columna oscarDesde el siglo XV, gracias a la invención de Gutenberg,

el Estado y los libros coexisten en la confluencia democratizadora del poder.

David Huerta

El pasado jueves 9, un accidente automovilístico interrumpió momentáneamente el trabajo de Leonel Aguirre y el mío. Más allá del saldo que dejó en nuestra salud y de las pérdidas materiales, hay algunas cosas que merecen ser comentadas: el cuidado de nuestras personas en todo momento para continuar en el compromiso de defender los derechos humanos, el agradecimiento por la solidaridad de familiares y amigos, y la gratitud hacia los miembros de la Guardia Nacional que atendieron el percance. Su presencia y sus atenciones alcanzaron la calidez y la empatía que demandan momentos tan críticos como ese.

Estamos en el mes de las preinscripciones y una masa enorme de padres de familia y estudiantes se movilizan buscando un espacio en las aulas. Todos esperamos que no haya traba alguna para que el Sistema Educativo otorgue el espacio que cada aspirante demanda. Y también esperamos que no sólo se preinscriba a todas las personas que deseen ingresar a las aulas o a continuar sus estudios, desde preescolar hasta el posgrado, pues habrá quienes no lo soliciten, estando en edad y disposición para hacerlo, porque los problemas económicos ahogan su vida personal y familiar.

Es cierto que la SEPyC ya tiene suficiente trabajo para torear los problemas que se generen con quienes se acerquen demandando servicios educativos, pues la condición en que se encuentran muchas escuelas y sus aulas es precaria y hasta riesgosa en algunos casos. Pero que muchos jóvenes se queden fuera del aula, sin la preciada oportunidad de completar su formación técnica o profesional, es muy lamentable. Como dice el maestro Rodrigo López Zavala, subsecretario de educación superior, eso no es deserción escolar, es exclusión. Sin más.

¿Qué deben hacer las autoridades educativas ante los jóvenes que excluye el Sistema educativo? Sin importar razones, convocarlos a la integración, garantizándoles condiciones para seguir en las aulas. Las becas son una buena opción, pero no la única. La SEPyC tendrá mil recursos para acercarse a los niños y jóvenes que no se preinscriban, priorizando su inclusión en todo momento, pues lo que pierde el país de no hacerlo es la oportunidad de mantener un crecimiento permanente en la economía de al menos del 3 por ciento.

Insistimos en ese porcentaje de crecimiento, porque cualquier otro menor mete en serias dificultades el modelo de economía que impera en México. Lo vuelve seriamente inviable, como ya lo estamos comprobando con creces. Y no creemos que deba imponerse la filosofía de los promotores del neoliberalismo, Friedrich Hayek, Salvador de Maradiaga y Milton Friedman, que equivaldría mandar simplemente a la calle a todos aquellos que no puedan comprar un cuaderno o amanezcan como dice don Herberto Sinagawa en El derrumbe del infierno, con “esas tripas enjutas por falta de comida, tripas acostumbradas a no tener nada en qué entretenerse.”

Estamos ciertos que las herencias recibidas en la SEPyC no son flor de un día, se han arraigado por décadas y a la hora de ver al cuerpo de maestros en el aula, algo se atora que ni están en pleno ni estregados a la tarea educativa. Para el ciclo escolar que aún no termina fueron recibidos en aula 575 mil alumnos en el nivel básico, 136 mil jóvenes en preparatoria y 129 mil en aulas universitarias. Todos en 5 mil 376 escuelas. Existen mil conflictos que sobreviven a los cambios de gobierno, pastoreados por grupos sindicales o desde oficinas de la SEPyC, a los que urge dar un tratamiento radical, no autoritario, que dé paso a un nuevo amanecer en las aulas.

Se nota la ausencia de un proyecto educativo que corresponda a las necesidades de este tiempo sinaloense. No se quiso saludar a la centenaria Constitución vigente con una nueva Carta Magna estatal, pero ni la autoridad ni la sociedad podemos evadir plantearnos un modelo educativo que dé respuestas concretas al perfil de ciudadano que queremos formar. Cómo contestar a esta pregunta si no tenemos idea del tipo de sociedad que queremos forjar. Seamos claros, la sociedad que hoy somos ha fracasado si partimos de la crítica desigualdad social que padecemos y la falta de oportunidades económicas, sociales, culturales y ambientales para los más vulnerables. Nos urge cambiar este modelo educativo, que también contribuye a recrear las bases que le dan sustento.

Hay especialistas que nos dicen que la carrera inflacionaria pone en un predicamento a los programas educativos. No lo dudamos, pero al abordar el problema de la educación, su modelo, las metas a perseguir, el universo de los que deben estar incluidos, la inflación no puede ser la mortificación principal, sino el interés de la Nación y el de la patria chica. Ni el crecimiento de un 3 por ciento de la economía (para que sea funcional) ni las aspiraciones de convertirnos en un país de mediano desarrollo podrá lograrse excluyendo de sus beneficios a una parte de los ciudadanos. En Sinaloa, el Plan Estatal de Desarrollo nos dice que uno de cada tres sinaloenses es pobre. Pues que la SEPyC esté muy atenta de que la exclusión no eche raíces en ese 33 por ciento de nuestros paisanos. Que ningún niño, joven o analfabeto queden fuera de las aulas. Vale.

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