Agenda Política

Día caótico en Culiacán: Estudiantes de prepa y secundaria, queman las 7 salas de cine de la ciudad

columna jorge luis telles circular 

= Al negarles un descuento de 50% en las entradas

 

= Mientras el gobernador LSC paseaba por el DF

 

= Los cuerpos policiacos en el papel de observadores

 

= Gravísimos daños al patrimonio de los propietarios

 

= Camarena, Anatolio y el “Hitler”, los líderes

 

 

De acuerdo a la versión del politólogo Roberto Soltero Acuña, aquel día de enero de 1966 el gobernador Leopoldo Sánchez Celis se encontraba en la capital del país; pero no en actividades oficiales. Atendía al columnista político Antonio Pineda Gutiérrez, a quien había invitado a un viaje recreativo por la ciudad de México.

 

“Toñico” Pineda, tenía una máxima: “si es chisme o peor, si es secreto, a mí no me lo cuenten porque mi ronco pecho no es almacén de chingaderas”.

 

Y así. fiel a ese modelo, relató a Soltero – dice Roberto – lo que sucedió en esa fecha en la capital del país: “Estábamos por irnos a comer, cuando de la oficina del presidente Gustavo Díaz Ordaz localizaron a Polo, a quien, enterados que andaba por allá, le solicitaron amablemente su presencia porque al presidente, le urgía hablar con el gobernador, sin adelantarle el tema ni mucho menos”.

 

Según lo que contó “Toñico” – cuya imaginación y creatividad no conocían límite alguno -, el gobernador Sánchez Célis llegó, presuroso, a la oficina del presidente Gustavo Díaz Ordaz, en cuya cara reflejaba enfado, impaciencia y en suma un notable encabronamiento, a grado tal de que ni siquiera se levantó de su silla, cuando el gobernador de Sinaloa compareció en su presencia:

 

-¿Cómo le va señor gobernador? – lo saludó Díaz Ordaz en tono sepulcral.

 

-Muy bien, señor presidente. Aquí en la capital, en gestiones propias del cargo. A sus órdenes, como siempre.

 

-¿Si? ¿Y cómo está su estado?

 

-Pues muy bien señor presidente: unido y trabajando.

 

-¿Unido y trabajando? ¡Que bueno! Lo felicito ¿Me puede explicar esto, entonces?

 

Y dicho lo anterior, puso frente a Sánchez Célis un reporte por escrito en torno a hechos graves que durante toda la mañana y en las primeras horas de la tarde de ese día, estaban sucediendo justamente en la capital de Sinaloa.

 

El gobernador frunció el ceño, limpió sus lentes y sin que pudiera opinar nada al respecto, recibió la tajante orden presidencial:

 

-Regrese a Culiacán y reestablezca la calma en la ciudad.

 

Y algo más:

 

-Haga lo que se tenga que hacer; pero ponga orden, de inmediato.

 

Déjeme aclararle que la versión de Toñico Pineda-Roberto Soltero, genera algunas dudas, derivadas particularmente de una pregunta: ¿Cómo es posible que Sánchez Célis, gobernador del Estado – con todo y que en ese tiempo el teléfono celular y las videollamadas solo eran conocidas por la exitosa película “2001 Odisea Espacial” – tuviese que enterarse por el presidente de la República de lo que sucedía en Culiacán? Difícil de aceptarla; pero Soltero Acuña sostiene, todavía hasta el día de hoy que es absolutamente real.

 

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Y bueno pues ¿Qué acontecía ese día en Culiacán?

 

Pongamos las cosas en contexto.

 

Enero de 1966:

 

Estudiantes de diversas escuelas secundarias y preparatorias de Culiacán luchan por un descuento del 50 por ciento en las entradas a las salas de cine de la ciudad, el principal entretenimiento de aquella comunidad a mediados de los sesentas. Todas las salas, bajo la tutela de la Compañía Operadora de Teatros del gobierno federal. Los estudiantes de la Universidad de Sinaloa si gozan de ese beneficio; por eso se mantienen al margen de la movilización.

 

Sin contar los pequeños cines de las colonias periféricas, por ese tiempo funcionaban siete salas dentro del perímetro de la capital del Estado, más que suficientes para atender la demanda de una ciudad que ya arañaba los cien mil habitantes y que apenas a finales de 1964 había conocido la televisión, a través de la estación XHQ-TV-Canal Tres, operada por una empresa que se extendía por Sonora y Sinaloa, con programas que aquí veíamos hasta dos o tres meses después de su producción. La señal era en blanco y negro y deficiente en la mayoría de los hogares de Culiacán y de ahí que el cine mantenía un alto nivel de preferencia popular.

