Lo acompañaban una opresión física en el pecho
y una extraña incomodidad en el alma.
Leonardo Padura
La ola de violencia se ha prolongado por más de 80 días, pero la esperanza de paz sigue intocada en el corazón de cada sinaloense. Las fuerzas armadas y policías locales habían logrado liberar la zona urbana de Culiacán como campo de enfrentamientos de bandas de delincuentes. Pero ello se logró por un breve tiempo, pues en los últimos días el regreso de los grupos armados se volvió inevitable. Y regresaron con nuevas modalidades en las acciones violentas. Las casas habitación se han vuelto objetivos en el conflicto: sufren de ataques armados directos y son pasto del fuego que se les prende. Los negocios no son la excepción de este tipo de movimientos punitivos, pues los restaurantes también son foco de las agresiones y alimento de las llamas.
Miembros de las fuerzas armadas y policías han pagado una dolorosa cuota en su esfuerzo por pacificar la ciudad de Culiacán y la entidad federativa. Nuestro reconocimiento para quienes han perdido la vida, están lesionados y para todos los que, a riesgo de su integridad y vidas, se empeñan a diario en cumplir con su deber. No deseamos otra cosa que esos afanes y sacrificio arrojen la anhelada paz que no termina por abrirse campo en nuestra lastimada sociedad.
Se ha vuelto un tema muy comentado el de las pérdidas. Es cierto que son un referente de cómo nos va en tiempos de crisis, pero normalmente hacemos alusión a las mermas de carácter económico: en los negocios disminuidos o no realizados, en los empleos y en los ingresos que se volatilizaron por el entorno violento; pero hay otras pérdidas que deben estar presentes porque nos disminuyen como sociedad y como personas. Aparte de homicidios, desplazados y desaparecidos, hay daños que arroja la situación que estamos viviendo en todos los estratos sociales. No sólo clases sociales, también la estructura que guarda el edificio social por edades.
En general hay daños que afectan nuestro comportamiento y actitudes ante la autoridad, ante los vecinos, los compañeros de trabajo o estudio y ante el resto de los ciudadanos. Ya no somos los mismos. Las circunstancias nos han vuelto más celosos de nuestro entorno inmediato y más maliciosos respecto a los demás; también nos manifestamos con más descreimiento respecto a la autoridad. No sé qué tanto nos ha ayudado a madurar esta difícil situación que se manifiesta, sin tregua, desde el día 9 de septiembre, pero de lo que muchos estamos seguros es que este brete, que amenaza con llegar a los tres meses aporta elementos muy importantes que permiten no sólo dimensionar la crisis que vivimos, conocer su principales componentes y origen, ubicarlos por orden de gravedad y estar en plena posibilidad de enfrentar la crisis de seguridad.
Hay factores externos, que repetidamente se han mencionado, como el interés de instancias del gobierno norteamericano de desestabilizar varias regiones de México, incluida la autoridad federal; sin demeritar el lugar que le corresponde al sistema bancario internacional, pues el lavado de dinero no es posible sin él y al omnipresente complejo industrial militar del país vecino, detonador de guerras y conflictos armados, para abrir el mercado que necesitan sus depredadores productos. Sin guerras y sin conflictos violentos no hay venta de armas. No hay negocio lucrativo. Y en ese actuar lo que menos puede importar es el costo en vidas que todo ello tiene. Esos factores externos condenan a buena parte de la sociedad mundial a una tragedia permanente. Hay no menos de 20 conflictos armados en el mundo. Sinaloa es solo uno más.
La crisis de seguridad nos ha dejado algunas certezas que deben convertirse en las lecciones que llevaremos como tatuajes en la piel y en la conciencia, pues de la experiencia de estos aciagos días, amén de lo vivido en tiempos anteriores, nos quedan muy claras las posibilidades de la autoridad para resolver de fondo una crisis del tamaño de la presente. Es cierto que hay capacidad de fuego por parte del Estado mexicano, también es cierto que hay organización efectiva y que cuenta con el respaldo social, pero no ha puesto en juego el trabajo que desde las instancias que deben promover la educación, la promoción de valores, ofertar trabajo, deporte y cultura entre los niños y jóvenes. El Estado sólo mueve una parte de su estructura.
Cuando las crisis son mayores como la presente el Estado no puede resolverlas si no hermana su trabajo al esfuerzo que la sociedad puede aportar. Si empeñando toda la estructura gubernamental el Estado no podrá resolver la coyuntura de apuros en que nos encontramos, menos si sólo moviliza parte de ella. Los cuatro ejes de estrategia propuestos por la presidenta Claudia Sheinbaum, que no han sido desplegados aún, siguen presentando limitaciones. La principal de ellas es pensar que la sociedad no tiene recursos que aportar en la solución de este problema que ahora nos ahoga. Y el error más grande radica es esa consideración.
Conscientes de que el problema de la crisis de seguridad que hoy padecemos se incubó desde hace décadas, debemos aceptar que su solución plena no será cuestión de unas semanas o de algunos meses, llevará su tiempo. Pero la autoridad no puede pasar por alto la capacidad infinita que la sociedad tiene para abonar no sólo al alto al fuego en nuestras calles, barrios y plazas públicas, sino para que el desarrollo de las actividades económicas, políticas y sociales regresen a la normalidad que vivíamos antes del día 9 de septiembre. El primer paso a dar es el establecimiento de una mesa de diálogo permanente entre sociedad civil y gobierno, promover el debate público sobre el fenómeno violento y el establecimiento de mecanismos de control social sobre la corrupción que permitió la situación que tanto lamentamos. Ojalá se dé un paso en serio en este sentido. Ojalá. Vale.
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X @Oscar_Loza