= Categórico mensaje del líder de la CTM al gobernador
= Resultado de las diferencias entre Toledo Corro y Calderón
= Implacable la persecución policiaca contra Juan Millán
= Pese a todo, civilidad en la relación entre Millán y Toledo
Rafael Gamboa Cano, hijo del ex gobernador de Chiapas Rafael Pascasio Gamboa, es el hombre elegido por el gobernador Antonio Toledo Corro, como su mediador con Fidel Velázquez, dirigente nacional de la entonces poderosísima Confederación de Trabajadores de México, para resolver, de una vez por todas, el conflicto derivado de la renovación de la secretaría general de la Federación de Trabajadores de Sinaloa.
Es marzo de 1981. Toledo Corro apenas está en su tercer mes como gobernador de nuestro Estado y ya ha movido todas sus fichas en el ajedrez político de la entidad:
Jesús Manuel Viedas Esquerra, presidente del Comité Directivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional; Adrián González García, secretario general de la Liga de Comunidades Agrarias; Germinal Arámburo Cristerna, secretario general de la Federación de Organizaciones Populares; Alicia Montaño Villalobos, secretaria general de la ANFER-Sinaloa y Miguel Angel Fox Cruz, director del Centro de Estudios Políticos y Sociales del PRI, por ejemplo.
Le falta, sin embargo, una sola pieza, muy importante, la de la FTS-CTM, para la cual ha propuesto la reelección de Baldomero López Arias y poder contar así con elenco completo. El deseado. Baldomero se ha declarado enemigo acérrimo de Calderón y para Toledo eso es suficiente. No le busque más.
La carta de don Fidel, en contrario, es Juan S. Millán, militante del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Radio, ante la resistencia del gobernador Toledo Corro, que supone que detrás de Millán Lizárraga está el ex gobernador Alfonso G. Calderón Velarde, empeñado en disputarle el control político del Estado, lo que para ATC es sencillamente un agravio monumental e inconcebible.
Y mientras.
En la ciudad de México, en las propias oficinas centrales de la Confederación de Trabajadores de México, don Fidel Velázquez recibe al emisario de Toledo, quien intenta convencer al eterno líder del movimiento obrero organizado que el problema del gobernador no es Millán, ni mucho menos -¡por supuesto! – don Fidel, sino quien le juega a las vencidas en ese momento: el ex gobernador Calderón.
Gamboa Cano desacredita, del mismo modo, las versiones en el sentido de que ATC ha emprendido toda una cacería en contra de Juan Millán y de paso aprovecha la ocasión para realizar un último intento, ya desesperado, en favor de Baldomero López Arias, titular en esos momentos, del órgano cetemista en Sinaloa.
Don Fidel, sin emitir palabra alguna, escucha pacientemente los argumentos de Gamboa Cano, los digiere, los procesa y suave, lentamente, deja caer pesadamente, palabra por palabra.
-Dígale a Toño, el gobernador, que no le creo nada.
Y añade, en tono lapidario y concluyente:
-Y dígale algo más y que lo memorice muy bien: que iré pronto a Sinaloa a darle posesión al compa Millán y que lo haré en la Federación, en su casa o hasta en la cárcel, si es preciso.
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Bien.
Con la conclusión de la administración gubernamental de Alfonso G. Calderón Velarde, también termina la responsabilidad de Juan Sigfrido Millán Lizárraga como director general de Tránsito y Transportes del Gobierno de Sinaloa. A los días, Millán Lizárraga reclama su plaza en el STIRT y repentinamente su voz comienza a escucharse, de nuevo, desde una radiodifusora local, en funciones de locutor comercial.
El hecho, desde luego, no pasa inadvertido para los principales analistas políticos de la época – Antonio Pineda Gutiérrez, Ramiro Guerrero, José Angel Sánchez, Mario Montijo de la Rocha e Isaías Ojeda Rochín -, quienes levantan, en sus respectivos medios, toda una polvareda sobre el regreso de Millán a las cabinas radiofónicas de la ciudad.