 

De las siete salas de cine, solo dos estaban techadas. Las restantes, abiertas y prácticamente al aire libre.

Las que funcionaban bajo techo: Avenida y Reforma, en pleno centro de la ciudad; las abiertas: el Cocos, en Tierra Blanca; el Alcázar, en el Mercadito; el Rex, por la avenida 27 de septiembre, casi esquina con la avenida Bravo; el Humaya, por la calle Juárez, cerca del centro y el Colón, por la calle Colón, casi esquina con Morelos. El cine Avenida, que luego se transformó en cine Diana, fue demolido más tarde, para dar lugar a lo que es hoy el Hotel San Marcos; el Reforma corrió la misma suerte. Hoy día ahí está el modular Inés Arredondo, del ayuntamiento de Culiacán.

Asistir a los cines sin techo, era un albur; especialmente en el verano. Las inesperadas lluvias eran capaces de arruinar el mejor de todos los planes; entre ellas, una cita de amor. Los cubiertos, como el Avenida y el Reforma, eran los de demanda mayor, por supuesto.

 

Y bien.

 

Para los estudiantes secundarianos y preparatorianos, la inmensa mayoría de escasos recursos económicos, era un lujo asistir al cine, así fuese en aquellas funciones de tres películas de Pedro Infante o el Santo por un solo peso. Por eso iniciaron un movimiento estudiantil con una demanda verdaderamente candorosa y hasta infantil, si las comparamos con las de la actualidad: media paga en los cines de Culiacán.

 

Bajo estas condiciones, Marco Antonio Camarena, Anatolio Ortega y Michel Jacobo, los cabecillas visibles del movimiento, concertan una entrevista con el gerente en plaza de COTSA (de nombre Valentín Sánchez); pero la negativa es concluyente, a pesar de las amenazas de los líderes en el sentido de empujar a los estudiantes hacia la vandalización de las salas cinematográficas, sin miramientos de ninguna naturaleza.

 

Y la amenaza se cumple. Al pie de la letra.

 

Aquella mañana de enero de 1966, centenares de jóvenes llegan, como primera parada, al cine Reforma, casi atrás de Catedral; rompen vidrios; destruyen y saquean los anaqueles de las golosinas; acaban con los equipos de proyección e incendian una parte del interior de la sala. Se llevan como botín, dulces, galletas, palomitas de maíz y chocolates; éstos últimos de precio elevado para el bolsillo popular.

 

De ahí, entre consignas y proclamas y detrás de los líderes, marchan hacia el cine Avenida, para seguir el mismo modelo de destrucción. Tras el asalto al que era el cine más moderno e importante de la ciudad, el grupo se divide. Una parte se dirige al cine Alcázar y al Cocos y otra al Humaya y al Rex, ante el desconcierto de los cuerpos policiacos, que en ningún momento reciben una indicación clara para contrarrestar el ataque, seguramente restringidos por la poca edad de quienes llevaban a cabo un acto de esta naturaleza. Alejandro Barrantes ya era el presidente municipal. Tenía pocos días en funciones.

 

Horas después, al caer la tarde, solo queda un cine en el itinerario: el Colón. Y hacia allá se dirige la turba enardecida, dispuesta a culminar su obra; pero, para cuando arriban al mismo, ya su propietario, Alejandro Manuel Rodríguez, ha colocado una manta gigantesca -hecha al vapor por el principal rotulista de la época, Gaudencio Tovar – en la que se lee: “Cine Colón; estudiantes ¡media paga!”.

 

Los estudiantes, ya transformados en vulgares vándalos, celebran la victoria con gritos de júbilo y respetan la integridad del cine Colón, mismo que, por casi un año, fue la única sala cinematográfica en funcionar en la ciudad.

 

En el curso de la tarde, los grupos estudiantiles se disipan y los jóvenes regresan a sus hogares. Han dejado una estela de destrucción, miedo y sentimientos encontrados entre la ciudadanía; pero de ningún modo de aprobación. Por la noche y en los días subsecuentes, la Policía Judicial del Estado peina la ciudad, en búsqueda de Anatolio, Camarena y el “Hitler” Michel. El gobernador Sánchez Celis no oculta su coraje e indignación; pero pasan los días y no se da cuenta de ninguna detención, ni de los líderes, ni de ninguno de los estudiantes participantes de aquella movilización.

 

Con el paso de las semanas, la ciudad recupera su tranquilidad y la vida en Culiacán vuelve a la normalidad, salvo por un detalle importante: les han quitado su principal entretenimiento. El cine, que era muy bueno para la época aquí recordada.

