No veo ningún ángulo que me permita razonar que el presidente López Obrador acierta políticamente al adelantar la lucha por la sucesión gubernamental, que obviamente ha desatado un movimiento de fuerzas, principalmente al interior de su partido, al mismo tiempo que refleja la imagen de un gobierno que ya se agotó, apenas a la mitad del camino y con una agenda política y de gobierno sobrecargada.
Si la pretensión ha sido dejar en el arrancadero a la oposición, por el momento lo logró, pero donde se sacudieron hasta las paredes fue al seno de MORENA, que desde ahora su ruta será de atrincheramiento político incesante y batallas por hegemonías hasta las más minúsculas, tanto que las batallas internas de MORENA estarán a la orden del día, que se pueden convertir en un alud de problemas y complicaciones que les sepulten antes del 2024.
La jugada política fue espectacular, porque a todos desconcertó, incluso a MORENA más, tanto que parece un boomerang que puede regresar y golpear en la cabeza al presidente.
De entrada, muestra un avasallamiento de las más elementales reglas de cualquier competencia, y más en una competencia por el gobierno de la república, como si se tratara de un mecanismo político con el que se puede jugar caprichosamente, empezando por una falta de respeto absoluta a las fuerzas políticas y a la autoridad electoral, específicamente a la ley general electoral que establece los tiempos y el calendario de todas las elecciones del país.
¿Pero para qué desatar un proceso que tenderá a obstaculizar buena parte de las tareas del día y a desviar la atención y los esfuerzos de todos de algo que resulta hasta cansado para una sociedad hastiada de un año político electoral que aún no termina?
Resulta una irresponsabilidad muy grande la del presidente López Obrador el convertirse en el principal promotor de una contienda adelantada que no beneficia a nadie y a todos perjudica.
Tiene razón el senador Ricardo Monreal al convocar a esperar los tiempos y no romper en una reyerta que puede ser infinita, que todos vamos a saber cómo empezó, pero ni idea tenemos de cómo terminará.
Y no se vale, desde el ángulo de la ética y la moral política, para un pueblo tan lastimado y aún amenazado por la pandemia, la crisis económica y la descomposición social, realizar estos juegos, como si la vida fuera un circo ¿Pero qué necesidad?