columna oscarLos marineros que sólo tienen instrumentos meteorológicos

para el buen tiempo son incapaces de prever las tormentas.

Alejandro Nadal

 

Este miércoles 8, el Congreso del Estado realizó un Panel para conmemorar el Centenario de nuestra Constitución Política Local. Esta fue mi ponencia.

Cuando una Constitución cumple 100 años de vida, el momento obliga a preguntarse si para esa longevidad hubo una verdadera estabilidad política (florecimiento de la democracia) o se vivió la omnipresencia de un partido gobernante de esos que no admiten la competencia bajo su sombra. Porque durante las décadas anteriores la élite gobernante aceptaba atentados graves a la democracia siempre y cuando no se fuera contra la Ley fundamental de la entidad. Recordemos dos infaustos momentos: el asesinato del gobernador Rodolfo T. Loaiza durante el Carnaval de 1944, que no tuvo mayores consecuencias para los autores intelectuales (enemigos del agrarismo) y el golpe de Estado blando de 1953, que inhabilitó como gobernador al profesor Enrique Pérez Arce. Sus ejecutores recibieron el mejor premio político que se puede ofrecer en Sinaloa: la gubernatura. Uno en 1962 y el otro en 1980.

En qué marco y con qué referentes conmemoramos el primer centenario de nuestra Constitución local. En 1922 éramos una población de 300 mil almas en Sinaloa, hoy hemos rebasado los tres millones de ciudadanos. En aquel entonces la vida ciudadana era eminentemente rural, hoy respiramos ciudad al menos el 76 por ciento de los residentes de la entidad y el otro 24 tiene una relación intensa con el mundo económico, social, educativo y cultural urbano. En estos 100 años hay un movimiento interesante en la estructura de clases que nos permite afirmar que, sin haber movido del tablero a ricos y pobres, los viejos hacendados dieron paso a una casta de empresarios agrícolas, del transporte, del comercio y del turismo, con penetración creciente de consorcios y del capital financiero, mientras se forjaba un incipiente proletariado y el fortalecimiento de la propiedad ejidal y del sector social de ejidatarios.

Momentos definitorios en ese proceso lo fueron la construcción de la Carretera México 15, de la Presa de Sanalona y las que le siguieron y los tres proyectos elaborados en los años setenta que apuntaban a la Zona Dorada en Mazatlán, el Desarrollo Tres Ríos en Culiacán y al impulso de Topolobampo (imaginación y genio de José Luis Ceceña Cervantes).

La Constitución vigente de Sinaloa, nace cuando los rescoldos del zapatismo y del villismo preparan la Convención agraria de 1923. Los debates del Constituyente de 1917 aún ocupaban un espacio importante en la vida pública, preocupando a no pocos personeros del régimen que la Revolución barrió de la geografía nacional y otros tantos nacidos en la vorágine de ese gran movimiento social. Y la Constitución de 1922 tendría como misión en Sinaloa consolidar el régimen político que parió el movimiento revolucionario, aun a costa de sacrificar a lo más granado de sus hijos: Rafael Buelna, Juan Carrasco, Ángel Flores y Francisco Roque Serrano. Echar raíces para volver inamovible ese régimen, aunque ello implicara posponer el pago de las deudas sociales más sentidas, como la reforma agraria y la educación pública.

En los años ochenta hubo un giro preocupante en la economía del mundo y, sin duda, en la economía de esta tierra de Agustina Ramírez. Los bienes públicos se privatizaron porque así lo dictaron los dueños del mundo. A la Constitución Política Nacional y a esta de la que hablamos les fue arrancada sin consideración alguna la piel y el corazón con que las envistió la Revolución de 1910-17. Y como consecuencias de esa filosofía impuesta desde la avenida Pensilvania en Washington y Downing Street en Londres vimos privatizar ejidos, la actividad pesquera, empresas públicas y también migrar a centenares de miles de campesinos, ahora sin tierra, a las ciudades, a la frontera norte y hacia los Estados Unidos. Hoy, como consecuencia de ello, no pocos pueblos de la zona rural hacen palidecer a la Comala de Juan Rulfo, no solo por el calor, el polvo, la ruina y la canícula. Dos plagas siguen allí como parte del preocupante paisaje: la violencia y el despojo que implicó la reforma neoliberal. Todo ello, sin que pierda vigencia la guerra contra los ingresos y derechos de la clase trabajadora.

Por si fuera poco, el coronavirus nos visita de manera temprana y se convierte en la pandemia temida por todos sus sobrevivientes. Y no sólo ha hecho estragos en cada una de las familias sinaloenses, como en las de muchos puntos geográficos del mundo; ha desnudado a la civilización de la que formamos parte. Nos está gritando que la depredación llevada a cabo contra la naturaleza, en especial a partir de 1492, tiene consecuencias graves, muy graves. El Covid-19 nos dice a cada instante que nuestro irracional estilo de vida es el padre que lo procreó y que no será el único hijo que pariremos en los siguientes años, ni el que vaya a registrar el peor comportamiento. Pongamos un botón de muestra de la irracional depredación: el sistema económico en que vivimos exige para funcionar un crecimiento del 3 por ciento anual, mientras los recursos naturales no son infinitos. Con ese crecimiento estaremos demandando el doble de esos recursos en 29 años, lo que nos lleva al agotamiento sin remedio de los mismos. La tierra no soporta más. A los operadores del modelo económico no les preocupa el asunto, pero a la humanidad sí debe importarle y mucho desde ahora.

