columna jorge

 

= “Millán no quería a Lauro en Culiacán”, dice Labastida

 

= “Presionaba a favor de Raúl Cárdenas, para Mazatlán”

 

= “Ya lo veía como su adversario político para el futuro”

 

= Diez diputados del PRI votaron contra la “línea” de FL.

 

= Epico episodio de la historia política del Estado en 1989.

 

Noviembre de 1989; Culiacán, Sinaloa: El gobernador Francisco Labastida Ochoa tiene como invitados a desayunar – en el comedor del tercer piso de la sede del Poder Ejecutivo Estatal – a los representantes de una buena parte de los medios de comunicación de la entidad. Prensa escrita, radio y televisión (faltaba mucho todavía para la era del internet). La mesa, de exquisito buen gusto, supervisada directamente por su poderoso secretario particular, Marcos Augusto Bucio Mujica. Fresas con crema, jugo de naranja, fruta surtida, pan recién horneado, humeante café, copas con agua fresca y arreglos florales al centro. (El glamur que caracterizó a esa administración).

 

Labastida habla de la reciente jornada electoral – presidentes municipales y diputados locales -; de la copiosa participación ciudadana; de la tranquilidad imperante el domingo de las votaciones y de las “incuestionables” victorias de los candidatos de su partido en la abrumadora mayoría de las posiciones políticas en juego. Se le ve contento, radiante: “para quienes no gusten del menú de Marcos (Bucio), también hay menudo y cabeza en caldo, de Los Mochis”, bromea con los periodistas.

 

Hacia el exterior de Palacio de Gobierno, sin embargo, no se piensa lo mismo. Hay muchas dudas en torno a la claridad de los resultados, especialmente en Culiacán y Mazatlán. Aquí, álgida contienda entre Lauro Díaz Castro, del PRI y Rafael Morgan Ríos, del PAN; en el puerto, entre Raúl Cárdenas Duarte, del PRI y Humberto Rice, del PAN. También existe inconformidad en otros municipios y distritos electorales; pero, fundamentalmente, Culiacán y Mazatlán son los localizados en rojo.

 

(Extrañamente, Juan S. Millán, presidente del Comité Directivo Estatal del PRI estuvo ausente del desayuno de la “victoria”. Hasta esos días, con muy buena relación con el gobernador. FL lo llamó para el partido, cuando la brújula apuntaba hacia Fernando Díaz de la Vega, hombre de los afectos de Luis Donaldo Colosio Murrieta. A Fernando, incluso, lo invitaron a dimitir a la presidencia municipal de Salvador Alvarado, ante el ofrecimiento de la presidencia del tricolor. Tuvo que conformarse – por lo pronto – con la secretaría general)

 

Y bien.

 

En la medida que transcurren los días y se acerca la fecha para la oficialización de los resultados – en aquel tiempo el proceso para presidentes municipales lo calificaban los ayuntamientos, constituidos en colegios electorales a modo – la lucha postelectoral se ha agudizado y los panistas de Culiacán y Mazatlán están dispuestos a todo para defender su “victoria” no sin antes considerar como el fraude del siglo las llamadas cifras preliminares en ambas municipalidades.

 

Incluso aquí, el 30 de noviembre del año de la elección, una turba de panistas (encabezadas por el propio Rafael Morgan) irrumpe en el interior del Palacio Municipal para impedir la oficialización de los comicios a favor de Lauro Díaz Castro. Sin embargo, para cuando rompen el cerco de protección, la sesión de cabildo –encabezada por Ernesto Millán Escalante – ha concluido con la declaratoria de validez y eso exaspera los ánimos a un nivel tal, que los panistas le prenden fuego a diferentes oficinas de la sede del ayuntamiento, al tiempo que Millán Escalante es ayudado a abandonar el palacio por elementos de la policía de Culiacán, en un día tenso y difícil en la capital del Estado.

 

La inconformidad crece y la situación se complica; pero Labastida no está dispuesto a entregar ni Culiacán, ni tampoco Mazatlán, bajo el argumento de que “contamos con las pruebas suficientes, que nos permiten asegurar que hemos ganado las dos municipalidades.

 

Ya en franco ascenso, el problema llega hasta Los Pinos, en la ciudad de México, donde el presidente Carlos Salinas de Gortari recibe a Diego Fernández de Cevallos, abogado de Acción Nacional, quien le exige respeto a la voluntad popular en Sinaloa. El Jefe Diego quiere todas las canicas y le pide a Salinas tanto Culiacán como Mazatlán. El presidente, no obstante, se lava las manos, como Poncio Pilatos ante el redentor, y le solicita plantearle el asunto directamente al gobernador Francisco Labastida, con la seguridad de que llegaran a un acuerdo satisfactorio.

