canal de panama

 

Por: Jorge Luis Telles

 

= Lo inició Francia; lo continuó EU y ahora es, todo, de Panamá.

 

= Sus ingresos explican el acelerado desarrollo de ese país.

 

= Hasta 300 mil euros de cuota, por cruzar esa vía marítima

 

= Visita obligada, desde luego, para el turista internacional

 

Considerado como una de las maravillas de la ingeniería civil del siglo XX, el canal de Panamá es obviamente una visita ineludible, para cuando se está de viaje por ese país de América Central. Se trata de la ruta más corta para la conectividad marítima entre el océano Pacífico y el Atlántico (82 kilómetros) y se cubre en solo ocho horas, contra los ocho días que implicaría hacerlo a través del estrecho de Magallanes – o cabo de Hornos – en el extremo austral de Chile y Argentina.

 

El canal, cuya construcción la inició Francia en 1880, la continuó Estados Unidos en 1903 y se inauguró el 15 de agosto de 1914, cuando el vapor Ancón se convirtió en la primera embarcación en cruzar la nueva ruta, desde el puerto de Balboa, en aguas del Pacífico, hasta el de Cristóbal, en el Atlántico.

 

Y fue hasta el 31 de diciembre de 1999, a las 12 horas, cuando Panamá asumió en pleno la operación, administración y mantenimiento del canal, para dar cumplimiento a los tratados Torrijo-Carter, pactados con Estados Unidos en 1977 y desde entonces todo cambió en ese país.

 

De ser una ciudad atrapada en la época colonial; de tercer mundo; hundida en la pobreza, la marginación y el subdesarrollo, Panamá, en cosa de diez años, se transformó de manera impresionante. Ahora es una ciudad moderna, pujante, progresista, con amplias vialidades, edificios modernistas, áreas verdes e imponentes centros comerciales, a donde acuden a comprar los visitantes de las otras naciones de América central y las del norte de Sudamérica; Colombia, especialmente.

 

A ese Panamá, precisamente, llegamos la noche del 12 de abril de 2012, a bordo del vuelo 0247 de Copa Airlines, procedentes de La Habana Cuba, en la continuación de nuestro recorrido por las Antillas, Centroamérica y el norte de América del Sur. Caía la noche sobre la ciudad y la iluminación de vialidades y edificios constituyó la primera de muchas gratas sorpresas. Alojamiento en el moderno hotel Plaza Paitilla, ubicado en la Vía Italia, desde cuyo vigésimo piso tuvimos una vista extraordinaria de toda la ciudad.

 

A primera hora de la mañana iniciamos la clásica visita al viejo Panamá, que incluyó los barrios más antiguos de la ciudad, plazas, mercados al aire libre, templos católicos, edificios públicos y conjuntos habitacionales de clases medias populares. El recorrido continuó por el Panamá moderno, lleno de construcciones vanguardistas, hoteles de cinco estrellas y de gran turismo, edificios de empresas de clase mundial, tiendas de las marcas más reconocidas en el mundo entero y vialidades cómodas, rápidas y seguras. Panorámicas espectaculares.

 

Y porque el público lo pidió, el Mall Albrook – donde supuestamente encontraríamos lo imposible: bueno, bonito y barato -; pero, hasta el final de la jornada. Después de la visita a las esclusas de Miraflores, justo donde inicia (o termina, según el caso), el emblemático canal de Panamá.

 

El tour por la zona de las esclusas comienza con una exposición audiovisual de lo que es el canal; de cómo nació la idea de su construcción; de las enormes dificultades que tuvieron que ser superadas y como funciona en la actualidad. Sigue con un recorrido por una amplia sala de museos y concluye con el avistamiento de los buques por entrar al canal, desde lo alto de la zona conocida como Miraflores. Lo de la tienda de souvenirs es algo ineludible.

 

De acuerdo con las explicaciones de los técnicos, el canal opera mediante un sistema de tres complejos de esclusas, de dos vías cada uno, que sirven como ascensores para elevar los buques al nivel del lago Gatún, que es de 26 metros sobre el mar, lo que permite el cruce por la cordillera central, para luego bajarlos por la tercera esclusa al nivel del mar, del otro lado del istmo. La esclusa principal es la de Miraflores y luego sigue la de Pedro Miguel y finalmente las de Gatún.

 

Parece complejo de entender.

 

En realidad no lo es tanto.

 

Las embarcaciones tiene que ascender, como si fuera un elevador, tan pronto comienzan a abandonar el nivel del mar. Esa es la explicación y es lo que hacen justamente las esclusas.

 

En la actualidad, ya son casi 20 mil los buques, de todo calado, que cruzan anualmente el canal de Panamá y la cuota a pagar está en función de las características de las naves, que lo mismo puede ser un barco pequeño o un yate, que hasta un buque petrolero o una de las llamadas ciudades flotantes, como se les conoce a los trasatlánticos o cruceros.

 

Los precios no son nada baratos: desde los 80 mil hasta los 300 mil euros, dependiendo, insistimos, de la embarcación.

 

Además, cada cuota tiene que cubrirse con dos días de anticipación y en determinados casos hasta en efectivo, según las explicaciones de nuestro guía en jefe. Es eso o utilizar una semana más para trasladarse al estrecho de Magallanes y otra más, para el regreso a la altura geográfica del canal de Panamá.

 

Ya no hay mucho que buscarle: es aquí, en el Canal, donde está la mayor parte del Producto Interno Bruto de ese país y la explicación de ese desarrollo logrado por Panamá, a partir de haberse hecho cargo de la operación del canal, justo el último día del siglo XX.

 

En suma: muchos puntos de interés, todos relacionados con la idiosincrasia, el folclore y las costumbres de los panameños; pero obviamente ningún sitio tan atractivamente turístico, como lo es el canal y toda la infraestructura que se ha desarrollado a su alrededor.

 

Dicen que alguna vez, en 1880, el Istmo de Tehuantepec fue considerado como una opción para una obra de esta naturaleza; pero que fue desechada por lo elevado de sus costos.

 

Persiste, sin embargo, como una opción para el futuro.

 

¿Será?

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