Prácticamente todo el año, que casi concluye, con todo y pandemia, el presidente López Obrador ha operado casi en todo momento para preparar su obra política: tener de nuevo mayoría de diputados el 2021. La visita a Sinaloa el fin de semana pasado esta dentro de esa agenda.
Desde 1997, cuando el PRI pierde el DF con Cuauhtémoc Cárdenas y también la mayoría de diputados en el congreso de la Unión, se abrió un periodo histórico en el país porque ese acontecimiento se convirtió en el principal contrapeso del presidente y no sólo de Ernesto Zedillo, sino también todos los que siguieron hasta López Obrador.
La república imperial del presidencialismo todo poderoso y del partido único, había dado un giro radical que ya había empezado con el ejercicio del IFE en 1994 que había empezado la ciudadanización de las elecciones.
El IFE, la minoría del PRI de diputados en el congreso de la Unión y la suma de gobernadores (que formaron la ANAGO) y capitales perdidos por el PRI, se constituyó en un proceso fundamental de la transición democrática que había empezado en 1988 (con el fraude electoral de Salinas y Bartlett), hasta el 2000 que pierde el PRI el baluarte de la presidencia del país, redondeando con ello lo que parecía una transición pacífica, democrática y acelerada, que quizá pocos pensaron que se estancaría en algún momento.
En el 2018, con el desencanto acumulado de esa transición frustrada y la corrupción sin frenos de las élites políticas, se provocó de nuevo, como en 1988, otra tremenda ola popular electoral que arrasó ahora sí con todo, todas las posiciones en disputa, regresando a los tiempos del partido único en el poder y con ello los afanes de nuevo por tener los inquilinos de palacio nacional, una presidencia imperial.
Por eso ahora AMLO se afana con todo por armar la fuerza electoral que le permita a MORENA y sus aliados mantener esa mayoría absoluta que ganaron en 2018, por lo que todo su activismo presidencial está concentrado en ello y su visita a Sinaloa el pasado fin de semana no está ajena a esos afanes.
AMLO ha creado un bloque opositor en su contra y ahora busca cómo enfrentarlo, concentrándose en primerísimo lugar con sus aliados del PRI que lo apoyaron el 2018, y particularmente ha sido muy visible con el gobernador del estado de México, Alfredo del Mazo y sus amigos del chilorio power, quien ha sido duramente criticado en su terruño por los priistas de allá, acusándolo de que ya entregó los 40 distritos federales del EDOMEX ( el más grande del país), fuerza vital para AMLO, quizá como ya ocurre también en Sinaloa.
Y por supuesto, es de suponer que no vino a Sinaloa a dejar los 15 mil millones de pesos que requieren las presas Santa María y Picachos en el sur de Sinaloa (primero porque no los tiene y segundo porque no son obras prioritarias par él), sino a ver a uno de sus aliados predilectos del PRI, al gobernador Quirino Ordaz, y no precisamente para jugar béisbol, sino para tratar las elecciones que vienen y tratar de llegar a un acuerdo.
Aquí hemos insistido desde el 2018, cuando se dio el triunfo de AMLO, que este había Sido pactado con el PRI, con el presidente Peña Nieto, en aras de cerrarle el paso que ascendía del panista Ricardo Anaya, y precisamente en esa alianza entraron gobernadores del PRI, cómo el de Sinaloa, que mantienen desde entonces esa relación y que no se descarta la refresquen e incrementen, tanto que no debería de sorprende a nadie si en algún momento aparece el gobernador Quirino Ordaz como parte del gabinete del presidente López Obrador.
AMLO no vino a misa a Sinaloa, vino a “vender las cañas”, cómo reza el dicho.