Sin embargo, es el joven periodista Francisco Arizmendi, quien, en el curso de una gira de trabajo de ATC por algún lugar de Sinaloa, me adelanta:
-Juan va para la CTM; suéltalo en “De Todas Muchas”. Te llevarás la primicia.
Arizmendi mantiene una buena relación con Toledo Corro con quien lo une su acérrima animadversión contra Calderón; pero eso no afecta sus sólidos lazos con Juan Millán, que, por cierto, se han mantenido y consolidado todavía más con el transcurrir de los años.
Las especulaciones alrededor del joven político de El Rosario – 36 años de edad, en ese entonces – no pasan inadvertidas para el gobernador Toledo, quien de inmediato arma la contra respuesta y organiza toda una persecución policiaca en contra de Millán, a fin de parar en seco sus intentos de arribar a la secretaría general de la Federación de Trabajadores de Sinaloa; pero, sobre todo, para asestarle un golpe de nocaut a Calderón, quien, por añadidura, intenta convertirse en uno de los dos representantes de nuestro Estado en el Senado de la República.
A la reflexión, Toledo Corro pasa rápidamente a la acción al citar en el despacho del Ejecutivo a su Procurador de Justicia, Jorge Chávez Castro, a quien pone al tanto de las cosas y lo instruye a realizar una investigación a fondo sobre la actuación de Juan como director de Tránsito y Transportes, en el periodo 1975-1980, para rematar con una indicación contundente:
-Búsquenle por todos lados; sin ningún tipo de contemplaciones.
Chávez Castro, de algún modo compañero de Juan en el gobierno de Calderón, al fungir como presidente municipal de Culiacán (1978-1980) opone una débil resistencia a la petición de Toledo, bajo el argumento de que Millán ya no estaba en la ciudad y que sería difícil dar con su paradero, antes de encontrar protección en la Confederación de Trabajadores de México.
-Usted encuéntrelo y métalo a la cárcel; búsquenlo hasta por debajo de las piedras, que en algún lado debe de estar este cabrón – le precisa Toledo a su Procurador.
En efecto, para entonces, ya Juan Millán está en la ciudad de México, donde se ve en la necesidad de permanecer bajo encierro todo el día y mudarse de hotel cada 24 horas. Las fuerzas especiales del gobierno de Sinaloa, en su búsqueda, le pisan literalmente los talones, bajo la sentencia de que “una celda te espera en el penal de Aguaruto”. La cárcel de Culiacán.
Básicamente, las investigaciones se centran en el otorgamiento de nuevas concesiones de transporte público y de carga en beneficio de las organizaciones sindicales de la CTM y en algunas otras atribuciones conferidas al titular de la dependencia. La persecución se extiende a los principales colaboradores de Millán y llegan hasta Abraham Velázquez Iribe, a quien pretenden obligar a firmar una serie de documentos en contra de Juan; sin embargo, topan con la solidaridad, hombría y lealtad a toda prueba de Abraham, quien responde así:
-Si quieren mi huella, tendrán que cortarme el dedo y si lo que quieren mi firma, tendrán que amputarme la mano. Háganlo, señores. Estoy listo.
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Y así.
Transcurren los días; se acerca abril, la fecha del relevo en la secretaría general de la Federación de Trabajadores de Sinaloa y el operativo en búsqueda de Juan Millán no aporta ninguna señal de éxito. Antes bien, se advierte un prematuro desgaste en la administración de Toledo, resultado de los señalamientos en el sentido de emprender una encarnizada cacería contra el ex director de Tránsito y Transportes, tan solo por su abierto enfrentamiento contra Calderón Velarde.
Encima de ello, se robustece, de parte del líder nacional de la CTM, el rechazo a la reelección de Baldomero López Arias y de manera inversamente proporcional el respaldo hacia Millán; apoyo que, por supuesto, se acredita y presume Calderón, como una manera perversa de sumar puntos en su match contra ATC y de convertir a Juan en su incondicional.