Hablemos de cambio de modelo, de cambio de sistema económico. A estas alturas ya no sólo es un asunto ideológico, es un problema de supervivencia. La pandemia ha traído un aviso que no admite demora. La agricultura a gran escala, esa que termina con la selva y los bosques, la minería de monopolios que acaba con el medio ambiente y el uso de agroquímicos y fertilizantes industrializados, no son sustentables y han puesto a la humanidad al borde mismo del abismo. Volvamos la vista al ecosistema costero de Navachiste, muy azolvado y el más contaminado de Sinaloa. Los agroquímicos han hecho su santuario allí, mientras las especies marinas agonizan. La rica producción camaronera de ese sistema lagunero quedó en el pasado. Recientemente la autoridad detuvo a unos pescadores que violaban la veda, el producto de su furtiva actividad eran 13 camarones. Es la anemia del vientre de Navachiste.

Y pensar que estamos promoviendo una planta de amoniaco en otra rica bahía: Ohuira. ¿Qué cuentas estamos sacando o tenemos vocación de suicidas?

El modelo económico se ha agotado, no sólo su versión más reciente y deshumanizada: el neoliberalismo. Para sobrevivir en las últimas décadas hirieron de muerte la filosofía prima de las constituciones del 17 y del 22. Y la esperanza de recomponer los malos pasos que arrancaron en los ochenta renació con el tsunami electoral de 2018. Pero las políticas públicas que buscan desde entonces aliviar la situación de los más pobres apenas alcanzan la categoría de paliativos. Sólo una revolución económica, política, social y ambiental, puede encaminar nuestras pisadas hacia un rumbo más justo. Ya lo dijo Greta Thunberg en su huelga infantil del 20 de agosto de 2018 con el lema Skolstrejk för klimatet.

Hablemos de algunas certezas, urge retomar la reforma agraria para que la justicia se acuerde del campo, no puede quedar sin plazo la promoción de una agricultura alternativa (sin agroquímicos), el esfuerzo pesquero bajo el modelo actual no tiene futuro, tenemos que garantizar el ingreso universal para todos. El presupuesto de egresos sigue orientado hacia los que más tienen, no nos hemos atrevido a poner en duda el pago puntual del servicio de la deuda pública, que este año alcanzará la suma de los 869 mil millones de pesos, que significan más del doble que todos los programas sociales juntos.

¿Queremos sobrevivir a la crisis actual y todo lo que se nos avecina? No lo podremos hacer con la legislación actual. Para marchar en firme y sentar las bases para una sociedad que hermane su destino con el de la naturaleza, en un marco de justicia social, se necesita una base jurídica que se corresponda con las metas a las que aspiremos: una nueva Constitución política es la alternativa.

¿Cuál es el estado que guarda nuestra casa común, la naturaleza? ¿Cómo salimos del desesperante ayuno de justicia social en Sinaloa? Nos urge aliviar la crisis humanitaria que padecen México y Sinaloa dolorosamente manifiesta en homicidios, desplazados y desapariciones forzadas.

¿Qué relación hay entre la Constitución vigente y la inaplazable tarea de recomponer un mundo lleno de tragedias? Las contrarreformas neoliberales del siglo XX y las del presente prueban hasta la saciedad cómo se entregó nuestra economía al capital internacional y profundizó los privilegios de una minoría, mientras una creciente masa de paisanos migraba a la frontera norte y a los EU por falta de oportunidades. Son los desplazados por razones económicas, hermanos de sangre y desgracia de los otros desplazados, los que parió formalmente la violencia.

La lucha incansable de las madres con hijos desparecidos y de amplios sectores sociales que reivindican sus derechos fundamentales, han hecho de la filosofía de los derechos humanos razón y ser de nuestra época. Las reformas del 10 de junio de 2011 a la Carta Magna del país así lo testifican, pero la crisis humanitaria que padecemos nos indica que no es suficiente. Pero la divisa de los derechos humanos, como utopía, sigue estando tan vigente como vio Alfonso Reyes a la Constitución de 1857: “Poema jacobino fraguado entre los relámpagos de la otra guerra civil, nutrido en la filosofía de los Derechos del Hombre.”

No tenemos derecho a equivocarnos. No podemos fallar porque lo que está en juego es el futuro de las nuevas generaciones. Una revolución electoral en 2018 a nivel nacional y otra en junio de 2021 en Sinaloa enmarcan este centenario de la Constitución. Ambos tsunamis demandaron cambios radicales en la vida economía, política, social, cultural y ambiental. Cumplir con esas exigencias demanda crear una base jurídica adecuada, que haga de la diversidad de criterios e intereses arco y flecha, como dijera el poeta Juan Eulogio Guerra Aguiluz, de nuestros afanes de construir un Sinaloa más justo y menos desigual.

El mejor homenaje a la centenaria Constitución local, es crear una nueva Constitución.