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Cuando Carime Morales era pequeña, todos los años su familia dedicaba dos días de sus vacaciones de invierno en Buenos Aires a ir a comprar libros, principalmente en la avenida Corrientes, donde las librerías, los teatros y las cafeterías brindaban un animado ambiente cultural.

 

Pero cuando llegó el momento de que Morales abriera su propia librería el año pasado, ni siquiera pensó en Corrientes, sino más bien optó por Parque Chas, el arbolado barrio residencial con calles serpenteantes donde ella vive.

 

Su librería, Malatesta, se volvió todo un éxito, como parte del auge de las librerías de barrio, que están multiplicándose y prosperando, incluso tras el confinamiento riguroso por la pandemia y la recesión de años en Argentina que ha devastado la industria editorial y gran parte de la economía.

 

Están surgiendo librerías pequeñas en las áreas residenciales, donde están sus lectores, lo que mantiene vivo el ambiente literario que hizo a Buenos Aires, la capital de Argentina, una de las ciudades con más librerías per cápita en todo el mundo.

 

“Se siguen abriendo librerías”, comentó Cecilia Fanti, quien inauguró la librería Céspedes Libros en agosto de 2017 y la pasó a un local más grande tres años después para satisfacer la demanda.

 

Pese a que las ventas de libros por internet aumentaron durante el confinamiento, las pequeñas librerías de barrio ofrecían algo que los vendedores en internet no podían proporcionar: recomendaciones pensadas.

 

“Es cierto que en internet se encuentra todo, pero solo hallamos lo que sabemos que vamos a buscar”, explica Víctor Malumián, editor de la pequeña editorial Godot y cofundador de una feria del libro popular para editoriales independientes. “Las librerías pequeñas nos ayudan a encontrar lo que no sabemos que estamos buscando”.

 

Para los porteños (como se les conoce a los residentes de Buenos Aires) que son aficionados a la lectura, ese contacto personal marca toda la diferencia. De acuerdo con Fernando Zamora, director de Promage, una empresa de consultoría que monitorea el sector editorial del país, aunque la cantidad de libros que se venden en Argentina no ha alcanzado el nivel que tenía antes de la recesión, las librerías pequeñas están ayudando a las editoriales y a los escritores a mantenerse en el negocio, y a los lectores con los libros.

 

Fue tal el éxito de la librería de Morales, que tuvo que dejar su trabajo de editora independiente para dedicarse de tiempo completo a la venta de libros.

 

“Malatesta está en el corazón del barrio”, comentó. “Los vecinos van a comprar su lechuga y luego pasan a la librería a comprarse un libro”.

 

La pandemia deterioró las economías de todo el mundo, pero Argentina ya estaba en una profunda crisis cuando esta inició: 2020 fue su tercer año consecutivo de recesión. Durante varios años, la industria editorial, al igual que otras, ya había estado teniendo muchos problemas y, cuando los argentinos entraron en un estricto confinamiento en marzo de 2020, le fue todavía peor. El ambiente de la avenida Corrientes, que alcanzó su mayor auge a mediados de las décadas de 1980 y 1990, cuando terminó la dictadura militar en Argentina, perdió gran parte de su esplendor en el momento en que el centro se quedó vacío y muchas de las grandes librerías cerraron.

 

No obstante, como los porteños se quedaron confinados en sus vecindarios durante buena parte de 2020, recurrieron a las librerías pequeñas que tenían cerca. Y estos establecimientos —con su personal más reducido, sus rentas más baratas y su ágil presencia en las redes sociales— de pronto se vieron con una marcada ventaja comparativa sobre las grandes cadenas de librerías.

 

 

 

FUENTE: msn.com