

 

¿El ingeniero Renato Vega?

 

Al parecer no lo veían como rival de cuidado. Lo habían subestimado peligrosamente, al tiempo que crecía la sensación de que Labastida – con todo y sus marcadas diferencias con el presidente Salinas – haría lo que no pudo hacer Alfredo Valdez Montoya, ni Alfonso G. Calderón, ni Antonio Toledo Corro: imponer a su sucesor.

 

Y los tiempos seguían su marcha aquí en Sinaloa.

 

= AL FIN, EL “DESTAPE” =

 

Sin embargo…

 

Repentinamente, como un eco que suena una y otra vez, comenzó a escucharse el nombre del ingeniero Renato Vega Alvarado, como posible candidato priista al gobierno del Estado y la incertidumbre comenzó a ser presa de quienes ya trabajaban abiertamente por Lauro Díaz Castro, sin quitarle tampoco calor a Gustavo Guerrero, en su calidad de Senador de la República. “¿Han visto a Renato Vega Alvarado durante los últimos días?”, escribió Jorge Medina León, en su leída columna “Sinaloa de Frente y de Perfil”, para El Sol de Sinaloa.

 

Con el advenimiento del mes de mayo, ya era prácticamente una certeza; pero Labastida seguía aferrado a Lauro Díaz Castro o bien a Gustavo Guerrero. Uno de los dos.

 

“Tanto Lauro como Gustavo – dijo Labastida en la entrevista para el libro “Los Gobernadores de Sinaloa, ante la Historia” (promovida por Heriberto Galindo Quiñones) – estaban mucho más preparados para el ejercicio del cargo. Los dos traían el pulso del Estado en sus manos; conocían su problemática y sus alternativas de solución, además de que contaban con el respaldo popular. No era ningún capricho mío, ni tampoco simpatías personales. Pensé siempre que eran, uno u otro, la mejor opción para nuestro Estado”.

 

Así las cosas, llegó la noche del 5 de mayo y el también analista político Francisco Arismendi Martínez, recuerda como un enjambre de reporteros se dio cita en el aeropuerto internacional de Bachigualato, para esperar al delegado general del CEN del PRI, Joaquín Contreras Cantú – en trayecto de la ciudad de México a Culiacán - ante el inminente destape del candidato de ese partido al gobierno de Sinaloa.

 

-¿Trae ya la convocatoria del Comité Ejecutivo Nacional? – increpó, en tono irreverente, Arizmendi a Joaquín Contreras, casi al pie de la escalerilla del avión de AeroMéxico, cuando ni tan siquiera ponía todavía un pie en el suelo de Culiacán.

 

-¿Qué convocatoria ni que nada, mi Pancho, lo que traigo un bonche de papeles, de todo tipo; pero ninguna convocatoria – le contestó, con familiaridad y afecto.

 

-Si la trae – me dijo Arismendi a lo corto.

 

“Esa misma noche – rememora Arismendi – Labastida y Lauro cenaban en Casa de Gobierno, acompañado de sus respectivas esposas, en lo que pudo haber sido el intento de un madruguete mediático, porque la noticia de la cena se filtró deliberadamente a todos los medios de comunicación”.

 

Añade: “del aeropuerto me fui a cenar al Chics del Río, invitado por Ignacio Lara, el coordinador de comunicación del gobernador y a los minutos llegaste tú Jorge. Recuerdo que entre los dos pusimos a Nacho contra las cuerdas; pero el hombre era un costal de mañas. Lo más que nos dijo fue: pues ¡que prisa licenciados! si ya faltan solo unas horas; cenemos rico estas tostadas y vayamos a dormir tranquilos. Lo que sea, sucederá finalmente”.

 

Al día siguiente, mayo 6, Lauro Díaz Castro inicia, temprano, una gira de trabajo por la sindicatura de Quilá. El nerviosismo, la impaciencia y la expectación del alcalde eran más que evidentes, así como la del grupo de periodistas de la fuente del ayuntamiento de Culiacán.

 

Al mismo tiempo, allá, en el centro del país, Renato Vega Alvarado, todavía sin la certeza del nombramiento, hacía lo mismo por el estado de Morelos.

 

Hacia la mitad de la mañana, aquí en Culiacán, trascendía la información de que Lauro había suspendido su gira y que se invitaba, a todos los medios, a una conferencia de prensa en el Palacio Municipal. La invitación, sin embargo, fue abortada, antes de las 12 del día.

 

En Cuautla, Morelos, mientras tanto, el ingeniero Renato Vega Alvarado recibía llamada de Los Pinos, de parte del licenciado Andrés Masieu, para solicitarle su presencia, inmediata, en el despacho presidencial, donde lo recibe cálida y afectuosamente Carlos Salinas de Gortari, para  notificarle:

 

-La decisión ha sido tomada en su favor; lo felicito; le deseó mucho éxito y le invito a realizar una gran campaña y a ser el mejor gobernador que haya tenido Sinaloa.

 

Quizás el ingeniero Renato Vega Alvarado no haya sido, en ese tiempo, el mejor amigo, sinaloense, del presidente en turno; pero hay otro detalle, referencia necesariamente obligada: bajo ninguna circunstancia, Salinas de Gortari le permitiría imponer su sucesor al gobernador Labastida.

 

Así de sencillo.

 

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