columna oscarHistóricamente,

las revoluciones han sido fábricas de utopías.

Enzo Traverso

El tsunami electoral de 2018 fue una revolución democrática y pacífica. Y también una fábrica de utopías. El movimiento social que apoya la Cuarta Transformación no se sentó a contar victorias y a esperar que su presencia creciente llegara por inercia. El empuje democrático desplazó la vieja hegemonía política en el Poder Ejecutivo y Legislativo aquel año e hizo crecer su presencia ganadora en 16 gobiernos de estados en la República y este año puede alcanzar las dos terceras partes de las entidades.

Pero es muy importante señalar que la conquista de posiciones políticas en el Estado y las posibilidades alcanzadas para llevar a cabo cambios, no se corresponden plenamente con las demandas planteadas históricamente por las mayorías. No es que tengan importancia menor el apoyo a jóvenes estudiantes o que inician la vida productiva o a los adultos mayores, incluido el esfuerzo en materia de salud. Nos referimos a que toda transformación requiere de una base jurídica firme que sustente toda la filosofía y los afanes del cambio al que se aspira. Apostar a la buena voluntad de quien gobierna y a modificaciones legislativas de segundo orden, sin darnos la oportunidad de construir un marco legal que le corresponda a las necesidades y aspiraciones de nuestro tiempo, es quedarnos a medio camino.

A nivel nacional no hubo el propósito de trabajar en un Constituyente que nos obsequiara una nueva Carta Magna, y a más de tres años de gobierno ya no será posible hacerlo en este sexenio. Pero en Sinaloa sí se puede aspirar a construir socialmente una nueva Constitución. Los inmensos compromisos en campaña del gobernador Rubén Rocha Moya y el bono democrático con el que arriba al poder, vuelven imprescindible el establecimiento de un nuevo marco legal para cumplir la promesa central: construir un Sinaloa más justo y menos desigual.

Como estamos entrando al mes de abril, el mes de niños y niñas, hagamos referencia sobre las posibilidades que se tienen ahora de forjar nuevas generaciones que tengan la certeza de continuar su formación con las leyes y presupuestos disponibles, con el modelo actual educativo, con el desorden en la atención extraescolar de esos infantes y adolescentes. No podemos presumir que haya un proyecto integral de atención de la niñez y los adolescentes, ¿lo podrá haber sin una nueva Constitución? ¿Con ideas y conceptos que no tienen una referencia en un proyecto de Patria chica en el que coincidamos todos?

Las condiciones materiales y de equipamiento deficientes de muchas de nuestras escuelas no es resultado del abandono en que quedaron por razones de la pandemia, esta sólo profundizó las malas condiciones en que ya estaban. El mismo Covid-19 nos mostró otras limitaciones difícilmente superables si no cambiamos en serio: los alumnos pobres no tienen la tecnología que se ocupa para combinar las clases presenciales con las virtuales (teléfonos inteligentes, tabletas y computadoras) ni el internet llega a todas las zonas y hogares pobres.

También la pandemia nos golpeó en otros aspectos no menos importantes: dejó sin empleo y sin ingresos a muchos trabajadores de empresas y a muchas jefas de familia que ejercían actividad económica en la informalidad. Aunque hay avances no se han recuperado más de un millón de esos puestos de trabajo en el país y en Sinaloa no es diferente. Basta pasar por los cruceros de semáforos para observar no sólo adultos vendiendo todo tipo de mercancías, sino a niños acompañando a sus madres o padres como malabaristas, danzantes o vendedores.

¿Tenemos estudios sobre la situación de la niñez sinaloense? Y no me refiero a publicaciones que generalizan sobre matrículas, exclusiones de la escuela (que no deserciones escolares), llamo la atención sobre investigaciones de esas zonas urbanas y rurales, en las que el estudioso Luis Astorga Almanza previene que, de no cambiar las condiciones imperantes, el futuro de la mayoría de esos niños es ser vendedores de drogas, punteros o sicarios. No hay, que yo sepa, ningún programa que apunte a mejorar el entorno de esos niños y sus familias. ¿por qué?

El maestro Heriberto Arias, ex director del Instituto de Educación para Adultos, comentó hace poco que durante su gestión Gómer Monárrez, secretario de educación, aspiraba a levantar la bandera blanca de la alfabetización en Sinaloa. Él le dijo que eso no era posible a corto plazo, por la inmigración permanente al estado y por las deficiencias que presenta nuestro sistema educativo; pero insistió que una alternativa posible era lograr que entre los alfabetizados adultos se alcanzara un grado de capacitación que les permitiera acceder a mejores empleos. No tenemos derecho a esperar que se resuelvan los grandes problemas de atención a la niñez con el galimatías de legislación actual, con la insuficiencia de presupuestos y sin proyecto estatal que nos hable sobre qué queremos para Sinaloa, con el fin de definir la política de atención a niños y niñas, bajo la divisa general. Una nueva Constitución local es la alternativa. Será el mejor homenaje a la Ley Fundamental vigente de Sinaloa, que el próximo 22 de junio cumplirá los 100 años. Vale.

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