=Confundieron al malo con el bueno y ¡se les coló!
=Trago amargo para la coordinadora de comunicación
= La comentada relación de Juan Millán con el PRD
= Fraccionó el voto e hizo ganar a su gallo: Chuy Aguilar
Marco Cesar y Oscar Ojeda son dos periodistas, gemelos, idénticos entre sí. Cuando jóvenes, solo su padre Isaías – también periodista – tenía la capacidad suficiente para identificarlos con claridad. Con el paso de los años ya ha sido relativamente fácil ubicar al uno y al otro; pero 30 años atrás, era prácticamente imposible.
Esa condición de los hermanos Ojeda, precisamente, causó un serio problema político al gobernador Juan S. Millán (allá por 1999); un severo extrañamiento a Rosy Lizárraga, la coordinadora de comunicación social y de paso un enfriamiento en las relaciones institucionales del gobernador cetemista con El Sol de Sinaloa, periódico bajo la responsabilidad de quien esto escribe, habitualmente de nexos respetuosos y cordiales con el gobierno en turno.
Por aquel tiempo, Marco Cesar Ojeda laboraba, justamente, para El Sol de Sinaloa y su fraterno, Oscar, para el área de prensa del gobierno del Estado. Marco era un joven muy inquieto, cuestionador, ideólogo, soñador en el ejercicio de un periodismo sin ataduras, ni compromisos de ninguna naturaleza. Oscar, en cambio, tenía que sujetarse a las líneas oficiales de comunicación, en tanto servidor público del gobierno estatal.
Así las cosas, una tarde de aquellas, la dirigencia estatal del Partido de la Revolución Democrática – Feliciano Castro, Juan Figueroa Fuentes, Audómar Ahumada Quintero, José Luis López Duarte y todo el que usted guste – llegó al tercer piso de Palacio de Gobierno, al cumplimiento de una cita con Juan S. Millán, en la que se abordaría un tema central: el asesinato de Everardo Obregón Sosa, dirigente municipal de este partido en Culiacán y quien había sido ultimado recientemente, justo en las inmediaciones del local del PRD en esta ciudad.
Mientras, ahí afuera de la sala, entre impaciente y temeroso de que se le prohibiera el acceso (porque ya había trascendido que sería un encuentro privado) estaba el reportero Marco Cesar Ojeda, en busca de un resquicio para colarse a la reunión y obtener así la nota de primera plana, en cuya búsqueda salía todos los días de la redacción de El Sol de Sinaloa.
En eso, arribó Millán al salón de gobernadores, seguido por Rosy Lizárraga; observaron a Ojeda, que ya había ingresado al recinto; pero no le prestaron mayor importancia.
Y arrancó la reunión, con Marco Cesar adentro:
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Primero, se desarrolló de manera álgida, especialmente de parte de los dirigentes perredistas, a pesar de las excelentes relaciones del gobernador con este partido político; luego se moderó y concluyó en tono terso, como la rosa de la Virgen de Guadalupe.
Concluido el evento, Marco apresuró su salida, bajó cautelosamente del tercer piso de Palacio y se trasladó de inmediato al edificio de El Sol, donde, emocionado, me puso al tanto de lo acontecido:
-¡Estuvo buenísima la reunión! Primero se dieron su buen agarre porque hicieron encabronar al gobernador; luego se tranquilizaron y terminaron por aceptar las justificaciones de Millán en el sentido de que el crimen era resultado del clima de violencia que impera en el Estado, como derivación directa de una economía permeada por el narco en todas sus manifestaciones.
-¿Algo más?
-Si, que el narco en Sinaloa está en todos lados: en el sector privado, en el social y hasta en el político. Para acabar pronto, en la abrumadora mayoría de las actividades comerciales, agrícolas, profesionales e industriales de la entidad. En todo, de hecho.
-Marco: esa reunión ¿no fue privada?
-No, se lo aseguro. Bueno pues yo estaba ahí. Me vieron tanto el gobernador como Rosy Lizárraga y no me dijeron nada. Y pues ahí me quedé.
-¿Hubo gente de los demás periódicos?
-No, jefe, solo yo. Así que si no boletinan la información pues será una exclusiva para el periódico.
En el tenor arriba citado, el reportero redactó su nota y se publicó al día siguiente como principal – a 8 columnas, como decíamos antes -. No hubo ningún comunicado oficial al respecto.
La divulgación de la información, sin embargo, originó el reclamo de la dirigencia estatal del PRD al gobernador, toda vez que siempre estuvieron en el entendido de que se trataba de una reunión privada. A esto siguió el extrañamiento de Juan Millán en contra de su coordinadora de comunicación social y la posterior llamada telefónica de Rosy Lizárraga con el director de El Sol de Sinaloa, desconcertada porque, en efecto, el encuentro había sido calificado como “privado”. Reservado, diríamos en el lenguaje actual.
¿Qué había sucedido, entonces?
Que tanto Millán como Rosy Lizárraga confundieron a Marco Cesar con Oscar, que trabajaba para ellos, de tal modo que el gobernador siempre estuvo con la idea de que era Oscar el ahí presente, de tal modo que habló del tema con apertura, claridad y tranquilidad, sin imaginarse tan siquiera que tenía al inquisidor dentro de su propio territorio.
Como lo era, en efecto.
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Y bueno.
Como de costumbre, esto no pasó a mayores. Las aguas, en ambos bandos, se tranquilizaron un par de días después y todo se redujo a un incidente menor, como suele suceder en todas las acciones de gobierno.
Rosy Lizárraga se mantuvo a lo largo del sexenio como una de las más cercanas colaboradoras del gobernador Millán; Marco Cesar continuó como reportero de El Sol de Sinaloa y las relaciones entre el medio y el gobierno del Estado recuperaron rápidamente su nivel. En cuanto al asesinato de Obregón Sosa, pasó a engrosar la lista de crímenes que en Sinaloa quedan en la impunidad. Que son casi todos.
En forma paralela, los nexos de Millán Lizárraga con el Partido de la Revolución Democrática alcanzaron grados nunca antes vistos en la historia política de Sinaloa, en un reflejo claro del clima de gobernabilidad que imponía en el Estado.
Se contaban, para entonces, muchas cosas de la relación de Juan con los institutos políticos de Sinaloa – especialmente con el PRD -; entre ellas, que Millán decidiría los candidatos a gobernador de los tres partidos principales. A final de cuentas, Jesús Aguilar Padilla, diputado local y presidente de la Comisión de Puntos Constitucionales y Gobernación del Congreso, lo fue por el PRI; Heriberto Félix Guerra, secretario de Promoción Económica en la administración de Millán, por el PAN y Audomar Ahumada Quintero, por el PRD.
En total, terminaron por ser siete los candidatos al gobierno del Estado, para la elección de 2004, como parte de la estrategia de Millán por fraccionar la intención de voto, que crecía de manera abrumadora en favor de Félix Guerra. A la postre la táctica funcionó: Aguilar Padilla ganó la elección con una delantera de un punto porcentual, avalada por el tribunal electoral del Poder Judicial de la Federación, en un fallo promulgado apenas 72 horas antes del plazo fatal para ello. Fue hasta el 28 de diciembre, en efecto, cuando Jesús Aguilar y sus colaboradores pudieron dormir tranquilos, al tiempo que se apresuraban a organizar, a marchas forzadas, el acto de toma de posesión, en el salón de plenos del Palacio Legislativo de Sinaloa.
Tinto en sangre, si se quiere pero Millán cumplió a final de cuentas: dejar a un miembro de su partido como su sucesor.
En fin.
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