gilberto sotoLa amenaza está lanzada: Donald Trump, ha prometido imponer un arancel del 25% a todos los vehículos y autopartes que no se fabriquen en Estados Unidos. Y México, el socio comercial más estrechamente ligado al sector automotriz estadounidense, tiembla ante la posibilidad de ver desmantelado, de un día para otro, el andamiaje industrial que tanto ha costado construir.

 

La propuesta no es nueva en su espíritu, pero sí en su agresividad. Ya en su mandato anterior, Trump jugó la carta de la presión arancelaria para arrancar concesiones a México. Pero esta vez, su visión va más allá: no es sólo renegociar, es rediseñar el mapa de la manufactura global, forzando a que todo –o casi todo– se produzca dentro de sus fronteras. ¿El problema? La industria automotriz moderna no funciona así. Ni en México, ni en Estados Unidos, ni en ninguna parte del mundo.

 

El modelo automotriz norteamericano es uno de integración profunda. Una camioneta puede cruzar la frontera cinco veces antes de llegar al consumidor. Cada componente –desde el cableado hasta el motor– ha sido ensamblado, probado y refinado en una cadena trinacional que se ha perfeccionado durante décadas. Romper esa sinfonía productiva con una barrera del 25% no es solo un acto de proteccionismo: es un disparo en el pie para toda la región.

 

Para México, los riesgos son altísimos. Estamos hablando de un sector que representa cerca del 4% del PIB nacional, que genera cientos de miles de empleos bien remunerados, y que ha sido durante años la joya de la corona de la inversión extranjera. Una medida así no solo golpearía nuestras exportaciones; podría provocar recesiones regionales en estados como Coahuila, Guanajuato o Puebla, cuya economía gira en torno al motor automotriz.

 

Pero no nos engañemos: Estados Unidos también pagaría un precio. El propio CEO de Ford lo advirtió: un arancel de este tipo abriría “un agujero” en la industria automotriz de su país. Y es que las armadoras estadounidenses dependen tanto de las piezas mexicanas como nosotros de sus compras. Un vehículo más caro por culpa de aranceles equivale a menos ventas, menos empleos y consumidores más insatisfechos.

 

Entonces, ¿qué puede hacer México?

 

En el corto plazo, el gobierno ha actuado con sensatez: ha negociado una prórroga, busca excepciones, plantea represalias si es necesario. Pero lo importante vendrá después. Esta crisis –real o inminente– debe servirnos como catalizador para una reflexión profunda: no podemos seguir dependiendo de una sola economía, por muy grande que sea. El modelo de “ensambla y exporta a EE.UU.” nos hizo crecer, sí, pero también nos vuelve vulnerables cada vez que en Washington cambia el humor político.

 

México necesita diversificar mercados, invertir en innovación y fortalecer su mercado interno. Que los autos mexicanos no solo estén pensados para Texas o California, sino también para Sudamérica, Europa, e incluso para nuestros propios ciudadanos, hoy marginados de la posibilidad de acceder a un coche nuevo. Debemos crear un entorno en el que valga la pena quedarse a invertir, no solo porque somos baratos, sino porque somos estratégicos, confiables y resilientes.

 

El arancel de Trump –si se concreta– será un golpe duro. Pero también puede ser una oportunidad histórica para redefinir el rumbo. Como país, ya aprendimos que esperar que el vecino actúe con lógica no es suficiente. Ahora, debemos actuar con visión.

 

 

CPC, LD y MI Gilberto Soto Beltrán

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