columna joseluisNo se sabe aún, el derrotero que habrá de seguir el país en los próximos meses, fundamentalmente por que no existe aún una definición categórica de la presidenta electa, sobre cuáles serán los ejes de su gobierno y el comando central que dirigirá sus acciones, indefinición que se debe de resolver y así establecer una definición categórica sobre la gobernabilidad, los contrapesos políticos y los equilibrios institucionales, cuestiones que entrañan una definición de frente a toda la política de AMLO y cual será la de Claudia Sheinbaum.

 

Continuara el centralismo y hasta culto a la personalidad del presidente o se abrirán los espacios y ventanas políticas para oxigenar las relaciones entre los tres niveles de gobierno y los tres poderes de la unión?

 

¿Los gobernadores continuaran como meras comparsas y “floreros” políticos o se reorganizaran para mejorar el pacto federal?

 

¿Se mantendrá la política de un juego “ratonero” con los países del T-MEC, Estados Unidos y Canadá o se abrirá a una competencia decidida, renegociando las asimetrías económicas en la renegociación del T-MEC el 2026 y construyendo una alianza continental con Latinoamérica?

 

Por que esos serán los pilares de que definan las decisiones a partir del domingo próximo, cuando el INE termine sus funciones con el recuento en los distritos y se defina cual será en definitiva la nueva correlación de fuerza política, que tanto se judicializa el resultado electoral y como se define, por que seguramente la oposición intentara ir a fondo sobre el proceso electoral.

 

Esta es la primera gran definición que Claudia Sheinbaum habrá de adoptar, lo que sin duda mostrará si hay continuidad o ruptura, si hay cambios reales o sigue la demagogia populista y con ello, probablemente crezca la polarización, la confrontación y la desconfianza.

 

Sin duda todo tendría que ser un paquete, porque el primero de septiembre se instala la nueva legislatura federal que en la primera semana definirá su agenda y se tendrá que reflejar este rumbo que se debe dibujar a partir de este próximo domingo.

 

Dibujo que implicara de inmediato un golpe de timón que frena la intentona de reforma regresiva que pretende el presidente López Obrador, los que serían en automático, una “camisa de fuerza” para la nueva presidenta al someterla de hecho a las decisiones del presidente.

 

El problema es que no se trata de un juego de egos, de saber quién manda, o algo por el estilo, si no que el país vive una coyuntura internacional de altísimo riesgo donde las decisiones deben asumirse con visiones transexenal y enfoque estratégico, de por qué ya no será posible un gobierno de opciones múltiples precisamente por que los campos se están delimitando aceleradamente en el mundo.

 

Por eso sería fatal que el presidente López Obrador se lance en septiembre a decretar reformas constitucionales al vapor y de gran calado como las que ha pretendido y han sido frenadas por la oposición y la misma suprema corte.

 

Por que entonces, llegaríamos a octubre, al día primero, el del cambio de la estafeta presidencial, con un país agitado y quien sabe que tan alterado como para pensar en una transición de terciopelo y quien sabe con qué temperatura de ánimos sociales y políticos.

 

Estamos hablando de poco más de cien días en los que se tomaran decisiones como aquellas que describiera John Reed al inicio de la revolución rusa hace un siglo, que guardando las proporciones y la distancia, la coyuntura tiene muchos parecidos y trascendencia también.