Votar implica dialogar con nuestras esperanzas,
necesidades y sueños para vivir en paz y dignidad.
Mariana Bermúdez
El país tenía una cita con su historia el pasado domingo 2 de junio. Y no sólo acudió a tiempo al compromiso, también lo hizo de manera masiva y con la formalidad que reclaman los grandes momentos. No faltaron los malos agoreros que anticipaban una jornada de violencia mezclada con el agrio sabor del fraude. El proceso electoral estuvo salpicado de más de 158 eventos en que las armas fueron convidadas a la fiesta y llegaron a cobrar alrededor de 30 vidas de aspirantes o de candidatos. Esos elementos dieron materia para hablar de miedo y de que la jornada del domingo 2 estuviera llena de irregularidades, de provocaciones y que la acción cívica de ejercer el sufragio se empañara al dar la palabra al desorden y a las armas.
Se equivocaron quienes esperaban y apostaron por el caos y el severo cuestionamiento del régimen actual. Y no deja de llamar la atención que, al condenar los errores y las limitaciones consustanciales al presente gobierno, invocaron el regreso de los personeros y de los partidos políticos que saquearon la Nación por interminables 90 años.
El pueblo nos ha obsequiado una segunda lección en apenas 6 años. En 2018 con el tsunami electoral que condenó el pasado de pobreza, de dependencia, de corrupción y antidemocracia. La irrupción electoral fue pacífica, pero contundente. La ciudadanía votante fue muy clara: quiso enterrar el pasado. Y lo sepultó. A pesar de las provocaciones que no faltaron durante el proceso electoral presente desde fines del año pasado, la sociedad esperó espartana para regalarnos una nueva lección el 2 de junio. Nos ha dicho que la memoria no es un cúmulo de olvidos, sino la suma de recuerdos y hechos que no pueden colarse por los portillos de una intencionada y terca amnesia. Reiteró su visión de futuro rechazando el regreso de los que reprimieron a los maestros, ferrocarrileros, médicos y campesinos.
La fértil memoria ciudadana no olvidó que el 2 de octubre y el 10 de junio tienen padrinos. Y que el fenómeno de la desaparición forzada tiene origen y tiene responsables. No se agotan los daños aquí: la deuda pública, cuyos intereses son superiores a todos los programas sociales, sigue allí con los rescates bancarios y carreteros. Pero en la balanza pesaron también el nuevo trato al salario mínimo, el ingreso universal a los adultos mayores, el apoyo a los jóvenes que estudian y muchos otros programas que tocan las fibras más humanas del país.
Pero acaso el comportamiento electoral de 2024 añade un mensaje que lo diferencia de la jornada cívica de 2018: no hay cheque en blanco para quienes fueron electos este 2 de junio. Ciertamente se reitera una confianza a quienes vuelven a ser mayoría, pero esa fe se enmarca en el compromiso de profundizar los cambios prometidos hace seis años. Se habla de un segundo piso en la transformación y ese nuevo nivel tiene nombres y apellidos. Que la educación esté ligada al proyecto de Nación, que la vivienda popular sea un derecho alcanzable para Los Sin Casa y no un negocio de banqueros, fraccionadores y funcionarios, que los presupuestos de egresos federales se orienten a la creación de empleos decentes y a instituir un verdadero sistema nacional de salud que proscriba la palabra exclusión.