 

Para entonces, Juan S. Millán, el presidente del PRI-Sinaloa, ya presiona también a Francisco Labastida, a quien le propone entregar la alcaldía de Culiacán y mantener la de Mazatlán, con un connotado priista como lo era Raúl Cárdenas Duarte. “Al fin y al cabo – le argumentaba Juan a Labastida – aquí están los poderes y aquí estamos nosotros; ceder Culiacán no debe representar ningún problema y con esto terminaríamos con el conflicto postelectoral”.

 

-¿Por qué entregar Culiacán? – le contesta el gobernador a Millán Lizárraga – Si Culiacán no es el problema Juan. Aquí ganamos con claridad y por supuesto que vamos a defender el triunfo de Lauro. Si algo discuto con Diego (Fernández de Ceballos) será Mazatlán. Culiacán no está en el orden del día.

 

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Así, bajo estas circunstancias y ya en trayectoria de confrontación con el presidente de su partido en Sinaloa, Labastida Ochoa recibe al fin a Diego Fernández de Ceballos, quien, según Labastida, “ni tan siquiera se refirió a Culiacán”. Venía por Mazatlán.

 

-Vimos casilla por casilla, sin omitir una sola – nos confiaría Labastida, muchos años después, en entrevista para el libro “Los Gobernadores de Sinaloa ante la Historia”, editado por Heriberto Galindo -. Inicialmente, la ventaja de Raúl Cárdenas era de cosa de mil votos sobre Rice; pero Diego impugnó algunas de ellas con argumentos irrebatibles y pudo demostrar, fehacientemente, que Humberto era el autentico ganador, lo que yo no tuve empacho en reconocer, en congruencia con mis principios políticos y personales.

 

-¿No fue entonces una concertacesión, como tanto se habló a nivel nacional? – le pregunté, en aquel encuentro matutino, primaveral, en los jardines de la casa de su hijo Francisco, en la colonia Chapultepec, de esta ciudad.

 

-Concertacesión hubiese sido si me hubiese prestado a la maniobra de Juan Millán – contesta de inmediato -; es decir: si entrego Culiacán, que estaba ganado, a cambio de Mazatlán, que Fernández de Cevallos me demostró que habíamos perdido. Diego y yo hemos sido amigos de siempre y nos hemos respetado mutuamente. Una situación de esa naturaleza no estuvo en el planteamiento en ningún momento. Por ende, rechazo, categóricamente, el término concertacesión.

 

-Y ¿Por qué entonces la presión de Juan para salvar Mazatlán y entregar Culiacán?

 

-Me la pone usted fácil, querido Jorge: porque el arquitecto Cárdenas Duarte era su gran amigo y Lauro no. Lejos de eso, ya lo veía como un enemigo político a futuro. En tres años, incluso, podrían haberse disputado la candidatura del PRI al gobierno de Sinaloa.

 

Ante la respuesta de Labastida a su sugerencia, Juan Millán no se doblega tan fácilmente. Amenaza con renunciar a la presidencia del PRI-Sinaloa; pero todavía está dispuesto a quemar su último cartucho. No era, lo que se dice, un recurso desesperado porque ya sabía que, a final de cuentas quedaría solo en eso. Cuando menos, sin embargo, dejaría intacto su orgullo y su nivel de competencia política para el futuro inmediato.

 

Y es que, una vez enterado de que el asunto sería turnado al Congreso del Estado para que este procediera a modificar el dictamen a favor de Humberto Rice – ya anuladas las casillas necesarias para ello – instruye a los cinco diputados de la CTM a votar en contra del mismo, ante la contrariedad del diputado Roberto Zavala Echavarría (coordinador de la bancada priista) y el enojo mayúsculo del gobernador Labastida. Los dos diputados del PRD (Benjamín Valenzuela Segura y Moisés Barajas Pérez, ofrecen su respaldo a Millán. Y también lo hace el diputado priista Jesús Enrique Hernández Chávez, el legendario Chuquiqui.

 

Llega el día y Millán, presente en la sesión del Congreso, constituido en colegio electoral -todavía ubicado frente al Santuario, en las inmediaciones del icónico edificio central de la UAS -, exhorta a todos los diputados del PRI a rechazar el veredicto en beneficio de Rice, bajo el argumento de que sería aberrante votar en contra de su propio partido; pero, después de una agitada sesión ( con mucha gente en los asientos de la cámara), si lo hacen, excepto los cinco del sector obrero: Amada Sánchez Solís, José Ángel Polanco Berumen, Nicolás García Castillo, , José Ricardo Mora Romero y Berthila López López – a quienes se agrega Hernández Chávez.