Así, ya hastiado de la situación es que Toledo Corro piensa en Rafael Gamboa Cano, como su mejor elemento para interceder con Fidel Velázquez y ponerle punto final a la situación, no sin antes realizar una nueva intentona para la reelección del “compa Baldomero”.
(Gamboa Cano, que para los procesos locales de 1983 y 1986 fungiera como delegado general del Comité Ejecutivo Nacional del PRI en Sinaloa – por petición expresa de ATC, por supuesto – es su mejor hombre para el caso. Miembro de una familia eminentemente política en el estado de Chiapas, había fungido como su asesor especial en la Secretaría de la Reforma Agraria, justo en asuntos de esta naturaleza.
Y aunque sin cargo oficial, se mantenía como un valioso elemento dentro del engranaje del gobernador de Sinaloa. Era, entre otras cosas, quien le operaba los temas de la prensa capitalina, en tanto aquí la responsabilidad en tal sentido era del licenciado Cuitláhuac Rojo Robles, inamovible en el ánimo de ATC, a pesar de las acechanzas hacia el puesto que ejercía – hay que decirlo – con entusiasmo, lealtad y responsabilidad.)
Sin embargo, todos los recursos de Gamboa Cano se estrellan ante una muralla infranqueable:
-Le voy a tomar la protesta al “compa Millán”, en el edificio de la Federación, en su casa o en la cárcel si es preciso.
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En tales circunstancias, disipados ya los humos de la batalla y tranquilizados los ánimos, Juan Millán Lizárraga asumió la secretaría general de la Federación de Trabajadores de Sinaloa, un domingo de abril de 1981, en una asamblea encabezada por don Fidel Velázquez y con Antonio Toledo Corro en calidad de invitado especial. ¿El escenario? Un parque “Revolución” al máximo de su capacidad.
Millán Lizárraga se conservó en el cargo hasta diciembre de 1998, solo un par de días antes de asumir la gubernatura de nuestro Estado. Durante esos 17 años fue electo senador de la República en un par de ocasiones y en otra, diputado federal. También desempeñó la secretaría general del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional y la presidencia del Comité Directivo Estatal aquí en Sinaloa.
A pesar de todo, el político de El Rosario mantuvo una relación relativamente tranquila con el gobernador Antonio Toledo Corro; pero, en cambio, ríspida, tensa y tirante, con Francisco Labastida Ochoa. La institucionalidad volvió con Renato Vega Alvarado, a quien relevó en el cargo, tras un desgastante proceso interno que lo llevó a enfrentar a Lauro Díaz Castro. A sangre y fuego, Millán dejó sucesor en la persona de Jesús Aguilar Padilla y así, a sangre y fuego, impulsó a Mario López Valdez a la gubernatura del Estado, en contra de su propio partido: el Revolucionario Institucional.
Al dejar el liderazgo estatal del sector popular, Juan impulsó a David Quintero León como su relevo y el movimiento, de nuevo desató la imaginación de los columnistas, bajo la hipótesis de que “el viejo David” le cuidaría el puesto por seis años, para regresárselo un vez que concluyera su mandato como gobernador. Sin embargo, no fue así: Millán Lizárraga ya no regresó a la FTS-CTM, ni a cargo político alguno de manera oficial. Tampoco, hay que precisarlo, en los últimos 16 años se ha mantenido al margen de los acontecimientos políticos de la entidad. A su mesa, en el restaurant “Mar and Sea”, lo visitan con frecuencia políticos locales, estatales y nacionales, sin distingo de partidos, credos, ni ideologías.
(Fuentes consultadas: Jesús Aguilar Padilla, Francisco Javier Luna Beltrán, Cuitláhuac Rojo Robles y Francisco Arizmendi Martínez. Nuestro agradecimiento a sus aportaciones)
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