 

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Por cierto, en un artículo publicado hace muchos años en una revista llamada “Generación 90”, el pintor y escultor Luis González, reseña:

 

“Percibí una multitud cubriendo el edificio al fondo (el cine Reforma). Probablemente exhiben alguna extraordinaria película – me pregunté -; pero es raro…Solo los domingos, en funciones intercaladas con las matinés, suelen pasar la proyección todo el día y hoy no lo es. De cualquier modo, eso debe ser, me dije.

 

Alegre, ansioso y sonriente, continúe apurado a colarme entre el gentío para descubrir el estreno…Lo que mis lentes de cámara cerebro registraron fueron imágenes de violencia y no precisamente en la pantalla.

 

Vidrios quebrándose, golpes de fierro y sonido de fuego al viento, contemplaban el espectáculo. Estudiantes furiosos arremetían contra el inmueble, rito de baile primitivo desplegando veinte siglos de energía acumulada para regocijo de la turba que reemplazaba el sitio de sombras y butacas, por un entretenimiento más vivo y brutal.

 

-Detenme los libros y espérame aquí – me dijo un vándalo candoroso.

 

En tanto lo esperaba, alcancé a escuchar gritos espeluznantes de dolor físico, aparentemente de un joven con astillas de cristal clavadas en sus ojos. Al regreso del vándalo recibí, como premio, una caja de aquellos gigantescos chocolates “Presidente”.

 

Soltaron varias versiones sobre las intenciones provocadoras del suceso, aunque la mayoría aceptó lo del retiro de la media paga a los estudiantes. Al día siguiente hice la pinta en la escuela y recorrí los cines destruidos. Siniestro, un clima nebuloso prevalecía en el ambiente…”

 

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De aquellas versiones sobre los orígenes del suceso, imperó la política, cuyo objetivo principal era, aparentemente, la desestabilización del naciente gobierno municipal de Alejandro Barrantes, producto del enfrentamiento, meses atrás, del gobernador Sánchez Celis, con el presidente del CEN del PRI, Carlos Alberto Madrazo y con el dirigente de la Asociación Política “Francisco I. Madero”, Enrique Peña Bátiz.

 

Esta teoría, bajo la tesis de que Anatolio Ortega, era dirigente de una asociación de jóvenes estudiantes de escuelas secundarias y al mismo tiempo militante del FIM y cercano a Peña Bátiz, lo que se corroboró años más tarde, cuando fue nombrado presidente de esta asociación por el propio Peña Bátiz y candidato a un puesto de elección popular.

 

Sin embargo, esta hipótesis deja de cuadrar, al comprobarse, en su momento, que Jesús Michel Jacobo había laborado en la secretaría general de gobierno, con dependencia directa de Alejandro Barrantes. ¿Tendría razones personales para atentar contra el alcalde de la ciudad?

 

A su vez, el otro líder, Marco Antonio Camarena Félix, siempre estuvo relacionado con asuntos policiacos e incluso llegó a fungir como director de la Policía Judicial del Estado, en tiempos del gobernador Alfonso G. Calderón Velarde. A Camarena se le vinculó, más tarde, dentro del grupo de porros del doctor Gonzalo Armienta Calderón – cuando rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa – y luego se le ligó a José de Jesús Calderón Ojeda, el influyente director de Gobernación de Calderón Velarde.

 

A la fecha, casi 55 años después, hay más preguntas que respuestas:

 

-¿De qué argucia se valieron los dirigentes de aquella movilización para sacar a jóvenes de 13, 14 y 15 años de edad, de sus escuelas secundarias y/o preparatorias (todavía sin contar con alcances de esa dimensión) e inducirlos a la realización de actos vandálicos como los reseñados, merecedores de severos castigos de parte de la ley?

 

-¿Por qué no intervinieron los cuerpos policiacos – ni el municipal ni el estatal – a pesar del daño patrimonial causado a los concesionarios de las salas cinematográficas, así como del clima de ingobernabilidad y desestabilidad causado por largas horas a Culiacán y sus ciudadanos?

 

-¿Y por qué las débiles penas dictadas en contra de los líderes del movimiento, una vez que fueron exigidos a comparecer ante la instancia correspondiente?

 

-Los daños causados a las salas de cine fueron millonarios, sin contabilizar las pérdidas económicas sufridas por los meses de inactividad y los perjuicios provocados al personal dependiente de esa actividad. ¿Quién absorvió tal quebranto financiero?

 

Si, más preguntas que respuestas.

 

Y si usted, amigo lector, tiene otra versión, será bienvenida.

 

Ya la estamos esperando.

 

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Fuentes: Roberto Soltero Acuña, Jesús Enrique Hernández Chávez, Francisco Arismendi, Miguel Alberto Ortiz Mata/ El Sol de Sinaloa/ Ensayo de Luis González, revista La Pared.