columna oscar

 

La moral nunca fue enseñada con éxito por medio de la espada.

Vizconde de Castlereagh

 

No quiero que mi lucha quede inconclusa, dijo Rosario Ibarra a López Obrador. Este miércoles 23 recibiría en sus manos la Medalla Belisario Domínguez en el Senado. Su salud no le permitió estar presente y en su nombre Rosario Piedra recibió la presea y Claudia, su otra hija leyó un sentido mensaje dirigido al presidente. El mensaje profundiza en la esperanza de saber la suerte de los desaparecidos: “es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares”. Eso le manifestó Rosario Ibarra.

 

La verdad no esperábamos otra actitud ante el reconocimiento otorgado por el Senado. Rosario ya no puede encabezar las marchas, plantones y tomas de edificios públicos por motivos de edad y salud, pero su historia de lucha y su ejemplo nos inspiran y convocan a continuar en la defensa de los derechos humanos, en la búsqueda de los desaparecidos y a mantener en alto el reclamo de parar la nefasta práctica de la desaparición forzada de personas.

 

La Medalla recibida y dada en custodia al presidente López Obrador, debe significar para la sociedad mexicana, lo que la espada que lanza Guadalupe Victoria para animar a sus compañeros de lucha. “Va mi espada en prenda, y voy por ella”. Rosario da en custodia la Medalla e impone una misión al presidente: conocer la verdad sobre las desapariciones y el paradero de los desparecidos. Pero esa Medalla en prenda también es una convocatoria, un llamamiento a todos los mexicanos, pues el Estado aún tiene demasiados portillos por donde puede abortar esa misión.

 

Culiacán fue una ciudad pionera de la lucha que inició Rosario Ibarra. En su seno nació un movimiento temprano que catapultó los esfuerzos de Rosario a nivel nacional e internacional. Doña Chuyita Caldera y todas las madres que en Sinaloa se sumaron a su incansable lucha, fueron piezas principales de la lucha por la amnistía y la forja del movimiento por la defensa de los derechos humanos que ha continuado después.

 

La Perla del Humaya se siente honrada por el destino de la Medalla Belisario Domínguez, pero la noticia que recibió la segunda semana del mes se vio empañada por los acontecimientos del día jueves 17. La situación vivida ese día fue dolorosa. Nadie ignoraba los peligros que encierra una larga vida de las actividades ilícitas en el estado y en la ciudad de Culiacán, pero tampoco deseábamos que la violencia cobrara el rostro del día 17, menos con todos los riesgos que ese jueves manifestó. Pero Culiacán no nació con la conquista española, como todos los años nos quieren convencer (este 2019 nos dijeron que cumplió 488 años), la vieja Colhuacan ya era milenaria cuando Nuño Beltrán de Guzmán pisó estas tierras. Sobrevivir a la conquista y a muchas otras calamidades le han impreso carácter y valentía.

 

La visita de la violencia que sufrimos el 17 pasado fue muy dolorosa y marcará a México, como lo hicieron los hechos de la noche de Iguala de 2014, pero las lecciones que nos dejó serán bien aprendidas y digeridas por los culichis y sinaloenses. No podemos hacer menos si tuvimos una ciudad sitiada por grupos criminales, producto de una acción mal diseñada por la autoridad y con presumible participación extranjera. Fueron dos momentos claves los que nos permiten dimensionar el problema vivido: este de la acción de la autoridad que pretendió detener a Ovidio Guzmán y la reacción violenta que suscitó. En ella queda reprobado el gabinete de seguridad.

 

Un segundo momento se ubica en el momento que la ciudad está tomada por grupos armados y que amenazan con llevar la violencia a otros niveles si no se libera a Ovidio. El gabinete de seguridad tuvo que sopesar cuánto se perdía social y políticamente de seguir el operativo de aprehensión del delincuente o de recular con su acción punitiva. El operativo se detuvo, se dejó en libertad a Ovidio y la ciudad sintió que le volvía el alma al cuerpo. Todavía a quienes despotrican contra esta decisión, sin valorar los daños en vidas que una decisión diferente hubiera acarreado. La medida del segundo momento fue correcta.

 

En Culiacán la violencia generada por actividades ilícitas tiene ya tres generaciones y ya en la segunda nos propinó un duro golpe de muertes, desplazamientos internos y en desaparición forzada de personas. En esta experiencia coincidimos con las inquietudes de Rosario Ibarra de Piedra. Ella se convirtió en un símbolo de lucha y encarnó la esperanza de construir un Sinaloa diferente. En la tercera generación del narcotráfico regresaron con más fuerza las desapariciones y también el activismo de los familiares con desaparecidos, mientras el Estado jugó el papel de cómplice. Doña Rosario dejó en prenda la Medalla Belisario Domínguez y los culichis hemos embargado el amor por nuestra ciudad en cada uno de sus lugares emblemáticos y en el corazón de nuestros descendientes. La situación obliga a no permanecer callados y a ser congruentes con la promesa que se abrió el 1 de julio de 2018 en materia de seguridad. Vale.

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