columna oscar

 

La muerte de muchos conciudadanos

es un dolor que se renueva todos los días.

Giuseppe Conte

 

Entramos a la fase 2 del Covid-19 con cierta fortuna en comparación a otras naciones. Los números de la crisis civilizatoria a nivel internacional corroboran lo que decimos: mientras escribimos estas notas las noticias internacionales nos dicen que alrededor de 2 mil 500 millones de personas están bajo restricciones de movimiento por el coronavirus, que las muertes, según el recuento de la Universidad John Hopkins, rebasó las 21 mil por esta causa y que han sido contagiadas 467 mil personas.

 

Algunas ciudades se han vuelto emblemáticas en la presente contingencia sanitaria. Originalmente lo fue Wuhan, ahora lo son Nueva York, Milán y Venecia. Los números de muertes y contagios ponen la piel de gallina, pues este miércoles los Estados Unidos registró 216 fallecimientos y el número de contagios llegó a los 65 mil 262. Las preocupaciones no son para menos. Italia y España, en ese orden han superado en víctimas de la pandemia a China.

 

Por eso decimos que en México los números indicaban por la mañana 405 casos confirmados y 6 defunciones. No dejan de preocupar e invitar a ser más observadores de las precauciones recomendadas por la autoridad de salud. Pero queremos ser insistentes en voltear a ver la otra cara que nos presenta la situación actual: la económica. Que también obliga a elaborar políticas públicas para atender esta emergencia. Entre los miles de cosas que se publican en las redes no se puede ser ajeno a los sentimientos expresados por gente del pueblo, esos que viven de vender elotes cocidos o asados en la calle o cualquier otra mercancía con la que ejercen la economía informal. Se les pide que se queden en casa, pero ¿de qué comerán? Preguntan. Y sus respuestas son mentadas de madre, porque no hay un programa que los contemple como damnificados de la crisis.

 

La semana pasada la Cámara de Diputados acordó un fondo de 180 mil 733 millones de pesos para atender la emergencia. Qué bueno que lo hicieron porque esa es una de las formas en que el país puede blindarse, al contar con recursos y poder adquirir equipo médico y medicinas; pero ese dinero ni en sueños alcanza para atender a las urgencias que presentarán quienes pierdan su empleo por el otro tsunami que ya mirábamos acercarse a grandes zancadas desde el año pasado: una crisis económica inminente, a la que Michael Roberts le ha dedicado fielmente años de seguimiento. Tenemos una crisis civilizatoria de doble hélice, que toma a la mayoría de los países, incluido el nuestro, con una deuda de dimensiones impagables.

 

Con todo ello, el Estado mexicano no puede quedarse en las medidas de protección a personas adultas mayores, ni en los créditos garantizados a las micro y pequeñas empresas, ni en los llamados a que las empresas no envíen a su casa a sus trabajadores sin el pago de sus salarios. Urge una clara estrategia frente a todas las aristas que plantea la doble crisis. Hay un 62 por ciento de habitantes en pobreza, pero hay un 29 por ciento de la misma en pobreza extrema. Esta parte de la sociedad desde antes de la presente contingencia pedían a gritos la atención del Estado. Ellos y los desocupados que sume el cierre temporal de centros de trabajo estarán condenados a resignarse a morir de hambre o buscar el sustento por cualquier medio, incluido el violento.

 

Quienes han hecho sensibles llamados a estar unidos como mexicanos para enfrentar la situación, no les falta razón. En la convocatoria invitan a los poderes públicos, empresa privada y ciudadanos en general a unir esfuerzos para vencer al Covid-19 y la crisis económica. Y entre las cosas que deben atenderse de esos llamados es que ningún poder público deje de funcionar (como ya lo ha hecho la Cámara de Diputados Federal) y buena parte del Ejecutivo, porque en la emergencia el Estado no puede faltar a su función de rector de la economía y la sociedad.

 

Porque el trabajo público no puede interrumpirse y porque los fondos que exige la crisis no pueden salir de la nada. En la agenda legislativa tiene que incluirse la búsqueda de los recursos que necesitamos y hay un renglón del presupuesto público que no puede seguir intocado: el que se dedica al pago de la deuda pública, sobre todo al rescate bancario y carretero. Tenemos 25 años pagando esa deuda inmoral e injusta. Es tiempo ya de que esos recursos se dediquen a cosas más positivas y para la atención de esos pobres entre los pobres y los que quedarán sin empleo y sin ingresos, con motivo de la contingencia mencionada.

 

Se ha dicho por muchos que por todo lo que estamos viviendo el mundo ya no será tal como lo conocemos. Ojalá así sea, pero para mejorar. Y un buen comienzo sería dimensionar los problemas que el país tiene y los que ya está sumando esta crisis civilizatoria, pues como dice la escuela de Barcelona (sinpermiso.info) “a grandes problemas de masas, grandes remedios de masas”. Mientras el Banco Mundial pide frenar el cobro de deuda a los países pobres, el presidente francés Macrón lamenta el ataque que ha sufrido la seguridad social para privilegiar la medicina privada, Noam Chomsky nos señala de manera muy clara que, “el asalto neoliberal ha dejado a los hospitales sin preparación. Un ejemplo son las camas, que han sido suprimidas en nombre de la eficiencia”. Si las crisis son también una oportunidad para transformar la sociedad y los modelos de vida colapsados, ninguna como la presente para intentar esa utopía de cambio. Vale.

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