Durante toda la vida hemos contado en ella con los conceptos de forma y fondo, como si fueran dos cosas distintas y en realidad se trata de elementos entrelazados, como si uno fuera la ruta y el otro el destino. Comento de esta manera simple la simbiosis de dos conceptos, siempre entrelazados y determinantes entre sí.
Y viene a colación porque en la construcción de cualquier modelo político, y no se diga la de un estado nacional cuyo andamiaje de la estructura institucional priva un sistema de funcionamiento, donde algunos funcionan de manera vertical, otros horizontalmente y algunos de forma autónoma, prevaleciendo siempre vasos comunicantes, en tal o cual medida, pero existen.
Por eso me parece que los informes presidenciales, así como todos los informes institucionales de los otros niveles de gobierno, siendo parte del sistema de rendición de cuentas del estado mexicano, sea un mecanismo tan arcaico, rupestre, ocioso y manipulable.
Este sistema de rendición de cuentas tiene de su parte todo el sistema de transparencia, las auditorías constantes del sistema nacional de cuentas, como también la necesidad de contar con un programa de gobierno (Plan Nacional de Desarrollo), los planes estatales y los planes municipales, que son parte de los sistemas de planeación del país y por último los presupuestos anuales que contienen los ingresos y los egresos de todos ellos.
Desde hace ya muchas décadas, que hasta el 2007 se había convertido en un ritual que le rendía tributo al presidente en turno, y que a raíz del choque electoral del 2006 se suspendió, pero nunca ha faltado una salida para mantener “el día del presidente”, como se le dio en llamar al día del informe.
¿Por qué se convirtió en ese ritual este mecanismo para rendir cuentas y por qué nadie ha hecho nada al respecto? Por la simple razón de que el sistema de planeación nacional, evaluación y rendición de cuentas, que todas las instituciones del estado por ley deben cumplir, no se asimilan como un todo, como la esencia de un estado democrático y mucho menos en un régimen político presidencialista donde el poder ejecutivo no rinde cuentas y los parlamentos, llámense congreso federal o congreso estatal, se constituyen como extensión del poder ejecutivo.
Es necesario, como lo dice el sinaloense Diego Valadez, que “el estado mexicano no es un elefante reumático, es un elefante paralítico”, que se necesita cambiar y quienes lo pueden cambiar afirma “son quienes están en el gobierno”.
Por eso el 2° informe del presidente López Obrador es intrascendente, similar a otra conferencia mañanera, donde dice lo que quiere y no hay quien le contraste nada, de tal manera que cualquier cosa se puede decir, cosa contraria al valor institucional en el sistema de rendición de cuentas que debieran tener los informes gubernamentales.
En Sinaloa, en el sexenio de Juan S. Millán, después de choques políticos entre la oposición y el PRI, se logró un formato muy distinto, más acorde con una real rendición de cuentas, cuando el gobernador comparecía ante los diputados del estado en un debate abierto, sin libreto ni aplaudidores, simplemente un juego republicano auténtico, donde no se podía mentir ni engañar, como tampoco eludir.
Ese ejercicio duró apenas dos años hasta el 2005, cuando arribó al gobierno Jesús Aguilar, el PRI de nuevo impuso la vieja técnica de culto a la personalidad y rendirle pleitesía al gobernador.
En la república parlamentaria este ejercicio es obligado y no solo cada año, sino cuando hay temas de interés y no solo a petición del ejecutivo, sino cuando lo consideren los diputados, donde el representante del estado es tratado como un par, no como un ser superior como se ha considerado en México en la cultura política del viejo régimen.
Los informes son un instrumento valioso para la vida del país, vale la pena dejar de hacerles una pantomima, el respeto es el principio de las formas y es lo que ayuda a llegar al fondo, e incluso a ponernos de acuerdo.