columna jorge

 

= Vieja teoría priista, enarbolada por Antonio Toledo Corro

 

 

= Adelantó “destape” de FL, pese a activismo de Ernesto Millán

 

 

= “Mi gran sueño era gobernar el Estado; no ser presidente”: FL

 

 

= En 1986, la irrupción panista, con Manuel Clouthier, a la cabeza

 

 

Sobremesa, tras una abundante cena en el restaurant “El Palomar de los Pobres”, del boulevard Madero, con música de tambora sinaloense que nos llega desde el exterior (es el paseo de los músicos). El gobernador Antonio Toledo Corro –puro en labios, disfruta de una humeante taza de café, en plan de total relajación – tiene como invitados a reporteros de la fuente y columnistas políticos de la capital del Estado, que por aquellos tiempos (diciembre de 1985) no éramos, entre todos más de diez. A su lado, su director de Comunicación y Relaciones Públicas, el todavía muy joven, Cuitlahuac Rojo Robles.

 

 

A meses del destape del nuevo candidato del PRI al gobierno de la entidad, el proceso político ya se vive intensamente en Sinaloa, prácticamente con dos finalistas claros: Francisco Labastida Ochoa, secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal del gobierno federal (con Miguel de la Madrid, como presidente) y el senador Ernesto Millán Escalante. El otro senador, Juan S. Millán, ya se ha replegado estratégicamente de la jugada.

 

 

Ernesto Millán Escalante se maneja, entre propios y extraños, como el amarrado, bajo la tesis sostenida y creciente de que a Francisco Labastida no le interesa la candidatura gubernamental porque está en la línea de sucesión de Miguel de la Madrid. La versión es desparramada por todo Sinaloa por los simpatizantes de Millán Escalante y para muchos ya el “bueno” para nuestro Estado.

 

 

El tema político está sobre la mesa y Toledo Corro parece disfrutar de la expectación generada por el inminente “destape”, como derivación directa de la inusitada movilidad del senador Ernesto Millán. Toma la palabra, dirige su cara hacia un lado y otro de la mesa y nos dice, con autoridad:

 

 

-Miren muchachos, no se enreden, ni suden calenturas ajenas. Esto está muy fácil: quien llegue al gobierno del Estado, llegará justamente como llegué yo. No hay más.

 

-¿Y cómo llegó usted, don Antonio? – le preguntamos en tropel.

 

-Pues ¡siendo amigo del presidente! Ese es el camino. No hay otro – contesta concluyente.

 

-Y ¿Cuándo hay dos amigos que sucede gobernador?

-Pues si hay dos, necesariamente uno tendrá que ser más amigo que el otro del presidente de la República.

¡Ese el más amigo es el que va a ser! Así de claro.

-Pero en el caso de Sinaloa, los dos son amigos del presidente; al menos, eso dicen..

Toledo Corro ya no deja concluir la pregunta y retoma el control de la conversación:

 

-Muchachos, otra vez… Yo no veo que sean dos. Yo solo veo uno y algo más: no solo es amigo del presidente ¡es muy su amigo! No se enreden tanto. ¡Chingado!

 

José Ángel Sánchez, Mario Montijo, Leonel Solís, Francisco Arizmendi, Isaías Ojeda, Ramiro Guerrero, Gilberto Castro, el titular del área de prensa del gobierno estatal, Cuitty Rojo y quien esto escribe, volteamos a vernos unos a otros, al tiempo que el gobernador sonríe divertido.

 

-Yo no les puedo decir quién será el gobernador; pero si les apuesto una cosa: Mochis ganará el concurso Señorita Sinaloa, de la próxima semana – concluye con un manotazo sobre la mesa.

 

Cuatro meses después el “destape”: Francisco Labastida.

 

Y en un gesto de solidaridad fraternal, de sentimentalismo acendrado, de cortesía política, Labastida le concede a Ernesto Millán su premio de consolación: la candidatura a la presidencia municipal de Culiacán, la que acepta de inmediato, ante el malestar de los integrantes de su primer círculo de afectos; entre ellos, el diputado federal Jesús Manuel Viedas Esquerra.

 

Y si, en efecto.

 

En la entrevista para el libro “Los Gobernadores ante la Historia” – producido por la Fundación creada por Heriberto Galindo Quiñonez – Labastida Ochoa admitió que, a pesar de que su carrera política la desarrolló en la ciudad de México, su proyecto, su meta, su sueño, en principio era precisamente gobernar su entidad natal: Sinaloa. Algún día.

 

Y ese tema, según lo reseñado por Labastida, se lo tocó, por vez primera, el entonces presidente José López Portillo, cuando apenas fungía como subsecretario de Programación, al lado del secretario del ramo, Miguel de la Madrid. Por allá en 1978, si mucho me apura.

 

Cuenta Labastida de la realización de un encuentro con el presidente López Portillo, en cuyo marco expondría – por indicaciones del secretario Miguel de la Madrid – los avances del Plan Nacional de Desarrollo hasta ese momento. Presentes en la reunión, además del presidente y Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari (en nivel de poderoso director) y el regente de la ciudad de México, Ramón Aguirre Velázquez.

 

Detalla Labastida que cuando con mayor emoción daba a conocer el contenido del documento, el presidente López Portillo lo interrumpió para preguntarle:

 

-Todo bien, subsecretario; pero me gustaría conocer su proyecto personal a futuro…

 

-Disculpe, señor presidente…

 

-Sí. Yo ya le entendí. Usted quiere ser gobernador de Sinaloa y para allá irá en su oportunidad ¿me equivoco?

