= Tras la ejecución del hijo del “Chapo Guzmán”
= Aquí, la reunión del Consejo Nacional de Seguridad
= Consecuencia de la guerra de Calderón contra el narco
= Vino el general Noé Sandoval a sofocar el incendio
= “Ni me amenazaron, ni atentaron contra mí”, aclara JAP
A partir del 30 de abril de 2008, una serie de hechos delictivos – como una impresionante balacera que se extendió a lo largo y ancho de la colonia Guadalupe – comenzaron a propagarse de manera exponencial y a crear un gran estado de sicosis colectiva por todos los rumbos de la ciudad; pero lo peor apenas estaba por venir.
La noche del 8 de mayo del mismo año, un comando espectacularmente armado, sorprendió a un reducido grupo de jóvenes que departían en el amplio estacionamiento de una plaza comercial (la del City Club) y los acribilló sin piedad. Disipados los humos de la batalla, la huella de un impacto de bazuca se apreció en la fachada del establecimiento principal y dos jóvenes quedaron muertos sobre el piso: uno de ellos, hijo de Joaquín Guzmán Loera.
Esto desató la furia del “Chapo” – prófugo desde enero de 2001, tras su evasión del penal de “Puente Grande” en el estado de Jalisco – y la noche más negra cayó sobre Culiacán. Todo un infierno.
Enfrentamientos, ejecuciones, secuestros, levantones, versiones catastróficas y muchos otros eventos delictivos, se sucedieron unos a otros dentro del perímetro de la ciudad y sus alrededores, a un grado tal de que la tradicional celebración del Día de las Madres fue materialmente ignorada por los residentes de Culiacán, que prefirieron encerrarse en sus casas, antes de exponerse a riesgos de suyo innecesarios, en restaurantes, centros de reunión o plazas comerciales.
En estas circunstancia, los niveles de violencia crecieron de tal magnitud, que el presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, se vio obligado a convocar a una reunión urgente del Consejo Nacional de Seguridad, a escenificarse aquí en la ciudad (Palacio de Gobierno), en cuyo marco, el gobernador Jesús Aguilar Padilla pidió la participación de un militar probado en la lucha contra la delincuencia organizada, en un desesperado intento por la recuperación de la tranquilidad perdida en Sinaloa; específicamente en su ciudad capital.
Y una vez, recibida la solicitud oficial, el presidente Calderón designó al general Noé Sandoval, como comandante de la Novena Zona Militar.
Lo innegable es que hasta antes de abril de 2018, el gobernador Jesús Aguilar navegaba sobre aguas relativamente tranquilas a bordo de ese barco llamado Sinaloa, con un promedio que oscilaba entre el 1. 5 y los 2 asesinatos por día, contabilizados los 18 municipios del Estado. Eso representaba algo así como 700 homicidios por cada uno de los tres primeros años de la administración de Aguilar, que en el caso de nuestra entidad (casi siempre inmersa en el problema de la inseguridad) fluctuaba en los rangos hasta cierto punto de normalidad.
-¿Fueron esos los momentos más difíciles de su gobierno? – preguntamos a Jesús Aguilar, en la entrevista para el libro “Los Gobernadores de Sinaloa ante la historia”, editado por la Fundación del conocido político sinaloense Heriberto Galindo. Un libro, por cierto, infaltable en las bibliotecas de todos aquellos que se dedican a esta actividad.
-Sin duda – contestó en tono concluyente -: Los hechos de 2008, marcaron a ese año como el peor de todos en la historia del Estado, consecuencia directa de la guerra emprendida contra el narcotráfico por Felipe Calderón. Nunca se dudó de la buena intención del presidente; pero fue, por desgracia, una batalla sin ton ni son. Sin estrategia clara y sin orden. Fue como meterse a lo intrincado de una selva, con armas de alto calibre y disparar hacia todos lados, sin objetivo definido.
Recordó:
-Aquí cayeron las principales células del narcotráfico, que operaban en otras ciudades del país y comenzaron a dirimir sus diferencias, como ellos lo saben. Esto degeneró en enfrentamientos contra el ejército y entre ellos mismos, lo que elevó a niveles escalofriantes la cifra de ejecuciones. Fueron momentos críticos; pero no solo para Sinaloa, sino también para otros estados del país.
-Es decir: ¿la situación no mejoró con la llegada del general Noé Sandoval?
-Si – respondió de inmediato -; pero de manera lenta y gradual. Tardaron los resultados; pero llegaron a final de cuentas. Esto fue producto de una comunicación constante entre el general y el gobernador y de una verdadera coordinación de esfuerzos entre Ejército, Policía Federal, Marina y Policía Estatal, incluso las municipales. Con esta unión de fuerzas, la tranquilidad volvió paulatinamente a Sinaloa y esto permitió la realización de elecciones tranquilas en 2010, sin incidentes mayores en toda la entidad.
-Ante este panorama, ¿alguna vez pasó por su mente el solicitar licencia ante el Congreso del Estado?
-No, para nada, en ningún momento. Incluso, ni cuando circuló, con fuerza, aquella versión en torno a un sujeto detenido, que declaró “venir a asesinar al gobernador, por órdenes superiores”. Quiero subrayarte algo y dejarlo bien claro: durante todo mi sexenio, nunca fui objeto de ninguna amenaza, ni tampoco víctima de atentado alguno. Siempre supo que el riesgo estaba ahí, latente; pero no. Nunca ocurrió una situación de esta naturaleza.
-Hoy, a la distancia y en retrospectiva ¿Cómo valora sus reacciones, de aquellos días?
-Creo que mi postura fue adecuada: siempre me mantuve firme y dispuesto a dar la cara en cualquier circunstancia. Y bueno, la verdad de las cosas es que no podía ser de otra manera? Imagínate la imagen de un gobernador acorralado, escondido, lleno de miedo. ¿Además de miedo ¿Qué otro mensaje podría transmitirle a la gente? Claro: en más de alguna ocasión sentí desesperanza y frustración, cuando los resultados no eran los esperados; pero de eso, a tirar la toalla, como dicen en el box ¡jamás!
Al día de hoy, a doce años de distancia de aquellos hechos y a poco más de nueve de haber dejado la gubernatura del Estado, Jesús Aguilar Padilla es un hombre alejado de la política (“por ahora”) y dedicado por completo a la producción de granos, que es la actividad familiar, allá en su rancho, de “Palmitas”, Angostura.
-No estoy arrepentido de ninguna de mis decisiones como gobernador y me da tranquilidad el tener la certeza de que todas fueron bajo mi responsabilidad, sin descargo de culpas en nadie más. Estoy tranquilo y consciente de que me pude haber equivocado en algunas ocasiones; pero nadie es dueño de la verdad completa. Si fuese el caso, aún con el tiempo y la lejanía, lo haría de nuevo – concluyó el ex gobernador Aguilar.
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