columna oscar

¿Qué otra cosa somos sino la suma de todos
esos instantes que al rojo vivo nos marcaron?
Mónica Castellanos


El Congreso del Estado instituyó el Premio Medalla de Honor Norma Corona. El galardón se entregará cada 8 de marzo, día internacional de la mujer luchadora, a una destacada activista de la lucha social, preferentemente por los derechos humanos. Nos alegra saber que la Soberanía del Estado hace justicia a la memoria de Norma. Por muchos motivos es uno de los acuerdos, por cierto unánime, que alimentan la esperanza no sólo de las mujeres que al participar en la vida pública, buscando aportar su granito de arena al cambio que reclama México, enfrentan altos riesgos, también tiene un gran significado para los hombres que compartimos esos afanes.

Nunca comparecieron todos los señalados en el expediente como responsables del homicidio de Norma Corona, por lo que podemos concluir que el manto de la impunidad  cobijó a algunos de ellos; pero tal como lo hemos dicho en otras ocasiones, puede o no haber condena penal, lo que al final vale y mucho es la condena moral del pueblo. Y la creación del Premio que lleva el nombre de la fundadora y primera presidenta de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa, es la expresión más clara de esa condena. La LXIII Legislatura ha interpretado muy bien el sentir de la sociedad que representa.

A las nuevas generaciones habrá que hacerles un poco de historia, para que la personalidad de carne y hueso de Norma se aproxime a ellas. Deben saber que ella nació en el barrio de la avenida Granados muy cerca de la calle Hidalgo, en el alba de la década de los cincuenta del siglo pasado, en un Culiacán de poco más de 48 mil almas que marchaba con buena andadura hacia un futuro promisorio, seguro de que la recién construida Presa de Sanalona alimentaría la agricultura de vanguardia y las utopías del progreso regional.


Norma fue una mujer muy despierta desde sus tempranos años. Las aulas siempre fueron su segunda casa y en ellas su inclinación por la poesía y la oratoria la llevaron con frecuencia a participar en los homenajes de los lunes o en actos solemnes. La Preparatoria Central de la UAS descubriría en ella una nueva faceta: la de activista. La lucha por la autonomía de la Universidad y el ambiente libertario que le siguió, fue el imán que jaló a la otrora pequeña oradora y la convirtió en una participante activa que no sólo repartía volantes, pues también coqueteaba con el micrófono, al que le perdió el respeto muy pronto.


Las inquietudes académicas de Norma la llevaron a estudiar un doctorado en la Universidad de Roma y a su regreso al impulso permanente de proyectos de investigación. El aula no podía absorber toda esa energía que la movía, fue necesario dedicar un tiempo al tenis, a bailar flamenco, a tocar la guitarra, a pintar acuarelas, a escribir poesía y al teatro. Y tenía que estirar el tiempo porque la atención de los problemas sociales también reclama horas y concentración.

Fue maestra de varias generaciones de preparatoria y de la Facultad de Derecho, donde contribuyó a la formación de buenos abogados y mejores luchadores, entre ellos Jorge Aguirre. Preocupada por los problemas que se vivían en materia de derechos humanos y los grandes esfuerzos hechos desde el Frente Contra la Represión y el Comité de Madres con Hijos Desaparecidos, buscó contribuir en la creación de un nuevo espacio junto a David Moreno, Rubén Rocha, Rafael Cabrera, Carlos Gilberto Morán y Jesús Michel, entre otros. Ese espacio es la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa.


Incansable como lo fueron también Jesús Michel y Morán, promovieron juntos la Federación de Abogados de Sinaloa y por su cuenta el Colegio de Abogados Clemente Vizcarra. Ese activismo no terminaba allí. Los afanes por organizar a los abogados de México, llevaron a Michel y a Norma a un periplo por el país, creando con el concurso de otros compañeros la Federación Nacional de Abogados Democráticos. Pero eran años de activismo gremial y la cosa de organizar llevó a Norma y a Michel a Europa, buscando crecer la ola de los abogados que cuestionaban las viejas prácticas que dejó el ambiente de la Guerra Fría y que anhelaban nuevos espacios en los que se hicieran valer el derecho y la democracia.


Su último año de vida fue intenso, sin descanso, sin tregua ni cuartel. Litigaba en Baja California Sur, era la responsable de intercambio académico de la UAS y se desempeñaba como presidenta de la CDDHS. Y de pronto surgió un tsunami. Jesús Güemez Castro, compañero de aula en la Facultad de Derecho, desapareció sin más. Y con él tres ciudadanos Venezolanos. Norma tomó el problema en sus manos y selló su suerte. Muy pronto lo sabríamos: detrás de la desaparición de Güemez y los venezolanos estaba el Güero Palma y el comandante de la Policía Judicial Federal Mario Alberto González Treviño. Si alguien pudo interpretar quien era Norma fue don Alfonso, su padre. ─No lloren. ─Les dijo a sus hijos frente a la defensora muerta. ─Ella murió luchando por lo que creía y quería. No le faltaba razón. Vale.


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