Como una ballena,
un virus todo puede devorarlo,
tragarse al mundo entero.
Amanda Gorman
El Covid-19 no se ha ido: llegó para quedarse. Sí, así como lo hicieron en su momento el cólera, la polio, la malaria y la viruela. Sólo esta última ha llegado a erradicarse, mientras las otras y muchas más tienen una historia que no termina, incluso que pueden repuntar, pues la pandemia interrumpió el combate de la polio en más de alguna región en el mundo. Dos años después de arribar el coronavirus seguramente ya no hablaremos de pandemia, pues puede dejar de ser huésped temporal para convertirse en un abonado permanente, predeciblemente menos contagioso y letal, ¿lo propio será llamarle endemia?
Mientras será muy sano establecer, ¿En qué punto de la crisis nos encontramos? La Organización Mundial de la Salud (OMS) muestra preocupación por el incremento de casos de Covid-19 durante el mes de enero. Es prematuro declarar victoria contra la pandemia –nos dice–, así como abandonar los esfuerzos para detener la transmisión del virus. Cuando ve que algunos países toman medidas intentando el regreso a la normalidad conocida antes del Covid-19, les pide prudencia. Y no le falta razón, pues de las acciones irracionales de los gobiernos participantes en la I Guerra Mundial, al mandar tropas a los centros de combate, a los territorios de conquista y luego repatriarlas, hicieron posible la multiplicación de la Gripe Española de 1918.
Las cifras oficiales siguen siendo preocupantes en estos días. Cuando apenas inicia febrero nos dicen que en 24 horas los contagios en México fueron de 43 mil 099 y que las defunciones alcanzaron el número de 829, cifra que no se había acercado tanto a la registrada el 15 de septiembre pasado: 897. La OMS nos dice que nadie puede afirmar que ya hayamos pasado el peor momento. La Secretaría de Salud de Sinaloa nos informa que la cuarta ola del Covid-19 nos dejó oficialmente 141 decesos y 25 mil 544 contagios. Pero su titular, Melesio Cuén, confirma que la cifra de casos Covid-19 es cinco veces mayor a la oficial, pues muchos laboratorios no reportan sus registros.
Desentenderse de la realidad y de su horizonte cercano, lleva a conductas inadecuadas. Lo decimos porque en diciembre las estadísticas eran más prometedoras y la autoridad fue laxa en medidas y algunos altos funcionarios hasta irresponsables en la promoción de eventos masivos y muchos ciudadanos cansados o desesperados por la abstinencia y medidas observadas por largo tiempo, relajaron conductas. Y enero se ha encargado no sólo de la dolorosa cuesta de los precios, sino de pasar factura ante las faltas de diciembre.
La UNESCO ha manifestado su preocupación por la pérdida de horas aula y le parece que debe buscarse el regreso a las clases presenciales. Es también mortificación de muchos ciudadanos, pero la evaluación de lo que perdemos y ganamos en salud y educación siempre debe imponerse de antemano. Ir sin esta herramienta puede darnos muchos dolores de cabeza.
Pero sorprende ver que hay publicidad que convoca a eventos artísticos en los grandes estadios y empezamos a abordar la vida cotidiana como si el entorno se vistiera así de relajado como en 2019. El principio de fatiga hace mella sobre nuestra salud física y mental, y nuestra condición “atiende el vuelo sin mirar las alas”, como dijera Francisco de Quevedo. No estamos yendo a considerar las causas que provocaron la presente pandemia y que está sentando las bases de las próximas. Y de no hacerlo las consecuencias serán impredecibles, catastróficas.
Primera conclusión. El modelo económico, político, social y ambiental que hemos padecido parió las pandemias de 2009 y la presente (para hablar de las últimas). Si no lo tocamos, los factores que hicieron posible la Influenza A(H1N1) y el Covid-19, siguen acumulando los elementos que harán posible la incursión de nuevas pandemias. ¿De qué factores hablamos? De los grandes monopolios agroindustriales y mineros que cada día depredan los bosques y reservas naturales, con el fin de sostener ritmos de crecimiento y la tasa de ganancia de sus negocios. La agresión a las zonas vírgenes implica el contacto de animales domésticos con los salvajes y la transmisión de enfermedades entre ellos. Y la inevitable interacción de los humanos con ambos. La Peste Bubónica, el paludismo, el Ántrax, la Giardia y la Fiebre del Loro, son sólo algunos ejemplos.
Segunda conclusión. Para llevar a cabo cambios de gran calado para enfrentar las consecuencias del mencionado modelo, es necesario una nueva Constitución Política para el país y también la correspondiente para nuestra entidad. Salud económica y salud de la población deben ser la prioridad de la Carta Magna. Hay dos temas que no pueden separarse de esos cambios: la reivindicación de los recursos naturales para la Nación como el litio, el hierro, la plata y el oro y la deuda pública. Estamos muy a tiempo de componer nuestro mundo. Vale.
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