No hay peor mal en la vida que la pobreza,
ni aspiración más racional que buscar los medios para evitarla.
Charles Robert Maturin
La pandemia y la recesión económica están dejando huellas que marcarán la década y el siglo. Esas cicatrices son más de 38.5 millones de casos registrados en el mundo, 1 millón 100 muertos por el coronavirus (oficialmente) y un proceso que acelera el desempleo, cierre de negocios, concentración de actividades en grandes empresas, complicando la de por sí crítica situación económica mundial. La incertidumbre sigue siendo el horizonte de referencia.
Hoy más que nunca estamos obligados a identificar el momento en que vivimos y las opciones (por muy escasas que sean) que tenemos para retomar la andadura en el terreno económico y de salud. Las certezas, por muy crudas y crueles que sean, son las coordenadas que nos ayudan a ubicar nuestro momento y nuestros apuros. Lo que está claro, de acuerdo a la OMS es que con vacuna o sin ella, el problema del Covid-19 es un asunto que no quedará saldado ni este fin de año ni en 2021. El mismo criterio aplica para su crisis gemela: la económica, pues difícilmente quedará resuelta en dos o tres años con los déficits que acumula en casi todas las economías del mundo.
En estos días anteriores surge un nuevo y temido tropiezo: el repunte o segunda ola de contagios. Una nueva certeza: el dolor de un regreso del coronavirus. Lo confirman las duras medidas que Francia ha tomado en nueve ciudades, incluida París y las restricciones administrativas de España y las alertas del Reino Unido, Alemania y Checoslovaquia. Un regreso en los cinco continentes, en las condiciones económicas y morales en que nos encontramos, nos pondría en un verdadero predicamento; baste preguntarnos cómo ir a un nuevo confinamiento (quizá indefinido) con el desgaste económico y moral que vivimos.
Otra certeza que nos arroja el Covid-19 es que no todos hemos perdido en su entorno. Es cierto que en un extremo vemos millones de trabajadores que perdieron su empleo o desarrollan su actividad productiva en condiciones más duras ahora que antes de la crisis y muchas personas que se han endeudado en hospitales, pero en el otro polo, los números que presenta la revista Monthly Review nos dicen que en general los multimillonarios vieron crecer sus riquezas en más del 19 por ciento durante 2018, 2019 y los siete primeros meses de este año. Todavía más, quienes dominan las tecnologías de la comunicación (no más de cuatro) se beneficiaron con un incremento del 42.5 por ciento de sus riquezas, mientras los reyes de las tecnologías de la salud (innovaciones en fármacos, diagnósticos y equipo médico) vieron crecer sus capitales en más del 50 por ciento en el periodo señalado.
Los países pobres arrastran históricamente una situación de serios desequilibrios en sus relaciones con el exterior y en materia de deudas, tanto del sector público, como de las empresas y ahora de manera muy notoria de los hogares. El esquema planteado para el ámbito internacional toma cuerpo muy concreto a nivel de nuestro país, con las deformaciones propias que le impone la dependencia y la vecindad con los Estados Unidos.
Aunque han mejorado algunos pronósticos sobre las heridas y mataduras que nos dejará este 2020 y nos dibujan un panorama menos accidentado para 2021 que hace unos meses, lo cierto es que las cosas de la economía y la salud no tendrán el camino parejo en los siguientes años venideros. Al menos no tenemos ni la fortaleza fiscal ni un diseño verdaderamente republicano y antineoliberal del presupuesto federal que sirva de adarga ante cualquier eventualidad que nos deparen 2021 y los años siguientes. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador y los legisladores de Morena hacen un esfuerzo por eliminar más de 100 fideicomisos para hacerse de recursos y enfrentar las nuevas urgencias que nos depare el covid-19.
Tocarán los fideicomisos, haciendo rasero de los mal utilizados y de los que sostuvieron causas nobles en materia de defensa de derechos humanos y de los periodistas, lo que no resulta ni justo ni simpático. Pero más allá de los apuros financieros y de la necesidad de un perfil diferente para el presupuesto federal, salta a la vista el asunto de la deuda pública. Siendo loables los esfuerzos que el gobierno realiza en materia de salud y su búsqueda permanente de contar con recursos frescos para enfrentar con éxito la pandemia, nos preguntamos por qué hasta hoy no se ha tocado el tema del costo del servicio la deuda del Estado mexicano.
Son muchas las razones por las que el Gobierno federal y el Congreso de la Unión deben tocar el tema con toda la seriedad que el caso demanda. Vale la pena revisar varios componentes de la deuda, como el rescate bancario y el carretero, pues al menos lo que tengamos que pagar debe convencernos de su legitimidad, legalidad y su moralidad. Hemos pagado a ciegas y de manera incondicional. No es un monto pequeño como para no poner peros, representa más del doble del monto de los programas sociales del Gobierno. Eso de por sí debe inclinar a la revisión y a la búsqueda de la renegociación de al menos una buena parte de la deuda. Las condiciones para la revisión y renegociación de la deuda pública ahora, tiene ventajas que nunca se presentaron en los 200 años de independencia del México. Vale.
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