 

Así el dictamen para Rice tiene, además, los votos de los seis diputados de Acción Nacional, lo que da suficiente margen de maniobra a Roberto Zavala para aceptar algunos más en contra de diputados de su partido, por cuestiones estratégicas. Bajo estas circunstancias se le permite a Jorge Abel López – presidente del PRI en Mazatlán – votar contra la línea trazada del gobernador, lo mismo que a connotados priistas como Homobono Rosas Rodríguez, Margarita García Beltrán y Pedro López Camacho, por ejemplo. De todos modos el resultado estaba asegurado.

 

Votación final: 17 votos por el triunfo de Rice (11 del PRI y 6 del PAN) contra 12 (10 del PRI y 2 del PRD).

 

Estaba más que visto.

 

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Sin despedirse de nadie, con el rostro desencajado, Millán abandona el recinto legislativo, acompañado por el diputado Hernández Chávez y por dos fieles colaboradores: Jesús Aguilar Padilla y Abraham Velázquez Iribe. Se dirige hacia el edificio del Comité Directivo Estatal del PRI, desde donde llama telefónicamente a Luis Donaldo Colosio, presidente del Comité Ejecutivo Nacional, para plantearle su renuncia irrevocable a la titularidad del partido en Sinaloa.

 

Del otro lado del hilo telefónico, hay resistencias de Colosio; intentos de convencer a Millán de que reconsidere su decisión; pero todo es inútil. Tan luego cuelga, Millán toma sus pertenencias personales y abandona las instalaciones, antes de entregar las llaves de su oficina, al personal de base del partido. Va a sus otras oficinas, las de la Federación de Trabajadores de Sinaloa, para la reflexión de los hechos recientes.

 

(La decisión de Millán contrarió a Luis Donaldo Colosio Murrieta; pero sin llegar al rompimiento. Lo enemistó, en cambio, con Francisco Labastida, lo que dio pie al inicio de una perversa relación de encuentros y desencuentros, que fueron desde la lucha por la candidatura gubernamental en 1998 hasta su respaldo, a Mario López Valdez, en 2010, en contra del mismo PRI. Y como lo advirtió Labastida: se enfrentaron de nuevo en el 98 – con él en la secretaría de Gobernación – justamente en la lucha contra la candidatura gubernamental ¡en contra de Lauro Díaz Castro.)

 

Y así, hasta la fecha.

 

Tras el episodio de MaLoVa, cada quien por su camino. Como dos líneas rectas trazadas en forma paralela. Ni más ni menos. Amigos y adversarios. Aliados y rivales.

 

A final de cuentas, Lauro Díaz Castro gobernó Culiacán de 1990 a 1992 y lo hizo bien. Lauro, de hecho, fue una de las cartas de Labastida para su sucesión, junto con Gustavo Guerrero Ramos; pero Carlos Salinas de Gortari le mandó como candidato al ingeniero Renato Vega Alvarado, admitido, a regañadientes por Labastida Ochoa, bajo el argumento de que tanto Lauro como Guerrero Ramos hubiesen sido una mejor decisión, “por tener, a esas alturas, el pulso del Estado bajo control absoluto.”

 

-Quiero felicitarlo: ganó su amigo – le acotó Labastida, horas después del “destape” a Víctor Gandarilla Carrasco, entonces secretario general de la Liga de Comunidades Agrarias de Sinaloa, ya cuando Fernando Díaz de la Vega se había convertido en presidente del Comité Directivo Estatal del PRI, en sustitución de Millán.

 

Gandarilla, colmillo super retorcido, le contestó:

 

 

-Nuestro amigo, señor gobernador ¡Nuestro amigo…!

 

La transición fue tranquila, pese a todo, sin conflicto postelectoral de por medio. Renato venció, con holgura, a Emilio Goycoechea Luna, del PAN y a Juan Guerra Ochoa, del PRD. Y Renato tuvo su gobierno, de altas y bajas, salpicado por el crimen de Luis Donaldo Colosio en 1994 y la asfixiante crisis económica del inicio del sexenio presidencial de Ernesto Zedillo Ponce de León.

 

¿Y Hernández Chávez?

 

“Chuquiqui” pagó el costo político de desobediencia a la línea del gobernador Labastida. Roberto Zavala, el líder del bloque priista, no lo ubicó en comisión alguna y tampoco le permitió el uso de la tribuna durante los tres años de esa legislatura. Y entre Zavala y Hernández había, hasta entonces, una buena relación. Alguna vez, incluso, fueron el uno-dos en el Comité Directivo Estatal del PRI: presidente y secretario general.

 

Así es la política sinaloense. Ni mejor, ni peor, que en cualquier otro sitio del mundo.

 

Sencillamente.

 

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