columna oscarEntre la caridad y el derecho hay un tramo muy largo.

Leonardo Padura

Se ha cumplido la mitad del camino del gobierno de AMLO y un mes de la gestión de Rocha. A tres años de iniciado el régimen de López Obrador, el balance presenta claroscuros que hablan de avances de un proyecto transformador y de las dificultades y límites para continuar en ese rumbo. Para Rocha este mes es significativo para sentar las bases de lo que será el sello distintivo de su gobierno. Es cierto que su gestión arrancó atendiendo los temas que se había comprometido a escuchar en el primer momento de su gobierno, como también hemos podido observar que problemas heredados de la administración pasada salen al paso, sin faltar graves problemas en los municipios. Con ellos se abre paso.

 

Creo que en estos tres años de gobierno de López Obrador sobresale que, en 2019, sin sospechar la pandemia que se vendría en 2020, recuperó 130 edificios a medio construir para hospitales, creó las becas para estudiantes, universalizó la pensión para adultos mayores, institucionalizó el programa sembrando vida y fundó las universidades para zonas pobres. La austeridad republicana ha impedido acudir a deudas odiosas.

 

Señalemos también que quedan como deudas importantes: en materia de seguridad, homicidios (feminicidios preocupantes), sin que disminuya el fenómeno de desaparecidos y desplazados; déficit en vivienda, sigue pendiente recuperar el empleo perdido por la pandemia, regresar los índices de crecimiento de la economía prepandemia y detener la inflación alta de estos días. Falta una mejor orientación del presupuesto federal. El balance a final de cuentas es positivo.

 

Hay una preocupación mundial por los niveles que alcanza ya la inflación, pues amenaza la estabilidad de las economías nacionales. Es también una mortificación de gobierno y sociedad en México. Al parecer uno de los factores es el abastecimiento a nivel internacional, ya que los puertos que manejan la parte fundamental de la carga y descarga de las mercancías de todo tipo están colapsados y la oferta en los mercados sufre de una dolorosa anemia. Es un problema que no tiene solución inmediata y que debe esperar a la ampliación de la capacidad del manejo de contenedores y a la apertura de otros puertos alternos. Para economías como la nuestra, que ya han resentido un crecimiento de los precios en un 7.1 por ciento en general, ya observamos que es mayor en alimentos y se vuelve preocupante.

 

En medio de todo ello, reaparece en el cercano horizonte el fantasma de una nueva oleada del Covid-19 (la cuarta, nos dicen). Sin alcanzar la plena certeza de lo que es el coronavirus y sus alcances, ahora incursiona una nueva presentación de ese terrible mal que se resiste a dejarnos en paz: la variante Ómicron. De la que se menciona por instituciones y especialistas que tiene mayor poder de contagio, sin mayor miramiento por los vacunados ni respeto por los países ricos y que presumen tener protegida al grueso de la población desde los 12 años en adelante. Ante esta nueva amenaza, medio mundo vive ahora con el Jesús en la boca.

 

En las últimas semanas veo con mayor frecuencia a niños que en los cruceros de la ciudad buscan ganarse el pan con alguna actividad económica. Niños y niñas de 8 a 11 años danzan con aros juntos a sus padres, hacen malabares, venden algún tipo de fruta o limpian parabrisas. En Culiacán los hemos visto al pie del puente a Ciudad Universitaria, en Obregón y Avenida Universitarios, en Boulevard Madero y Carranza, en Boulevard Leyva Solano y Boulevard Madero. Son los dolorosos saldos que nos dejan la pandemia y la crisis económica.

 

No pocas cortinas de comercio permanecen cerradas en nuestras ciudades, son la referencia inequívoca de que a la recuperación económica le falta un buen trecho para levantar cabeza. Difícil precisar si los viejos empleados de esas casas comerciales son los que ahora van de crucero en crucero por las calles de la ciudad haciendo todo tipo de suertes para ganarse el pan; pero si no lo son su situación y necesidades tienen parentesco muy cercano. Y la verdad si algo duele muy profundo es ver a niños y niñas ganándose el pan en esas circunstancias, mientras en las aulas y en las clases por zoom sus lugares han quedado vacíos, con un reclamo silencioso hacia todos nosotros. Urge que las autoridades municipales y estatales tomen medidas al respecto.

 

De por sí, las pérdidas que contabilizó la UNICEF durante el ciclo escolar pasado, fueron de 1.8 billones de horas clase, lo que se traduce en un bajo aprovechamiento educativo. Como no hemos regresado llanamente a las aulas y tenemos en puerta el riesgo de confinamientos y de posponer el sistema mixto con que ahora se trabaja en las escuelas: a medio gas de asistencia presencial y a medio gas de aprovechamiento, la actual generación de alumnos en todos los niveles, tienen en el horizonte cercano de nuevo el riesgo del confinamiento y de participar en su formación educativa en un sistema a distancia que adolece nos solo de la experiencia calificada, sino de las herramientas más elementales para muchos de los niños, pues las familias pobres no tienen recursos para comprar la tecnología que se demanda y a muchos de sus lugares tampoco llega el internet. Resolver este problema debe ser prioridad. Vale.

 

 

 

 

 

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