 

-Por favor, no me haga bromas de esa naturaleza – acotó un turbado Labastida.

 

-No es broma: ¿quiere o no ser gobernador de su Estado? – insistió inquisitivo José López Portillo, en tanto que un silencio sepulcral se apoderaba del sitio de la reunión.

 

-Bueno, pues si, si quiero; pero en su momento. No estoy listo todavía.

 

-¿Cómo que no está preparado? Si yo lo veo muy bien.

 

Reseña Labastida que el silencio se hizo denso y el ambiente pesado, ante la indiscutible personalidad del presidente José López Portillo, atmosfera rota por el regente Ramón Aguirre Velázquez, con una de sus habituales ocurrencias, derivadas de su estrecha relación con el jefe del Poder Ejecutivo Federal:

 

-Si, señor presidente. ¡Mándelo para Sinaloa de una buena vez! ¡Aquí ya no lo aguantamos!

 

Evidentemente un preludio a mediano plazo en la carrera política de Francisco Labastida, porque para lo que se avecinaba, López Portillo ya tenía un gallo inamovible: Antonio Toledo Corro, el secretario de la Reforma Agraria del gobierno federal.

 

Los tiempos llegaron para Labastida Ochoa en 1986.

 

-Y cuando justamente en el 86, el presidente Miguel de la Madrid decide en su favor ¿Cómo recibe la nominación? – pregunté para la entrevista ya mencionada.

 

-Le digo algo – contestó -: a mí, don Miguel en ningún momento me instruyó o me preguntó si quería ser gobernador de Sinaloa o seguir a su lado en el gobierno federal. Nunca lo hizo. Fue Manuel Bartlet, el secretario de Gobernación, quien me dijo, en algún momento y en algún lugar por ahí. “Paco, tienes ante sí un raro privilegio: escoger entre tu tarea de defender el precio del petróleo mexicano o irte a tu tierra, de gobernador.”

 

Un día después, Adolfo Lugo Verduzco, el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, lo citó a sus oficinas, en el edificio de Insurgentes Norte, allá en la ciudad de México, para la comunicación oficial:

 

-Pues, Francisco ya eres nuestro candidato al gobierno de Sinaloa. ¡Felicidades!

 

Así las cosas y una vez subsanado el protocolo, Francisco Labastida llegó a Culiacán una mañana de abril de 1986, para registrar su candidatura e iniciar una larga campaña política por todo el Estado, en la que se enfrentó a Manuel Clouthier del Rincón, el candidato de Acción Nacional y Rubén Rocha Moya, postulado por una alianza de partidos de izquierda. El ambiente político de México estaba enrarecido y se advertía una elección sumamente disputada, ante las inusitadas simpatías despertadas por el icónico Maquìo Clouthier.

 

La noche de la elección, en medio de un clima de alta tensión en el edificio del Comité Directivo Estatal del PRI, Labastida Ochoa, con un mínimo de copias de las boletas electorales, pronosticó “una larga victoria” y días después se dio a conocer el resultado oficial: 392 mil 273 votos, para el PRI, que representaban el 66. 4 por ciento del total; 164 mil 640, para Clouthier (27. 8 por ciento) y 9 mil 910, para Rubén Rocha, el 1. 67 por ciento.

 

Por vez primera se utilizaron urnas de material transparente; pero los resultados no solo fueron impugnados, sino motivo de una intensa movilización de un panismo, que por ocasión primera alcanzaba niveles protagónicos, alentado por la figura de su candidato, Manuel “Maquio Clouthier”, gracias a una campaña agresiva, desafiante, retadora y hasta con alusiones de tipo familiar y personal contra el candidato del PRI (y obviamente del presidente) a la gubernatura de Sinaloa.

 

Eran otros tiempos: el secretario general de gobierno (en este caso, Eleuterio Ríos Espinoza) era también el presidente del Consejo Estatal Electoral, con decisiones orientadas, evidentemente, desde el mismo despacho del Ejecutivo Estatal. Definitivamente, otros tiempos.

 

-El resultado de la elección fue real – respondió Labastida Ochoa a nuestro cuestionamiento – y los datos del consejo son los auténticos. Clouthier exigió que no se metiera mano a la elección y yo accedí, a pesar de que la postura del presidente de mi partido (en ese entonces, el doctor Mariano Carlón López) era la de manipular las cifras para inflar la votación en mi favor. Me opuse categóricamente. Con una delantera tan amplia no le vi mayor caso. Maquío Clouthier exigió lo que le correspondía conforme a Derecho y la petición le fue concedida. Mucho se habló y escribió de aquel proceso; pero esta fue la realidad. Gané la elección, limpiamente y de manera contundente. Una diferencia de 227 mil 633 votos, para acabar pronto.

 

También hubo discrepancias en algunas elecciones municipales, especialmente en Culiacán, donde los protagonistas principales fueron Ernesto Millán Escalante, por el PRI y Rafael Morgan Ríos, por el PAN. Aquí la resistencia fue mayor puesto que Morgan Ríos pregonaba que los votos obtenidos por Millán Escalante “no le alcanzaban ni tan siquiera para la sindicatura de Tacuichamona” y el ánimo del panismo se alteraba. Sin embargo, las inquietudes amainaron con el paso de las semanas hasta llegar a una situación de relativa tranquilidad.

 

Todavía hubo registro de airadas manifestaciones de inconformidad el 31 de diciembre de 1986; pero, el primero de enero, Francisco Labastida iniciaría su periodo como gobernador de nuestra entidad.

 

Y ahí está, todavía al juicio de la historia.

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